La nueva vida impregnada del amor de que habla Jesús es mucho más que un mero sentimiento. Está ratificado con la fidelidad, con el cumplimiento constante de la voluntad de la persona amada. Es decir, en definitiva, sólo quien cumple con los mandamientos de la ley divina es quien realmente ama al Señor. Lo demás es palabrería, una trampa que ni a los mismos hombres engaña, y mucho menos a Dios. Eso es lo que el Jesús nos enseña: El que me ama guardará mi palabra. Y por si acaso no lo hemos entendido añade: El que no me ama, no guardará mis palabras. Examinemos nuestra conducta y veamos si de verdad amamos al Señor. Y en caso contrario, tratemos de rectificar.
Caminemos con esta persuasión y avancemos alegres por la vida, desgranando nuestros días en un ambiente de incesante gozo pascual. Que nada ni nadie nos turbe. Que pase lo que pase, conservemos la calma, vivamos serenos y optimistas, persuadidos de que Jesús, con su muerte y con su gloria, nos ha salvado de una vez para siempre. Y nos libera del poder del pecado y de la muerte.
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