Beatriz de Nazareth
Siete modos de vivir el amor
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Siete modos
de santo amor
Hay siete
modos de vida en el amor. Vienen del Supremo y vuelven al Altísimo.
El primer
modo es un anhelo provocado por el amor. Este anhelo tiene que reinar mucho
tiempo en el corazón para poder llegar a expulsar totalmente al enemigo y tiene
que actuar con fortaleza y circunspección y tener valor para avanzar en este
estado.
Este modo es
un anhelo que nace sin duda del amor, es decir, de un alma buena que quiere
servir fielmente a nuestro Señor, seguirle con valor y amarlo de verdad. Esta
alma se mueve por el deseo de alcanzar la pureza, la libertad y la nobleza, de
las que le ha dotado su creador al crearla a su imagen y semejanza - y
permanecer ahí, algo que es especialmente digno de ser amado y cuidado. En esto
desea emplear su vida. En esto desea colaborar para crecer y ascender a una
nobleza de amor más sublime aún y a un conocimiento más cercano de Dios, hasta
alcanzar la madurez plena, para la que ha sido creada y llamada por Dios. En
esto está desde la mañana hasta la noche. A esto se ha entregado totalmente.
Sólo una cosa pide a Dios, una sola cosa quiere saber, una sola cosa reclama,
en una sola cosa piensa: cómo poder alcanzar esto y cómo conseguir la mayor
semejanza con el amor, con todo el tesoro de belleza de las virtudes que lo
acompañan, así como la pureza y nobleza sublimes del amor.
Esta alma a
menudo examina seriamente lo que es y lo que podría ser, lo que tiene y lo que
aún falta a su anhelo. Con celo muy grande, con gran empeño y tan dispuesta
como le es posible, se esfuerza por evitar todo aquello que distrae su atención
de esto o que pudiera impedirlo. Su corazón nunca está tranquilo; nunca
descansa en esta búsqueda, reclamo y discernimiento, en este tomar a pecho y
conservar lo que le pudiera ayudar y lo que la pudiera hacer crecer en el amor.
En esto
consiste la dedicación principal del alma que ha llegado a este estado - y en
esto ha de trabajar y esforzarse, con gran dedicación y fidelidad, hasta que
reciba de Dios el que en adelante pueda servir al amor con claro entendimiento
y sin verse impedida por errores pasados.
Un anhelo
tal, tan puro y tan noble, nace sin duda del amor y no del miedo. El miedo
lleva a trabajar y padecer, a hacer y dejar de hacer por temor a que nuestro
Señor pueda estar enojado. Lo cual además conlleva espanto ante el juicio del
Juez justo o al castigo eterno o a penas temporales. El amor, en cambio, actúa
exclusivamente con la mirada puesta en la pureza y en la sublime nobleza, que
ella es en lo más profundo cuando es ella misma, que ella tiene y que ella
disfruta.
Actuando así, ella enseña lo mismo a
quienes tienen trato con ella.
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El segundo
modo de amor
A veces el
alma también vive otro modo de amor. Este se da cuando se dedica a servir a
nuestro Señor gratuitamente, sin más, sólo por amor, sin tener a la vista
ningún motivo o recompensa de gracia o gloria. Como una joven doncella que
sirve a su señor con gran amor, sin perseguir ninguna recompensa - le basta
poderle servir y que a él le plazca que le sirve -, así el alma desea poder
servir al amor con un amor sin medida, inmenso, más allá de toda racionalidad y
cálculo humano, con todos los servicios que su fidelidad le inspira.
Cuando el alma se encuentra en este
estado, ¡cómo arde su anhelo! Está dispuesta a cualquier servicio. ¡Cuán
ligeras le parecen las cargas! ¡Con qué facilidad soporta los sinsabores! ¡Cómo
se alegra cuando las cosas se ponen difíciles! ¡Qué alegría tan grande cuando
descubre algo que puede hacer o sufrir para servir al amor, por su honor!
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El tercer
modo de amor
A veces
ocurre que el alma buena aún vive otro modo de amor, el cual le produce mucho
dolor y sufrimiento. Se da cuando intenta responder al amor enteramente, cuando
desea seguirle totalmente, con todas las muestras de respeto y servicio, con
todas las formas de obediencia y sumisión por amor.
Este anhelo
se convierte de vez en cuando en un auténtico tormento para el alma.
Ansiosamente se propone hacer todo, imitarle en todos los sufrimientos,
padecerlos y soportarlos, y seguir el amor con obras de una manera total, sin
ahorrar ningún esfuerzo, sin medida.
En este
estado está verdaderamente dispuesta a cualquier servicio, está presta y
animada a cualquier trabajo y sufrimiento. Pero no queda satisfecha. Nada de lo
que hace, le parece suficiente. Sin embargo, lo que más la entristece, es ver
que le es imposible responder al amor plenamente, según le inspira su gran
anhelo, y ver que siempre le falta tanto para amar del todo.
Sabe bien
que esto supera la capacidad humana y rebasa sus fuerzas. Lo que anhela es algo
imposible, por esencia impropio de una criatura. Pues ella sola quisiera llevar
a cabo todo lo que todos los seres humanos en la tierra, todos los espíritus
del cielo, todas las criaturas en lo alto y en lo bajo e innumerables seres más
pudieran hacer en servicio del amor, según corresponde al honor y a la dignidad
del amor. Quiere conseguir lo que le falta para un servicio tal. Lo ansía con
todas sus fuerzas y con voluntad ardiente. Pero todo esto no es capaz de
dejarla satisfecha.
Sabe muy bien que satisfacer este
deseo rebasa por completo sus fuerzas, que supera toda comprensión y entendimiento
humano. Pero a pesar de esto no es capaz de mitigar, dominar o calmar su
anhelo. Hace todo lo que puede. Agradece y alaba el amor, trabaja y se afana
por él, suspira y ansía el amor, está totalmente entregada al amor. Pero nada
de ello la deja tranquila. Le resulta un gran sufrimiento no poder dejar de
anhelar lo que no puede alcanzar. Por esto tiene que permanecer en el dolor de
su corazón y vivir en la insatisfacción. Le parece que muere estando viva y que
así muriendo experimenta el sufrimiento del infierno. Lleva una vida infernal.
Todo es padecimiento e insatisfacción debido a ese anhelo terrible y temeroso,
que no puede satisfacer, que no puede calmar ni saciar. En este dolor ha de
permanecer hasta el momento en que nuestro Señor la consuela trasladándola a
otro modo de amar y anhelar y a un conocimiento más profundo de sí. Y entonces
tendrá que esforzarse según lo que en ese momento reciba de nuestro Señor.
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El cuarto
modo de amor
Pues nuestro
Señor suele conceder todavía otro modo de amar, a veces acompañado de gran
felicidad, a veces de gran dolor, lo cual queremos exponer ahora.
A veces
ocurre que el amor despierta en el alma de un modo dulce, y que surge
alegremente instalándose en el corazón sin intervención de actividad humana
alguna. El corazón entonces siente un toque tan delicado de amor, se siente tan
atraído por el amor, se ve conmovido tan apasionadamente por el amor, tan
fuertemente subyugado por el amor y tan suavemente abrazado por el amor, que el
alma queda vencida totalmente por el amor.
En este
estado experimenta una gran presencia de Dios, una claridad de comprensión y un
bienestar maravilloso, una noble libertad, una intensa dulzura, un sentirse
fuertemente abrazada por el amor y una plenitud rebosante de gran gozo. Experimenta
que todos sus sentidos se han unificado en el amor y que su propia voluntad se
ha convertido en amor, que ha quedado abismada y absorbida en el hondón del
amor convirtiéndose ella misma totalmente en amor.
La belleza
del amor la ha engullido, la fuerza del amor la ha consumido, la dulzura del
amor la ha hecho desfallecer, la grandeza del amor la ha devorado, la nobleza
del amor la ha abrazado, la pureza del amor la ha adornado, la excelencia del
amor la ha elevado e unificado en el amor, de modo que ha de pertenecer
totalmente al amor y ya no puede tratar más que con el amor.
Cuando se
siente tan colmada de bienestar y tan rebosante en su corazón, su espíritu
empieza a hundirse en el amor y su cuerpo empieza a sustraérsele, su corazón
empieza a derretirse y desfallecen sus potencias. De tal manera es vencida por
el amor que a duras penas puede dominarse, y a veces pierde el dominio de sus
miembros y sentidos.
Como un recipiente lleno a rebosar
se derrama inmediatamente en cuanto se toca, así esta alma, cuando se siente
tocada de repente y vencida por la gran plenitud de su corazón, muchas veces
sale fuera de sí sin poderlo remediar.
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El quinto
modo de amor
A veces
también ocurre que el amor se despierta en el alma de un modo vigoroso y surge
impetuosamente con gran vehemencia y apasionamiento, como si fuera a partir
violentamente el corazón y sacar el alma fuera de sí, más allá de sí, en las
obras de amor y en los fallos de amor. Se ve absorbida valientemente por el
anhelo de cumplir las grandes y puras obras del amor y de responder a las
múltiples exigencias del amor. Pues anhela encontrar descanso en el dulce
abrazo del amor, en la apetecible enajenación y en la posesión gozosa del amor.
Su corazón y todos sus sentidos lo ansían, sólo en eso se empeñan, sólo eso
pretenden apasionadamente.
Cuando se
encuentra en este estado, es tan poderosa de espíritu, tan emprendedora en su
corazón, en su cuerpo tan fuerte y valiente, tan diligente y dispuesta en su
trabajo, interior y exteriormente tan activa, que tiene la impresión que toda
ella está activa, aunque por fuera no se esté moviendo. A la vez siente con
mucha claridad su pereza interior así como una gran atracción del amor. Se
siente inquieta a causa de esta ansia y siente dolor debido a una gran insatisfacción.
Pero otras veces siente dolor intenso al experimentar el amor mismo de manera
pura y gratuita, o por reclamar con mucha insistencia el amor y sentirse
insatisfecha al no poder disfrutar de él.
De vez en
cuando el amor se vuelve tan inmenso y desbordante en el alma - al tocarla con
tanta fuerza e ímpetu en el corazón -, que tiene la impresión que su corazón
queda dolorosamente herido de múltiples maneras. Las heridas parecen abrirse de
nuevo cada día, volviéndose cada vez más dolorosas; es un dolor intenso que
siente cada vez de nuevo. Le parece que sus venas van a estallar, que su sangre
arde, que su médula se consume, que sus huesos se debilitan, su pecho arde y su
garganta se seca, de modo que todo lo exterior y sus miembros perciben el ardor
interior del ansia enloquecida de amor. Muchas veces entonces siente como una
flecha atraviesa su corazón pasando por la garganta hasta el cerebro, como si
se fuera a volver loca.
Como un
fuego devorador que se apodera de todo lo que puede engullir y vencer, así
experimenta el amor que actúa un su interior de una manera rabiosa,
despiadadamente, sin medida, apoderándose de todo y arrasándolo.
Esto la deja
muy herida. Su corazón se debilita, sus fuerzas ceden. Su alma recibe alimento
y su amor cuidados y su espíritu se ve sacado fuera de sí, pues el amor está
tan por encima de todo entendimiento que ella no puede de ninguna manera
gustarlo. Debido a este dolor quisiera romper el lazo, aunque no destrozar la
unidad del amor. Sin embargo, está tan dominada por el lazo del amor y tan
vencida por la inmensidad del amor que no es capaz de moderación ni de ordenar
sus actividades sensatamente o de cuidarse o de limitarse a lo que la razón le
presenta como posible.
Cuanto más recibe de lo alto, más reclama.
Y cuanto más apetecible se le presenta, tanto más ansía acercarse a la luz de
la verdad, de la pureza y de la nobleza y disfrutar del amor. Constantemente se
ve incitada y seducida, pero no satisfecha ni saciada. Y precisamente lo que
más la duele y hiere es lo que más la sana y cura. Lo que le produce la herida
más honda, sólo esto le proporciona salud.
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El sexto
modo de amor
Cuando la
esposa de nuestro Señor ha avanzado más y ha ascendido a mayor heroicidad,
experimenta todavía otro modo de amar, siente un estado de mayor presencia y un
conocimiento más elevado. Se da cuenta que el amor ha vencido todas sus
resistencias interiores, ha corregido sus deficiencias y ha subyugado su ser
más profundo. El amor la ha dominado totalmente, ya no hay oposición. El amor
posee su corazón con seguridad serena, puede descansar en él gozosamente y ha
de actuar con total libertad.
Cuando el
alma se encuentra en este estado, le parece poco todo lo que ha de hacer por la
gran dignidad del amor, le resulta fácil hacer y dejar de hacer, padecer y
soportar. Y por lo tanto vive con suavidad su entrega al amor.
Experimenta
una fuerza vital divina, una pureza clara, una dulzura espiritual, una libertad
envidiable, una sabiduría perspicaz, una dichosa igualdad con Dios.
Ahora es
como una mujer que ha administrado bien su casa, que la ha dispuesto
sensatamente, la ha gobernado con sabiduría, la ha ordenado con pulcritud, la
ha asegurado con previsión y trabaja con entendimiento. Mete y saca, hace y
deshace según ella misma quiere. Así ocurre con el alma en este estado. Ella es
amor; el amor gobierna en ella, soberano y fuerte, trabajando y descansando,
haciendo y deshaciendo, tanto externa como internamente, según ella quiere.
Como el pez
que nada en la gran corriente y descansa en su profundidad y como el pájaro que
vuela valientemente en la anchura y altura del espacio, así ella siente que su
espíritu se mueve libremente en la anchura y profundidad, en la espaciosidad y
altura del amor.
La fuerza
soberana del amor ha atraído el alma hacia sí, la ha guiado, cuidado y
protegido. Le ha dado el entendimiento, la sabiduría, la dulzura y la fortaleza
del amor. Sin embargo, ha ocultado al alma su fuerza soberana, hasta que llegue
el momento en que haya ascendido a mayor altura y hasta que haya conseguido
liberarse completamente de sí misma y el amor reine en ella con más vigor
todavía.
Entonces el
amor la hace tan valiente y libre que no teme ni a hombres ni a demonios, ni a
ángeles ni a santos, ni al mismo Dios, en todo lo que hace o deja de hacer, en
el trabajo o en el descanso. Se da claramente cuenta que el amor está muy
despierto y activo en su interior, tanto si descansa su cuerpo como cuando
trabaja mucho. Sabe y percibe claramente que en quienes reina el amor, éste no
está supeditado a la actividad o al dolor.
Pero todos
aquellos que desean llegar al amor, han de buscarlo con respeto, seguirlo con
fidelidad y vivirlo con un gran deseo. No pueden llegar a él si se retraen
cuando se trata de trabajar duro, padecer mucho dolor y molestias o sufrir
desprecios. Deben prestar mucha atención a cualquier detalle hasta que el amor
llegue a realizar, en su dominio, las grandes obras del amor, haciendo fácil
todo, ligero todo trabajo, dulce todo dolor y borrando toda culpa.
Esto es libertad
de conciencia, dulzura de corazón, bondad de sentimientos, nobleza del alma,
altura de espíritu y base y fundamento de la vida eterna.
Esto es ya ahora una vida como la de
los ángeles. Le sigue la vida eterna que Dios, en su bondad, nos conceda a todos.
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El séptimo
modo de amor
El alma
dichosa todavía tiene otro modo de amar más elevado, que le proporciona no poco
trabajo interior. Consiste en que trascendiendo su humanidad es introducida en
el amor, y que trascendiendo todo sentir y razonar humano, toda actividad de
nuestro corazón, es introducida, sólo por el amor eterno, en la eternidad del
amor, en la sabiduría incomprensible y en la altura silenciosa y profundidad
abismal de la divinidad, la cual es todo en todo, siempre incognoscible y más
allá de todo, inmutable, la cual es todo, puede todo, abarca todo y obra
todopoderosamente.
En este
estado el alma dichosa se ve tan delicadamente sumergida en el amor y tan
intensamente introducida en el anhelo, que su corazón está fuera de sí e
interiormente inquieto. Su alma se derrama y derrite de amor. Su espíritu es
todo él anhelo. Todas sus potencias la empujan en una misma dirección: ansía
gozar del amor. Lo reclama con insistencia a Dios. Lo busca apasionadamente en
Dios. Esta sola cosa anhela sin poder remediarlo. Pues el amor ya no la deja
reposar ni descansar ni estar en paz.
El amor la
levanta y la derriba. El amor de pronto la acaricia y en otro momento la
atormenta. El amor le da muerte y le devuelve la vida, da salud y vuelve a
herir. La vuelve loca y luego de nuevo sensata. Obrando así, el amor eleva el
alma a un estado superior. De esta manera el alma ha subido - en lo más alto de
su espíritu - por encima del tiempo a la eternidad. Por encima de los regalos
del amor ha sido elevada a la eternidad del mismo amor, donde no hay tiempo.
Está por encima de los modos humanos de amar, por encima de su propia
naturaleza humana, en el anhelo de estar ahí arriba.
Allí está
toda su vida y voluntad, su anhelo y su amor: en la seguridad y la claridad
diáfana, en la noble altura y en la belleza radiante, en la dulce compañía de
los espíritus más excelsos, que rebosan amor desbordante y que se encuentran en
un estado de conocimiento claro, de posesión y disfrute del amor.
A veces ahí
arriba vive su relación anhelante, especialmente en compañía de los ardientes
serafines; en la gran divinidad y en la sublime Trinidad tiene su amable
descanso y su dichosa morada.
Ella Lo
busca en su majestad, Le sigue allí y Lo contempla con su corazón y con su
espíritu. Lo conoce, Lo ama, Le desea tanto que es incapaz de prestar atención
a santos o seres humanos, a ángeles o criaturas, a no ser en el amor a Él, que
lo abarca todo y en el que lo ama todo. Sólo a El ha elegido por amor, por
encima de todo, por debajo de todo, en todo, de tal modo que con el anhelo de
su corazón y con todas las potencias de su espíritu desea verlo, poseerlo y
disfrutarlo.
Por esto la
vida terrena para ella es un verdadero destierro, una dura cárcel y un gran
dolor. Desprecia el mundo, la tierra le pesa, y lo terreno no es capaz de
satisfacerla ni contentarla. Le resulta un gran dolor tener que estar tan lejos
y vivir como exiliada. No es capaz de olvidar que vive en el destierro. Su
anhelo no puede ser calmado. Su ansia la tortura lastimosamente. Lo vive como
un camino de pasión y de tormento, sin medida, sin gracia.
Por esto
siente un ansia grande y un anhelo ardiente de ser liberada de este destierro y
poder desprenderse de este cuerpo. Con un corazón herido dice lo mismo que dijo
el apóstol: Cupio dissolvi et esse cum Christo, es decir: 'Mi deseo es
morir y estar con Cristo.'
Así pues, el
alma se encuentra en un ansia ardiente y en una inquietud dolorosa de ser
liberada y vivir con Cristo. La razón de ello no es que la vida actual le
entristezca ni que tenga miedo a los sinsabores que la esperan. No, debido sólo
a un amor santo y eterno, languidece en ansias y se derrite en el anhelo de
poder llegar a la patria eterna y a la gloria del gozo.
El anhelo en
ella es grande y fuerte, su inconstancia le pesa mucho, y el dolor que sufre
por este anhelo es indescriptible. A pesar de todo, no tiene más remedio que
vivir en la esperanza; y es precisamente esta esperanza la que le hace ansiar y
padecer tanto.
Oh santo
deseo de amor ¡qué grande es tu fuerza en el alma que ama! Es un dichoso
sufrimiento, un tormento agudo, un dolor que dura demasiado, una muerte
traidora y un vivir muriendo.
No puede
llegar allí arriba, y aquí abajo no puede encontrar descanso ni reposo. Su
anhelo le hace insoportable pensar en Él, y prescindir de Él hace sufrir de
anhelo su corazón. Así pues, ha de vivir con gran incomodidad.
Y así es que
no puede ni quiere ser consolada, como dice el profeta: Renuit consolari
anima mea, etcetera, que quiere decir: 'Mi alma rehusa ser consolada.'
Rehusa toda consolación, a menudo incluso de Dios y de sus criaturas. Porque
toda alegría que esto podría comportar, intensifica su amor y aviva su anhelo
de un estado superior. Esto renueva su ansia por poner en práctica su amor,
permanecer en el goce del amor y vivir sin consuelo en el destierro. De esta
manera sigue insaciable e insatisfecha en todo lo que recibe, por tener que
carecer de la presencia real de su amor.
Es una dura
vida de padecimiento, por no querer ser consolada mientras no reciba lo que
busca sin descanso.
El amor la
ha seducido, la ha guiado y enseñado a andar por su camino, y ella lo ha
seguido fielmente. A menudo en trabajo costoso y muchas obras, en gran ansia y
fuerte anhelo, en inquietud de muchas clases y gran insatisfacción, en alegría
y dolor y mucho sufrimiento, buscando y reclamando, careciendo y teniendo,
saliendo fuera de sí, en el seguimiento y el ansia, en agobio y pena, en miedo
y preocupaciones, derritiéndose y sucumbiendo, en gran confianza y mucha
desconfianza, en lo bueno y en lo malo - en todo esto está dispuesta a sufrir.
En la muerte y en la vida quiere dedicarse al amor; en el sentimiento de su
corazón sufre mucho dolor; por el amor anhela llegar a la patria.
Cuando en
este destierro lo ha probado todo, todo su refugio es la gloria. Esto es
verdaderamente la obra del amor: anhelar la forma de vida que más conecta con
el amor, en que mejor se puede dedicar al amor, y seguir esta forma de vida.
Por esto
siempre quiere seguir al amor, conocer el amor y gozar del amor. En este
destierro esto no lo consigue. Por esto quiere partir hacia su patria, en donde
ha construido su morada, hacia donde ha dirigido su anhelo y donde descansa con
amor y anhelo.
Pues esto lo
sabe muy bien: allí en su patria quedará libre de todos los obstáculos y será
recibida con amor por su Amado.
Allí
contemplará ardientemente, al haber amado tan delicadamente. Su recompensa
eterna será poseerle a Él a quien ha servido tan fielmente. Gozará plenamente
satisfecha de Él, a quien tantas veces ha abrazado llena de amor en su
interior. Allí entrará en la alegría del Señor, como dice San Agustín: Qui
in te intrat, intrat in gaudium domini sui etcetera, lo cual quiere decir:
'Quien entra en Ti, entra en la alegría de su Señor.' No le tendrá miedo sino
que lo poseerá - morando como amada en el Amado.
Allí el alma
se une a su esposo, se hace un solo espíritu con él en fidelidad inquebrantable
y amor eterno.
Quien se haya empleado activamente
en esto en el tiempo de gracia, lo gozará en el tiempo de la gloria, cuando ya
no se haga otra cosa más que alabar y amar. Que Dios nos conduzca allí a todos.
Amen.
Gentileza
de la revista Cistercium
Traducción
para CISTERCIUM de Ana María Schlüter Rodés.
NOTA DE LA
TRADUCTORA: He traducido a partir de la transcripción al neerlandés actual
que ha hecho Rob Faesen SJ (Beatrijs van Nazareth: Seven manieren van minne,
Uitgeverij Pelckmans, Kapellen 1999), recurriendo a menudo al texto original
que publica conjuntamente.
Como
señala dicho autor, la palabra central es "minne", amor. Se refiere
aquí al amor entre Dios y un ser humano, pero a la vez en muchas ocasiones al
divino Amado mismo, pues el alma experimenta en el amor una vida abismal y
trascendente, por la que participa en el mismo movimiento de amor entre el
Espíritu Santo (eternidad de amor), el Hijo (sabiduría incomprensible) y el
Padre (altura silenciosa y profundidad abismal), como lo expresa Beatriz de
Nazareth en el séptimo modo de amor. A pesar de esto siempre he puesto amor
en minúscula, siguiendo la transcripción y el original.
He
traducido "manieren", en la transcripción al neerlandés actual
"wijzen", por "modos" siguiendo el criterio de R. Faesen,
el cual considera menos acertado traducir por clases, grados, aspectos o
peldaños, pues se trata de modos de vivir el amor o modos de amar.
En el
primer modo Beatriz de Nazareth expresa el anhelo de vivir de acuerdo a la
imagen según la cual ha sido creada, y esta imagen es Cristo. Los místicos no
sólo hablan de una primera venida de Cristo en carne y debilidad y de una
segunda al final de los tiempos en gloria y majestad, sino además de una
venida intermedia en espíritu y fuerza. Esta tiene lugar en el corazón
humano.
De ello se
toma conciencia de un modo especial en el siglo XII. Se realza la relación
amorosa entre Dios y cada ser humano como eje central de la vida. Sobresalen
en este sentido S.Bernardo y también las "mulieres religiosae",
especialmente las beguinas, con las que Beatriz de Nazareth se formó en algún
momento. Mientras que el clero masculino, debido a la influencia aristotélica
en las universidades, en general se apartó de esta corriente, la siguieron
cultivando sobre todo las mujeres. De ello da cumplida cuenta esta obra de
"Los siete modos de santo amor" de Beatriz de Nazareth.
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