«Al orar no os perdáis en palabras» (Mt 6, 7): orar es amar
Jesús
buscó la soledad para orar. Sin duda, también oró en comunidad, pero
necesitó tiempo y silencio para estar con el Padre. Con Él estaba cuando
iba anunciando el Reino por los caminos, cuando asistía a fiestas y se
acercaba a la gente menos recomendable.
Nos avisó de que en la
palabrería humana hay muchas veces miedo al encuentro cara a cara. Las
palabras se pueden convertir en un escudo de defensa. Ni habla nuestro
corazón, ni podemos escuchar a Dios, aunque recitemos cosas preciosas. Y
así sucede cuando sustituimos o llenamos el silencio de ayudas, que a
veces son necesarias para iniciar, pero que después pueden distraernos
del tú a tú, o salvarnos del cuerpo a cuerpo.
Orar es entrar en la corriente del amor divino. La oración nos abre a la mayor sencillez: orar es estar con el Amigo por excelencia. Y nos adentra en el mayor misterio, porque el amor es una hondura insondable. La sencillez anima en nosotros la comunicación. Entendemos que vale un suspiro, una mirada, una palabra suelta o un derramarse ante Dios. Y el misterio nos invita a desear siempre dar un paso más.
La gran promesa de Dios es la paz. Una paz que llega hasta los confines del mundo. De nuestro mundo interno, de nuestro pequeño círculo amado y del mundo desgarrado por el dolor. Dios nos ofrece esa paz también en la oración, cuando tratamos de amistad con Él. No es la paz que adormece o tranquiliza, es la paz que da fuerza, que abre los ojos, que empuja al camino de la confianza y la fraternidad.
En el encuentro intimo, cara a cara, Jesús nos va enseñando el Reino. Nos descubre la salud en el perdón. Nos muestra la luz en la misericordia. Así nos cura, a veces en un instante inesperado, a veces a través de muchos momentos. Así nos enseña a vivir con lo incurable, como camino de
Entender esto nos acerca a Jesús, porque descubrimos que siempre y en todo momento podemos orar. ¿Quién o qué nos puede impedir mirar a Dios en cualquier circunstancia? Nadie ni nada. En cualquier
Orar es dejarse modelar, en ese centro de nuestra alma, por el amor. El alfarero trabaja en silencio y con cuidado. Pide confianza para poder hacer la obra. Pide colaboración: ese poquito que podemos poner nosotros y que es acudir al interior. No se trata de ensimismarnos, sino de mirar la vida, las personas y los acontecimientos, con ojos más profundos. Se trata también de aceptar un silencio a veces desnudo. Acudir a lo interior es atención y paciencia para descubrir el fondo de todo y cómo ahí siempre corre una brisa, nos habla un susurro.
solidaridad profunda. Y así también, nos enseña a curar, buscando a quienes necesitan salud.
momento podemos sintonizar con el corazón de Dios, entrar en la morada que tiene en nosotros, donde habita. Donde nos enseña el amor.
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