martes, 11 de octubre de 2011

Orar, obra de la gracia.

"Aunque orar es fundamentalmente obra de la gracia, es también un arte, y como arte está sometido, a nivel psicológico, a las normas de aprendizaje como en cualquier actividad humana. El orar bien exige, pues, método, orden y disciplina. En una palabra técnica.

La técnica, sin la gracia, no logrará ningún resultado. Pero, en sentido inverso, he observado también muchas veces y a simple vista que fuertes llamadas, almas dotadas de alta potencia, han quedado en las primeras rampas de la vida con Dios por falta de esfuerzo o disciplina, cuando en realidad habían 'recibido' alas y fuelles para ascensiones extraordinarias.
Muchos emprenden la ruta de la oración. Algunos la abandonan casi de entrada, diciendo: Yo no nací para esto. Dicen también: es tiempo perdido; no veo los resultados. Otros, fatigados, se detienen en las primeras rampas, se estacionan en la mediocridad, continúan en la actividad orante pero a ras de tierra. Hay también quienes avanzan, entre dificultades, hasta las regiones insondables de Dios.
El enemigo principal es la inconstancia, la cual nace de la sensación de frustración que sufre el alma cuando se da cuenta de que los frutos no llegan o no corresponden al trabajo desplegado. Tantos esfuerzos y tan pequeños resultados, dicen. Tantos años dedicados a la oración y tan poco progreso.
Si las almas que acometen la subida a Dios... no comienzan por darse cuenta y aceptar con paz la naturaleza gratuita y desconcertante de Dios, van a hundirse muchas veces en la confusión más completa. La observación de la vida me ha llevado a la conclusión de que la razón más común para el abandono de la oración es ésta: en la vida con Dios, a muchos, a veces, todo les parece tan sin sentido, tan sin lógica, tan sin proporcionalidad, que acaban teniendo la impresión de que todo es irreal, irracional... y lo abandonan todo.
Todo lo más grande de este mundo se ha conseguido con una ardiente perseverancia".
Ignacio Larrañaga. Muéstrame Tu Rostro

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