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domingo, 20 de octubre de 2024

Comentarios a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 20 de octubre de 2024

Con el marco misionero del DOMUND pasamos a reflexionar sobre las lecturas. de hoy.


La primera lectura tomada de Isaias  (Is 53, 10-11), nos sitúa ante el Siervo de Yahvé.

s un fragmento del final del Cuarto Cántico del Siervo de Yahvé dentro de la obra del profeta denominado "Segundo Isaías". Aunque la descripción de esta figura del Siervo queda indeterminada al identificar de quien se trata, sí que hay algo muy caro y evidente: se trata de alguien que padece, que muere y que es glorificado. Una aventura desconcertante e inaudita para el mismo autor. Se ha leído en ella una referencia a figuras del pasado: Moisés, el rey Josías o el profeta Jeremías; o bien una aplicación a todo el pueblo judío a través de una figura tipológica. Hch 8, 34-35 nos da la clave de lectura cristiana: es en la existencia de Jesús que esta profecía ha hallado su concreción.

El texto de Isaías afirma que los sufrimientos del Siervo de Yahvé obedecen a los designios de la divina misericordia. El Siervo entrega su vida como un sacrificio de expiación, padece en lugar de otros y en favor de otros. Gracias a los padecimientos del Siervo del Señor se cumplen los planes del Señor y "muchos" alcanzan justicia y salvación por la muerte de "uno". Dios restituye la fama a su Siervo y lo devuelve a la vida, que se prolongará en la tierra con una larga descendencia. Jesús que vino al mundo a servir y a dar su vida por todos los hombres, como dice el evangelio de hoy, se identifica con la misteriosa figura del Siervo de Yavé.

"El Señor quiso triturarlo por el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos" (Is 53, 10). "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento": En los salmos en los que se menciona los sufrimientos del justo, se espera o se celebra la liberación por parte de Dios en la vida temporal. Aquí, en cambio, el Siervo sucumbe en la muerte sin experimentar ningún tipo de salvación palpable. Su vida aparece a los ojos de los hombres como un fracaso absoluto.

Entonces es preciso entrar en una nueva perspectiva: la muerte del Siervo forma parte del plan de Dios. El Siervo ha callado, ha sufrido y descendido al sepulcro: pero el designio de Dios ha triunfado. El Siervo, entregando la vida, ha llevado a cabo el triunfo del plan de Dios.

"A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo que ha aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos" (Is 53, 11).  " El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos".

-"... verá su descendencia, prolongará sus años...": La fecundidad de la muerte del Siervo será la declaración pública de su inocencia y justicia. La muerte no será la última palabra.

Pero no se tratará sólo de una reivindicación personal frente a los hombres, sino que la pasión del Siervo servirá para llevar a los demás la justicia.

 

El salmo como la semana anterior nos habla de la presencia de la misericordia del Señor en nuestra vida Salmo 32 (Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22).

R.- QUE tu misericordia, señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Las tres estrofas del salmo se centran en:

* La Alabanza por la palabra del Señor

* Mirada del Señor

* Donde está centrada nuestra esperanza.

VV. 4-5: Primera motivación genérica: «palabra, acción, justicia, misericordia». En cierto modo, el cuerpo del himno desarrolla estos temas.

VV. 16-19: La salvación: referida a la situación bélica y al peligro mortal del hambre.

VV. 20-22: Conclusión del himno, añadiendo el tema de la confianza y una breve súplica final.

Así comento San JUAN PABLO II este salmo “ 1. El salmo 32, dividido en 22 versículos, tantos cuantas son las letras del alfabeto hebraico, es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia. Está impregnado de alegría desde sus primeras palabras:  "Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones" (vv. 1-3). Por tanto, esta aclamación (tern'ah) va acompañada de música y es expresión de una voz interior de fe y esperanza, de felicidad y confianza. El cántico es "nuevo", no sólo porque renueva la certeza en la presencia divina dentro de la creación y de las situaciones humanas, sino también porque anticipa la alabanza perfecta que se entonará el día de la salvación definitiva, cuando el reino de Dios llegue a su realización gloriosa.

San Basilio, considerando precisamente el cumplimiento final en Cristo, explica así este pasaje:  "Habitualmente se llama "nuevo" a lo insólito o a lo que acaba de nacer. Si piensas en el modo de la encarnación del Señor, admirable y superior a cualquier imaginación, cantas necesariamente un cántico nuevo e insólito. Y si repasas con la mente la regeneración y la renovación de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de la resurrección, también entonces cantas un cántico nuevo e insólito" (Homilía sobre el salmo 32, 2:  PG 29, 327). En resumidas cuentas, según san Basilio, la invitación del salmista, que dice:  "Cantad al Señor un cántico nuevo", para los creyentes en Cristo significa:  "Honrad a Dios, no según la costumbre antigua de la "letra", sino según la novedad del "espíritu". En efecto, quien no valora la Ley exteriormente, sino que reconoce su "espíritu", canta un "cántico nuevo"" (ib.).

2. El cuerpo central del himno está articulado en tres partes, que forman una trilogía de alabanza. En la primera (cf. vv. 6-9) se celebra la palabra creadora de Dios. La arquitectura admirable del universo, semejante a un templo cósmico, no surgió y ni se desarrolló a consecuencia de una lucha entre dioses, como sugerían ciertas cosmogonías del antiguo Oriente Próximo, sino sólo gracias a la eficacia de la palabra divina. Precisamente como enseña la primera página del Génesis:  "Dijo Dios... Y así fue" (cf. Gn 1). En efecto, el salmista repite:  "Porque él lo dijo, y existió; él lo mandó, y surgió" (Sal 32, 9).

El orante atribuye una importancia particular al control de las aguas marinas, porque en la Biblia son el signo del caos y el mal. El mundo, a pesar de sus límites, es conservado en el ser por el Creador,  que, como recuerda el libro de Job, ordena al mar detenerse en la playa:  "¡Llegarás hasta aquí, no más allá; aquí se romperá el orgullo de tus olas!" (Jb 38, 11).

3. El Señor es también el soberano de la historia humana, como se afirma en la segunda parte del salmo 32, en los versículos 10-15. Con vigorosa antítesis se oponen los proyectos de las potencias terrenas y el designio admirable que Dios está trazando en la historia. Los programas humanos, cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia, mal y violencia, en contraposición con el proyecto divino de justicia y salvación. Y, a pesar de sus éxitos transitorios y aparentes, se reducen a simples maquinaciones, condenadas a la disolución y al fracaso.

En el libro bíblico de los Proverbios se afirma sintéticamente:  "Muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero  sólo  el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21). De modo semejante, el salmista nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los itinerarios de la humanidad, incluso los insensatos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano.

"Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio (Homilía sobre el salmo 32, 8:  PG 29, 343). Feliz será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en el camino de la historia. Al final sólo queda una cosa:  "El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad" (Sal 32, 11).

4. La tercera y última parte del Salmo (vv. 16-22) vuelve a tratar, desde dos perspectivas nuevas, el tema del señorío único de Dios sobre la historia humana. Por una parte, invita ante todo a los poderosos a no engañarse confiando en la fuerza militar de los ejércitos y la caballería; por otra, a los fieles, a menudo oprimidos, hambrientos y al borde de la muerte, los exhorta a esperar en el Señor, que no permitirá que caigan en el abismo de la destrucción. Así, se revela la función también "catequística" de este salmo. Se transforma en una llamada a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y se compadece de la debilidad de la humanidad, elevándola y sosteniéndola si tiene confianza, si se fía de él, y si eleva a él su súplica y su alabanza.

"La humildad de los que sirven a Dios -explica también san Basilio- muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios" (Homilía sobre el salmo 32, 10:  PG 29, 347). )San Juan Pablo II. Audiencia general del miércoles, 8 de agosto de 2001).

 

La segunda lectura de Hebreos  ( Heb  4, 14-46)

En la Carta a los Hebreos después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe".

Después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo, el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe".

Probablemente alude con ello a un símbolo de la fe recitado en la liturgia bautismal y conocido muy bien por sus lectores. Y, aunque nosotros desconocemos exactamente la forma de este credo primitivo, sabemos que en él se confesaba que Jesús es el Señor y el mismo Hijo de Dios.

Siendo Jesús el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres, es Mediador y nuestro sumo sacerdote. Su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Si éstos penetraban una vez al año en el "santo de los santos", lugar construido por manos de hombre, por más que fuera el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, Jesús, atravesando el cielo, llegó de una vez por todas a la inmediata presencia del Altísimo. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios.

Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades (cfr. 5, 2). Y aunque es verdad que no tuvo pecado (cfr. 7, 26-28), fue probado o tentado lo mismo que nosotros (cfr. Mt 4, 1-11; Mc 1, 12s; Lc 4, 1-13; 22-28).

Si en el A.T. los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.

Jesús es el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres. Es Mediador y nuestro y sumo sacerdote. Su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios. Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades. Aunque es verdad que no tuvo pecado, fue probado o tentado lo mismo que nosotros. Si en el Antiguo Testamento los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.

 

En el evangelio continuamos con San Marcos, evangelista del ciclo B (Mc  10, 35-45).

Son los vs. 32-34, inmediatamente anteriores, con los que empalma el texto de hoy. Los destinatarios son los doce. El procedimiento es en parte similar al de los dos últimos domingos. la primera parte sirve para introducir el tema, objeto de la enseñanza de Jesús en la segunda.

-Primera parte (vs. 35-41).

Cuando Marcos desveló por primera vez el camino de Jesús y de sus seguidores, recogía una frase de Jesús en la que se hacía referencia a una llegada del Hijo del hombre envuelto en la gloria del Padre (Mc 8, 38). Santiago y Juan, dos de los doce, solicitan ahora una participación preeminente en esa situación. Esta solicitud viene a ser una segunda edición de la conversación sobre rango y prioridades reseñada en Mc. 9, 33-34. La solicitud ocasiona la indignación de los otros diez. La situación creada en el grupo determina la enseñanza de Jesús a los doce. Sin embargo, antes de esa enseñanza Jesús explica a Santiago y a Juan que lo que en realidad le están pidiendo es poder estar a su derecha y a su izquierda el día de Viernes Santo. En la globalidad de la obra de Marcos, la frase "está ya reservado" remite a 15, 27: "Estaban crucificados con él dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda".

Jesús les dice a Santiago y a Juan que el concederles esto no depende de él, sino de otros. Estas palabras no deben leerse a la luz del paralelo de Mateo, quien habla de un estar reservado por el Padre. En la versión de Marcos la referencia no es a Dios, sino a la instancia humana que dictará la sentencia de muerte de los dos malhechores.

La enseñanza a los doce comienza con una referencia realista a las situaciones de opresión propiciadas por el ejercicio del poder. La referencia le sirve a Jesús de contramodelo para los doce: Vosotros nada de eso.

En segundo lugar, Jesús les propone su propio modelo, que no es sino una nueva versión del propuesto en 9, 35: El que quiera ser grande, sea servidor; el que quiera ser primero, sea esclavo. Enunciado por paradoja, en la que los segundos miembros niegan a los primeros: servidor niega a grande; esclavo a primero.

Cuando Jesús llamó a los apóstoles, estos no sabían muy bien las condiciones de su seguimiento. Decidieron estar con El movidos todavía por motivos humanos, de búsqueda de prestigio y poder. Veían en Jesús un hombre especial que podía sacarles de la miseria en que vivían. Por eso Santiago y Juan formulan su petición a Jesús desde los modelos habituales del poder. Quieren destacar, estar por encima de los demás. Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal trago" para los hombres. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo. La aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. A la "voluntad de poder" Jesús opone la "voluntad de servicio". Cuando la iglesia se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones. Se aparta de la voluntad de Jesús, pues Él no ha venido al mundo para vivir como un señor, sino para morir como un esclavo. Debemos ser servidores como lo fue Jesús.

Lo que Jesús acaba de decir a Santiago y a Juan lo generaliza después dirigiéndose a los diez restantes y apoyándose sobre el tema del servicio (vv. 41-45). Jesús descubre la conciencia que El tiene de su misión: él es Mesías e Hijo del hombre, pero también el Siervo paciente inmolado por la multitud (v. 45; cf. Is 53, 11-12). Consciente de su misión de jefe y de la proximidad de su muerte, que le impedirá ejercer esta misión, Jesús deposita en Dios su confianza y descubre que sólo será Jefe después de haber servido como siervo de Yahvé.

Pero Jesús exige a sus apóstoles que sigan la misma evolución psicológica. Lo mismo que El ha descubierto su vocación de Siervo paciente, los apóstoles deben descubrir el sentido del servicio (vv. 43-44).

-El v. 45 es uno de los más importantes del evangelio de Marcos, pues es prácticamente el único de los relatos sinópticos que presenta a Jesús como rescate. La idea es probablemente primitiva y el texto auténtico: no sería la primera vez que Jesús se inspira en la teología del Siervo paciente y el valor soteriológico de la muerte (Is 53, 10 u 12; Sal 48/49, 7-9, 15; Dan 7, 14). El rescate designa lo que el hombre ofrece a alguien como compensación de aquello a que tendría derecho. Ahora bien: hay una cosa por la que el hombre no tiene ningún rescate que ofrecer: su propia vida, de la que se adueña la muerte sin posible compensación (Mc 8, 36-37), a menos que el mismo Dios proponga un rescate (Sal 48/49, 9 y 15; cf. Is 52, 3). Jesús es portador de ese rescate ocupando voluntariamente el lugar de personas no solo mortales, sino también culpables (Is 53, 10).

Como voluntaria que era ("dar su vida"), esa sustitución es, por el hecho mismo, sacrificial; es, además, universal ("por muchos"). Estas dos notas son específicas de Marcos y no tienen antecedente alguno en la tradición bíblica. Se da, además, una tercera nota: es ese "Hijo del hombre", ese Juez trascendente de Dan 7, quien, en lugar de juzgar y condenar, pagará el rescate que liberará a los culpables; carga sobre Sí, en cierto modo, su suerte y su condena. Mientras que en Dan 7, 14 el Hijo del hombre debía ser servido, en Mc 10, 45 está hecho para servir a los acusados. De ahí que Cristo no deje de creer que está llamado a una exaltación paralela a la del Hijo del hombre, pero sabe también cuál va a ser el camino de esa exaltación: el servicio y el sacrificio.

Este Evangelio considera, por tanto, a la pasión de Jesús y a su resurrección, en sus repercusiones sobre la vida cristiana: "es necesario" beber el cáliz para sentarse en los tronos, bautizarse en la prueba para juzgar a la tierra, servir para ser jefe. El sufrimiento entra de pleno derecho en la vida del discípulo y no solamente este sufrimiento accidental, moral y físico que forma parte de la condición humana, sino también el sufrimiento característico de la oposición y del abandono que llevó a Jesús a la cruz.

"Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan..." (Mc 10, 45). Ante el estupor y la indignación de los demás apóstoles, "los hijos del trueno" se atreven a pedir al Maestro los primeros puestos en el Reino, ocupar como principales ministros del gran Rey los sitiales de la derecha y el de la izquierda.

Jesús les recrimina -, "No sabéis lo que pedís -¿sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?". Ellos contestaron sin vacilar: "¡Podemos!”. Jesús, como siempre, les habla con claridad de las dificultades que supone el seguirle: " el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo; está ya reservado".

La contestación no les desanima en su afán de seguir a Jesucristo y continuarán cerca de él, amándole y sirviéndole hasta el fin de sus vidas, abriendo y cerrando la serie de los doce apóstoles que morirán en servicio del Evangelio. Así, Santiago el Mayor será el primero en morir, mientras que Juan será el último del Colegio Apostólico que morirá, dando testimonio de lo que vio hasta el momento final de su vida, bebiendo día a día, sorbo a sorbo, aquel cáliz de gozo y de dolor que el Señor les había prometido.

La atrevida petición de los hijos de Zebedeo da pie al Maestro para enseñar a los Doce, y a nosotros, que en el Reino de Dios no se puede buscar la gloria y el honor de la misma forma a cómo se consigue en los reinos de acá abajo, en que los ambiciosos o los malvados sin escrúpulos suelen escalar hasta la cima de los primeros puestos, para aprovecharse luego de los demás y enriquecerse a costa de unos y de otros. En el Reino de Dios para triunfar hay que humillarse antes, para llegar a reinar con Cristo primero hay que pasarse la vida sirviendo.

"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos". Esa es la doctrina que marca la realdiad de la vida cristiana. No hay otro camino ni otra fórmula. Ese es el itinerario que Cristo, nuestro Dios y Señor ha marcado con su misma vida. Él, siendo quien era, no consideró codiciable su propia grandeza divina y se despojó de su rango hasta hacerse un hombre más. Incluso, dentro de su condición humana, tomó la forma de siervo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Su humillación fue suprema y única, un camino claro, decidido y generoso para que nosotros lo recorramos con abnegación y con gozo.

 

Para nuestra vida.

Al celebrar la Jornada del Domund caemos en la cuenta de que, la Palabra del Señor, necesita voceros humanos, no de cualquier palabra, sino de la Palabra que proclama  la misericordia. Pero, sobre todo, reflexionamos sobre un hecho del todo importante: la misericordia de Dios no conoce límites. Por ello mismo no es de extrañar que, donde los gobiernos no alcanzan, siempre un misionero es noticia por su constancia, presencia y entrega apasionada. ¿Su secreto? Llevan a Cristo en sus entrañas.

Esta jornada del Domund nos empuja, allá donde estemos, a vivir y ser misioneros de la misericordia. A estimar con nuestra oración sincera y nuestra limosna generosa, la acción evangelizadora que en nombre de Cristo desarrollan   los misioneros .

 

En la primera lectura leemos unos  versículos de Isaías que pertenecen a la conclusión del cuarto cántico del Siervo (52, 13-53, 12): inocencia-condena-glorificación del Siervo tras su gran humillación. Ya de antemano, el cántico anuncia el éxito del Siervo por su docilidad al Señor (52, 13-15). Los que antes se espantaron, al contemplar su figura rota y maltrecha, ahora deben permanecer callados en señal de admiración.

En el cuerpo del poema, un grupo anónimo nos habla de su nacimiento, sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del siervo. Su nacimiento y crecimiento es oscuro como raíz en tierra árida (v. 2); desfigurado por el dolor es considerado como algo insignificante, y la sociedad le da de lado, lo condena al ostracismo. ¿Sufrirá el justo por sus pecados? (v. 3) ¿No seremos nosotros más bien los culpables? (vs. 4-6). Las cicatrices del justo tienen un valor curativo; una condena injusta acaba con él en la sepultura, y la gran paradoja: se reconoce su inocencia después de su muerte (vs. 8-9).

La muerte del Siervo no ha sido inútil. Su sufrimiento y castigo han conducido al éxito; la muerte nunca es punto final sino prenda de salvación para todos nosotros los impíos.

La paradoja es clara; el siervo de Yavhé, su elegido, carga con lo que tradicionalmente procura la ira de Dios frente a los impíos. El "aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca", aparece como víctima expiatoria (Lv. 4). El resultado es extraordinario: rompe el esquema tradicional de la justicia divina. Hasta entonces, quien la hace, la paga; el profeta, en cambio, descubre que puede que no sea así y revela en su oráculo un nuevo hecho: el sufrimiento tiene un valor salvador, no es sólo castigo sino que puede ser salud y, lo que es más notable, salud para los demás. Eso sí, tiene que sufrir el justo, y pues el injusto, el impío, al sufrir, paga, mientras que el justo, con el sufrimiento, salva.

Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia, humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús. El desfigurado en su pasión y muerte en la cruz es reconocido como el justo (Hech 3, 13s). Su silencio impresiona a Pilatos; es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que nosotros nos contamos.

El secreto del triunfo para el justo radica en que su vida es servicio para los demás, no en su propio éxito (Mc. 10, 45).

Los cristianos siempre hemos aplicado a Jesús, este cuarto canto del siervo de Yahvé. Porque, evidentemente, Jesús nos salvó del pecado a través del sufrimiento, del bautismo de la muerte. Gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesús la humanidad entera quedó redimida de sus pecados.

 

El salmo nos invita a vivir desde la misericordia. El Salmo concluye con una antífona que es también el final del conocido himno Te Deum:  "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti" (v. 22). La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como  un  manto, nos envuelve, calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra esperanza.

El plan de Dios es un plan de salvación que no pueden frustrar los planes humanos adversos; que incorpora en su realización las acciones de los hombres, conocidos por Dios. La confianza, como enlace del hombre con el plan de Dios, se convierte en factor histórico activo, para encarnarse en la historia de la salvación. Como el plan de salvación de Dios no tiene límites de espacio o de tiempo, así este salmo queda abierto hacia el desarrollo futuro y pleno de dicha salvación, queda disponible para expresar la confianza de cuantos esperan en la misericordia de Dios.

Todo el texto rezuma confianza ilimitada en el poder salvador de Dios: Que resuene sinfónicamente, con la aportación peculiar de cada uno de nosotros, la alabanza del Señor. Dios nos ha hablado. Cristo, que habita por la fe en nuestros corazones, es su Palabra siempre interpeladora y convocadora. Por esta Palabra Dios hizo el cielo, sujetó a la creatura inestable del agua, conduce la historia; por ella hemos adquirido nuestra identidad carismática, nos mantenemos unidos y congregados en el amor comunitario y lanzados hacia la misión.

Motivo de alabanza es la confianza ilimitada en el poder conquistador de Dios, porque su «plan subsiste por siempre y los proyectos de su corazón de edad en edad». Tenemos la certeza de que nuestro servicio a la causa del progresivo reinado de Dios tiene futuro y no es una ilusoria utopía. La certeza no nace de nuestro prestigio social, de nuestras cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su gran ejército se salva». La certeza brota de la seguridad de que Dios ha puesto sus ojos en nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones desesperadas: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.»

 

En la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos nos anima a confiar plenamente en Jesús, nuestro sumo sacerdote, porque él comprende nuestras debilidades e intercede continuamente por nosotros ante el Padre.

El autor de la carta a los Hebreos se dirige a  unos judíos convertidos, posiblemente de estirpe sacerdotal, que añoran el templo de Jerusalén y el esplendor de su culto externo.  Les quiere mostrar la grandeza y la eficacia del culto cristiano "en espíritu y en verdad". El sacerdocio levítico,  debe ceder ante el sacerdocio de Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de Cristo supera el de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote del templo, porque está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más rebajado al lado de los hombres: ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del Padre, y por otra parte "no es incapaz de compadecerse de nuestra debilidades, sino que ha sido probado en todo... excepto en el pecado". El sumo sacerdote judío no llegaba ni tan arriba ni tan abajo. Se mantenía excesivamente distante de Dios y de los hombres.

Bastante lo sabían los destinatarios de la carta. Por ello, en vez de evocar nostálgicamente la antigua liturgia, deben estar contentos del misterio cristiano en el que han creído, y deben tener la seguridad, a pesar de su simplicidad externa, de encontrar en él la ayuda eficaz que los ritos judíos no les podían procurar.

"No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”. Jesús nos ha enseñado, sufriendo, a obedecer, porque fue como nosotros en todo, menos en el pecado. Si la santidad trascendente de Dios nuestro Padre nos parece demasiado alta e inalcanzable por medio de Cristo tenemos el privilegio de acercarnos a Dios para recibir lo necesario en cualquier circunstancia. Él puede entender nuestros problemas porque fue "tentado en todo".

Confesamos y nos acercamos a quien fue  "tentado en todo (menos en el pecado” (ν.15). La palabra "tentación" equivale aquí prácticamente a prueba, que al fin de cuentas eso es la tentación: algo que pone a prueba las fuerzas y virtud del hombre. Jesucristo, igual que nosotros, padeció las "tentaciones" o pruebas de cansancio, hambre, temor ante el sufrimiento,; incluso fue tentado por el diablo . Sin embargo, cuando se metía de por medio el pecado, hubo una gran diferencia: la de que El, no solamente no cometió pecado, sino que ni lo podía cometer, y las tentaciones en este sentido no podían provenir sino del exterior (cf. Mt 4:8-10), nunca de su interior, donde no existía esa lucha entre carne y espíritu que tantas veces a nosotros nos arrastra al pecado. Mas esa "impecabilidad," que le coloca aparte y por encima de nosotros, en nada disminuía su "compasión de nuestras flaquezas" (v.15); antes al contrario, más bien la hacía más elevada y pura, ya que jamás podía mezclarse ahí el egoísmo.

 

Fundamentales para nuestra vida cristiana son las enseñanzas del evangelio de hoy.

El texto comienza con el dialogo entre Jesús y unos discípulos: “Qué queréis que haga por vosotros: concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. No sabéis lo que pedís”. Pensar en un mesianismo triunfante en lo político y en lo social, esa fue siempre la tentación del pueblo judío, y lo fue también durante bastante tiempo, a partir del emperador Constantino, de gran parte de toda la Iglesia Católica. Hoy todos nosotros sabemos que el mesianismo triunfante fue una gran equivocación, porque Cristo en su vida histórica, de hecho no triunfó durante su vida porque le persiguieron y terminaron matándole, con una muerte ignominiosa de cruz. El hecho de que Cristo resucitara y ascendiera a los cielos pertenece ya a la otra vida. El mesianismo triunfante nos aleja realmente de la figura real de Jesucristo, pobre, manso y humilde. Debemos examinarnos cada uno a nosotros mismos, para analizar, con sinceridad y verdad, por qué somos cristianos, si por amor a Jesucristo, pobre, manso y humilde, o por devoción a un Cristo que puede concedernos muchos favores. Ser, en definitiva, creyentes en un Dios farmacia, en un Dios que puede resolvernos muchos problemas reales de la vida, en un Dios milagro, antes que en un Dios amor. El mesianismo triunfante se puede infiltrar en muchos actos de nuestra vida, falsificando realmente nuestro cristianismo. Debemos seguir a Jesús siempre por amor, tratando de imitarle en lo que realmente su vida fue. El mesianismo de Jesucristo fue un mesianismo salvador y redentor, intentando salvar siempre en primer lugar a los más pobres, enfermos, marginados y necesitados, sin excluir evidentemente a nadie. Hagamos nosotros lo mismo.

Sabéis que los reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Debemos tener en cuenta que Jesús no amaba el sufrimiento por el sufrimiento, Jesús amaba el sufrimiento por amor, por amor a las personas; el sufrimiento de Jesús era un sufrimiento salvador y redentor. Los cristianos no debemos ser personas que por prediquemos el sufrimiento como algo deseado, a nadie nos gusta sufrir por sufrir. Para nosotros el sufrimiento sólo es un medio necesario para salvar nuestras vidas y salvar las vidas de los demás. Si el sufrimiento no es fruto del amor verdadero a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo, no es verdadero sufrimiento cristiano. El mérito no está en sufrir o no sufrir, sino en sufrir por amor, o no aceptar el sufrimiento con amor. Lo mismo podemos decir del servir. Prácticamente todas las personas servimos a alguien, persona o institución, no se trata, pues, de servir a alguien o no servir a nadie, se trata de servir con amor y por amor a las personas con las que nos relacionamos, o a la institución a la que pertenecemos. Sufrir, servir, sí son términos cristianos, pero sólo si se hacen por amor y son fruto del amor.

" El que quiera ser primero, sea esclavo de todos". Desde que nacemos, queremos ser los primeros y que los demás estén pendientes de nosotros y vivan para nosotros. Así lo querían los discípulos de Jesús Santiago y Juan, y podemos deducir por el contexto, que así lo querían también todos los discípulos de Jesús. Jesús, el Maestro, les dice, ya en cristiano, tres cosas: primero, que si quieren ser los primeros tienen que estar dispuestos a sufrir mucho, a beber el cáliz del martirio; segundo, que deben querer ser los primeros, no en el mandar, sino en el servir; tercero, que lo de sentarse a la derecha o a su izquierda es cosa de Dios. Trasladando todo esto a nuestra situación personal y concreta, debemos ahora preguntarnos cada uno de nosotros también tres cosas:

*¿queremos nosotros, de verdad, ser los primeros para servir y no para mandar?;

*¿estamos dispuestos a sufrir todo lo que haga falta para conseguir ser los primeros servidores de los demás?;

* ¿somos capaces de aceptar con humildad que sea Dios el que juzgue, premie o castigue, nuestro comportamiento?.

 Hagamos un sincero examen de conciencia sobre estos tres puntos, dentro de la propia familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales, en el secreto más interior de nuestro corazón, de nuestra conciencia.

Los hijos del Zebedeo resultaron ser osados y muy atrevidos. Primeros puestos en el Reino de los Cielos. Y no menos certera y a punto la respuesta de Cristo: “Eso a mí no me toca concederlo”. Y es que, el cáliz de Cristo, no es el que nosotros solemos apurar (brillante, ajustado a nuestra vida,). Imposible pretender primeros sitios ni aquí, ni  en la eternidad si, tal vez en la tierra, buscamos los más apartados a la hora de servir. Una frase nos puede resultar iluminadora en este día: no salva el poder sino el servir. El cáliz del Señor es, tal como el Domund nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de nuestra entrega incondicional a los más necesitados, porque llevamos el ardor de Cristo dentro, así nos identificarnos más con Jesús y así manifestamos nuestra condición de cristianos.

 No olvidemos que, ni Santiago ni Juan, se echaron atrás al recibir la respuesta-reproche de Jesús: uno fue el primero en dar testimonio de su fe con su sangre y, el otro, paso a ser –en la tierra y no en el cielo- amigo de primera línea del mismo Jesucristo. Sintieron, como tantos misioneros, religiosos, religiosas, Papas, obispos, laicos y sacerdotes sentimos que, el creer, nos lleva a una conclusión: para triunfar a los ojos de Dios hay que humillarse ante los ojos de los humanos. Cuesta rebajarse en la tierra para pensar que, sólo así, seremos elevados en el cielo.  Una cosa es pensarlo, otra cosa diferente predicarlo y otra muy distinta vivirlo. Pero en ese sendero está la luz que nos lleva a Dios. Para nuestra suerte Jesús es la misericordia de Dios, él tuvo la grandeza: de ser misericordioso eligiendo. Pudiendo haberse rodeado de elocuencias, prefirió la sencillez de Pedro, la bondad de Juan, la mediocridad de Judas o las dudas de Tomás. Esa actitud de misericordia continua siendo una realidad para suerte nuestra.

Jesús acaba de anunciar claramente a sus discípulos cómo ha de padecer y morir en Jerusalén para resucitar al tercer día (vv. 32-34). Sin embargo, y aunque no es la primera vez que les habla sobre este particular, sus discípulos siguen sin entender nada (cfr. 9, 32). Jesús marcha resueltamente delante de ellos, preocupado y sabiendo adónde va, pero los discípulos andan despistados y distraídos por cosas muy diferentes. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se adelantan del grupo y dan alcance al Maestro. Van a pedirle nada menos que ocupar los dos primeros puestos en el reino que, según pensaban, iba a inaugurarse de un día para otro.

Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal trago" para los hombres; "ser bautizado" es tanto como sumergirse en la amargura de la muerte. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo. Porque esto es lo que debiera preocuparles y no sentarse en los primeros puestos. La ambición de los hijos de Zebedeo indigna a sus compañeros, y el grupo se divide.

Pero Jesús, dejando a un lado la cuestión de rangos y precedencias en el reino futuro, los reúne de nuevo y les enseña cómo deben comportarse ahora en el reino de la comunidad. En primer lugar, constata el hecho de que los jefes y los grandes tiranizan y oprimen a los pueblos. El abuso de poder es un hecho fácilmente comprobable en todos los pueblos, tanto que Jesús lo da por sabido.

Por eso la aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. Ya que en esto consiste la única grandeza, y el que oprime a los demás es un miserable. A la "voluntad de poder" Jesús opone la "voluntad de servicio"; al imperio autoritario de los jefes y los grandes de este mundo, la "diaconía" (=servicio) evángelica. Cuando la iglesia se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones, se aparta de la voluntad de Jesús.

Como ha de ser el servicio a los demás y hasta qué extremo, lo dice Jesús con su propia vida y con su muerte; pues él no ha venido al mundo para vivir como un señor, sino para morir como un esclavo. Jesús ha querido ocupar el último lugar de todos, la cruz, para servir a todos dando la vida por todos.

Estas palabras, en las que Jesús afirma el valor redentor de su muerte, son una clara alusión al texto de Isaías (53, 11s, de la primera lectura de hoy; cfr. Mc 14, 24). Jesús es el Siervo de Yavé, el "uno" que muere por "muchos", es decir, por todos. Tanto en el texto de Isaías como en otros lugares bíblicos (p. e. Rom 5, 12ss), la palabra "muchos" (que se contrapone a "uno") equivale a "todos". Por lo tanto, Jesús muere por todos los hombres y no sólo por los hijos de Israel. Lo cual debió extrañar sin duda a los judíos por las siguientes razones: a) Porque consideraban que sólo los hijos de Israel podían esperar la salvación prometida. b) Porque la idea de un Mesías que salvara con su muerte les era desconocida, a pesar de lo que había profetizado Isaías. c) Porque no creían que todo el pueblo de Israel necesitara ser redimido del pecado.

Rafael Pla Calatayud.

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