jueves, 28 de julio de 2011

Dios a quien buscamos… sin saberlo.

“Hijo, desde la juventud acumula instrucción, y hasta la vejez encontrarás sabiduría. Acércate a ella como quien ara y siembra, y espera sus mejores frutos. Cultivándola te fatigarás un poco, pero bien pronto comerás de sus productos. Es muy dura para los ignorantes, el necio no la soporta; como piedra de toque lo oprime, y él no tarda en sacudírsela. Pues la sabiduría hace honor a su nombre, no se manifiesta a muchos. Escucha, hijo, acepta mi opinión y no rechaces mi consejo. Mete los pies en su cepo, y el cuello en su coyunda. Doblega la espalda y carga con ella, no te rebeles contra sus cadenas. Acércate a ella con toda tu alma, y con toda tu fuerza guarda sus caminos. Síguela, búscala, y se te dará a conocer, cuando la tengas, no la sueltes. Porque al final hallarás en ella descanso, y ella se convertirá en tu alegría.


Sus cadenas serán para ti un refugio seguro, y sus argollas un traje de gloria. Adorno de oro será su yugo, y sus correas cintas de púrpura. Como túnica de gloria te la vestirás, te la ceñirás como corona de júbilo. Si quieres, hijo, serás instruido, si te aplicas bien, adquirirás destreza. Si te gusta escuchar, aprenderás, si inclinas tu oído, serás sabio.

Acude a la reunión de los ancianos, y si encuentras a un sabio, júntate a él. Escucha con interés toda palabra que venga de Dios, que no se te escapen los proverbios agudos. Si ves a un hombre prudente, madruga en su busca, que tus pies desgasten el umbral de su puerta. Medita los preceptos del Señor, practica sin cesar sus mandamientos. Él mismo fortalecerá tu corazón, y te concederá la sabiduría que deseas.”(Eclesiástico 6, 18-37).

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