Lectura espiritual del poema
“Nada te Turbe” de Santa Teresa de Jesús
Parece casi superfluo hacer la presentación del poema
de la Santa. ¿Quién no lo conoce? Lo hemos leído de letra suya, más o menos
imitada. Lo hemos cantado musitando su música sedante. Tantas veces hemos repetido
sus versos en grupos de oración, haciendo espacio al silencio de todos. En
momentos difíciles se lo hemos insinuado al amigo: mira que todo se pasa! Nada
te turbe, decía
Santa Teresa. Que Dios está por encima de todo…
Es tan breve el poema, que apenas ocupa espacio. Lo
reproducimos una vez más, para leerlo pausadamente y desgranar uno a uno la
espiga de sus versos:
Nada te
turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
¡ Sólo Dios basta !
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
¡ Sólo Dios basta !
¿Cómo leer el poema? ¿Es -como se ha dicho- un salmo
teresiano?
En tal caso ¿cómo entenderlo y apropiárnoslo? ¿Es un
salmo sapiencial, de corte “gnómico”, como pretenden los entendidos? ¿O es un
salmo íntimo, como ciertos poemas del salterio bíblico, que invitan a la propia
alma a prorrumpir en determinados sentimientos? Por ejemplo, “Alaba, alma mía
al Señor, y todo mi ser a su santo nombre”.
Si es un breve salmo sapiencial, hay que leerlo
dejándole flecharnos el alma con el dardo de cada verso, cargado de
resonancias, que desde cada sentencia nos devuelven a las sendas de la propia
vida, sendas a veces tortuosas, a veces encrespadas o espinadas.
Si, en cambio, es un salmo íntimo, nos introduce en el
alma de la autora, que se va diciendo a sí misma: “Teresa, que nada te turbe”…
Sí, son dos lecturas posibles, o dos ensayos de
escucha ante la melodía de cada verso. Personalmente, prefiero la segunda. El
“nada te turbe” es un requiebro en soledad. Teresa escribe su poema a solas.
Como hacen siempre o casi siempre los poetas líricos y los místicos. Cierto que
ella no compone esos versos como un billete de envío para convertirlos en
misiva espiritual para alguno de sus amigos. Los compone como una vivencia más,
o como simple latido del alma.
En primer lugar, Teresa no suele
tutear a sus amigos. Ni siquiera a su hermana Juana o a su sobrina Teresita.
Basta leer las cartas que les dirige. A Teresita, por ejemplo: “…hija mía,
mucho me holgué con su carta y de que le den contento las mías…” A Teresa la
tutea la voz interior: “Teresa, no hayas miedo”; “no te metas en eso!”; “diles
que si podrán por ventura atarme las manos”; “¿en fríos te detienes?” “¡Ahora,
Teresa ten fuerte!” Pero en ese diálogo, ella es la destinataria del tuteo. La
tutea su Señor, como en la Biblia.
Ella, en cambio, sólo se tutea
hablando consigo misma. Mejor dicho, ella tutea a la Teresa profunda, la de su
interior: “¡tú, alma mía, por qué estás triste!” “O vida, vida, ¿cómo puedes
sustentarte estando ausente de tu Vida? En tanta soledad, en qué te empleas,
qué haces…” “Oh ánima mía, deja hacerse la voluntad de tu Dios. Eso te
conviene” etc. Así en las Exclamaciones. y en Vida: “Paréceme fuera bien, oh
ánima mía, que miraras el peligro de que el Señor te había librado…” (5,11).
Notémoslo bien. Teresa es capaz de
ese extraño desdoblamiento de personalidad que le permite hablar con el tú de
sí misma. Exactamente con su tú interior. Ella tiene densa interioridad.
Hablando del “castillo de su alma”, ¿no dijo ella que se parecía a un castillo
entablado de moradas? Está convencida de que, en esa densidad del alma, le es
posible enviar mensajes (o clamores) desde las moradas superficiales hasta la
morada central del castillo. Porque el tú más identificado con ella reside ahí
en lo hondo. Pues… ahí en lo hondo, se despliega su poema: “Teresa, que nada te
turbe…”
Aparte esa clave literaria o
estilística, hay todavía otra razón puramente espiritual, para proponer la
lectura del poema como un murmullo de intimidad. A Teresa le han pasado ya tantas
cosas en la vida. En su drama interior le ha ocurrido una tremenda, que la ha
llenado de sobresalto. Fue el encuentro repentino con una Presencia interior
que la traspasa y la desborda. Esa Presencia novedosa la desconcierta de tal
suerte, que de pronto en su interior surge una voz capaz de sedar todo el
oleaje. La voz interior le dice: “no hayas miedo, Teresa”. Refrendado por el
tremendo “Yo soy”
de la Biblia. Exactamente estas tres palabras: “No hayas miedo,
hija /que Yo soy / y no te
desampararé” (Vida. 25,18)
Ese “no hayas miedo, hija”, ¿no
sería el punto de arranque de su inspiración poética y mística?
En el libro de
la Vida, Teresa lo comenta así “Paréceme que, según estaba (yo), eran menester
muchas horas para persuadirme a que me sosegase, y que no bastare nadie. Heme
aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con ánimo, con
seguridad, con una quietud y luz, que en un punto vi mi alma hecha otra… ¡Oh,
qué buen Dios!” (ib).
Pues bien. Sabemos que los
auténticos poemas líricos, una vez creados, se hacen autónomos, tienen vida
propia, alejados de la voluntad del autor que los compuso. Y que por eso, son
polivalentes o polisémicos. Cada lector puede escucharlos libremente: o como
una voz en que Teresa excepcionalmente lo tutea: “a ti, lector, ¡que nada te
turbe!”… O mientras lee, puede sentirse convocado a ese misterioso ámbito en
que a la autora le suceden cosas y cosas…, y él la escucha diciéndose a sí
misma: “Teresa, ¡que nada te turbe! que “Yo soy” está contigo!” Como ese “yo
soy” estaba con Moisés.
No lo olvidemos. Teresa es una
contemplativa. Se nutre de palabra bíblica. A través de sus meditaciones,
tantas palabras bíblicas se le han quedado prendidas de las cuerdas del arpa
interior.
En nuestro poema, lo cierto es que
cada verso resulta ser un anillo de empalme con palabras bíblicas que ella ha
pasado tantas veces desde el libro a los ojos, y desde los ojos al alma.
Nosotros, lectores de su poema,
podemos rastrear el eco de esas vibraciones. Sin pretensiones de erudita
búsqueda literaria. Sino como prolongaciones de onda en la vivencia espiritual
de Teresa orante o de Teresa poeta.
El verso primero, nada te turbe, es
claro eco de la palabra de Jesús a los amedrentados discípulos, momentos antes
de la Pasión: “que no se turbe vuestro corazón” (Juan 14,1)
El verso segundo, nada te espante:
no habla de susto sino de asombro. (Basta recordar cualquier otro pasaje
teresiano: se le conmovía de gozo el alma, “espantada (=asombrada) de la gran
bondad y magnificencia y misericordia de Dios”: (Vida, 4,10). También es
resonancia del asombro de los discípulos ante los gestos taumatúrgicos de
Jesús: “¿eso o s asombra? ¡cómo os admiraréis cuando veáis al Hijo del Hombre
subir adonde residía antes!” (Juan 6,63)
El verso todo se pasa, que
materialmente remite a la consigna del filósofo griego “panta rei=todo pasa”,
también es eco de la palabra de Pablo: “pasa este mundo” (1Cor. 7,31), o las
palabras de Jesús: “cielo y tierra pasarán” (Mt. 34,25), seguidas de la eterna
vigencia de la palabra de Jesús (“mis palabras no pasarán”), que da paso a la
sentencia del verso siguiente.
Dios no se muda. Sí, el Señor y su
verdad permanecen para siempre (Salmo 116, 2). Para Teresa, la fidelidad de
Dios en la amistad (“él es amigo verdadero”) contrasta con la versatilidad de
las amistades humanas: “Vos sois el amigo verdadero… Todas las cosas faltan.
Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis…, que ya tengo experiencia de la
ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía” (Vida, 25,17). Es un
anticipo del verso último del poema.
La paciencia / todo lo alcanza. Se
lo decía Jesús a los discípulos anunciándoles las persecuciones: “con vuestra
paciencia poseeréis vuestra aloma, vuestra vida” (Lc. 21,19).
El verso final: ¡sólo Dios Basta!.
Es la palabra lema de los contemplativos. Es el “sólo Dios” de San Bernardo o
del hermano Rafael. “Solas con Él solo”, será el lema teresiano para las
jóvenes pioneras del Carmelo de San José.
Los tres absolutos del poema.
os tres absolutos del poema son
éstos:
– nada, nada, nada
– todo, todo
– sólo Dios!
Tres nadas, dos todos, un único
sólo Dios.
Es posible que la dosis balsámica y
sedante que desde el poema impregna al lector se deba a la cadencia de los dos
versos finales, con su asonancia en a-a: “nada le falta / sólo Dios basta.”
Asonancia suavemente introducida en versos anteriores: todo se pasa / todo lo
alcanza.
Pero, sin duda, más fuerte que esa
cadencia musical es lo medular y absoluto del mensaje que nos llega a través
del poema, con su alternancia de todos / nadas / sólo Dios. Tres veces nada,
nada, nada. Dos veces el todo, todo: “todo se pasa / todo lo alcanza” Y una vez
sola, pero cerrando el poema en el verso final: “¡sólo Dios!” y punto. O “sólo
Dios” y basta. Si el poema era un sedante psicológico, por encima de la psicología
prevalece la teología de la contemplativa y mística que es Teresa.
Fuente: Revista Teresa de Jesús (nº 109)
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