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sábado, 4 de mayo de 2019

Comentarios a las lecturas del III Domingo de Pascua. 5 de mayo 2019

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 La Pascua de Jesús es la esencia del ser cristiano. Los fieles necesitamos ser familiarizados con el Misterio de la Pascua. Como cristianos, llamados a ser testigos, debemos adquirir una comprensión más profunda de la Resurrección como realidad de salvación personal y desde allí, salvación comunitaria. Una fe cristiana sin los contenidos de la Resurrección es una fe vacía y sin compromiso de vida. La Pascua es la verdadera fuente y el origen de nuestra vida religiosa. La Pascua es una oportunidad única para ahondar en nuestra realidad de bautizados. Es llegar al fondo del ser. Vivir el Misterio de la Resurrección es vivir en mí mismo que una realidad nueva, de vida, se ha apoderado de mí. Fieles a la Pascua, a la Resurrección, a la Vida.

viernes, 3 de mayo de 2019

Lecturas del III Domingo de Pascua 5 de mayo de 2019

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La primera lectura, del Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos hace preguntarnos qué lugar damos al Señor en nuestra vida y si somos capaces de anteponer las exigencias del evangelio a todo lo demás. Así lo hicieron los apóstoles ante las autoridades religiosas, porque siempre hay que obedecer a Dios antes de los hombres.
 El responsorial es el Salmo 29 originariamente era de agradecimiento al Señor por haber librado de grave enfermedad a los fieles judíos. Después, y tras la victoria de los Macabeos se utilizó como dedicación del Templo de Jerusalén. Para nosotros hoy tiene resonancias de reconciliación ante pecados y faltas pasadas y la curación de nuestras penas de antes.
 La segunda lectura es del Libro del Apocalipsis donde se nos dice que: “Digno es Cristo de recibir la sabiduría, el honor, la gloria, el poder y la alabanza”; y eso nos da el conocimiento de que podremos sentir, siempre, a Jesús a nuestro lado.
 El evangelio narra la aparición de Jesús Resucitado junto al mar de Tiberíades.  Pongámonos junto a los apóstoles en el momento preciso que reconocen a Jesús que les prepara el desayuno en la orilla. Y luego escuchemos la conversación  entre Jesús y Pedro.

lunes, 11 de febrero de 2019

Comentarios a las lecturas del V Domingo del Tiempo Ordinario. 10 de febrero 2019

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Dios da a todos y cada uno de nosotros una vocación común: la vocación a la santidad.
De la llamada a la santidad nos dice el papa Francisco ".. la santidad no es algo que nos procuramos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos da el Señor Jesús, cuando nos toma con sí y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla (Ef 5,25-26). Por esto, de verdad la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, es el rostro más bello: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por lo tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, nadie está excluido, por lo cual, constituye el carácter distintivo de todo cristiano." (Papa Francisco. Audiencia general . 19 de Noviembre de 2014 ).
Esta vocación común a todas las personas debe realizarla después cada uno mediante el cumplimiento concreto de las vocaciones temporales que también nos da el Señor. Aceptar o no aceptar esta vocación a la santidad que Dios nos da, supone colaborar o no colaborar con Dios en la edificación de nuestro yo interior, para que se parezca lo más posible al Yo de Cristo.
Colaborar con Dios supone siempre reconocer nuestra imperfección radical y aceptar que sea Dios mismo el verdadero autor de nuestra santidad.
Related imageColaborar con Dios en la construcción de nuestra propia santidad supone, pues, siempre un acto de humildad y  un cuidado exquisito de la oración. La humildad es siempre el primer paso hacia la santidad; sin humildad no avanzaremos nunca hacia la santidad. Pero, a la humildad debe seguir siempre la oración transformadora para que sea Él el autor de una santidad que por nosotros mismos no podríamos conseguir nunca. En la vida interior hay que ser constantes, hay que sembrar y regar, pero sabiendo siempre que es Dios el que da el verdadero inicio y crecimiento.
Nuestra  debilidad es evidente. No estamos a la altura de los encargos que el Señor Dios pide. Pero Él, sí. Cuando elige a alguien ya sabe quién es “desde que estaba en el seno de su madre”. Pero Dios no impone. Dios no obliga.
La primera y la segunda lecturas, nos presentan dos testimonios claros de la llamada de Dios: Isaías y San pablo.