jueves, 12 de abril de 2012

Cuando Dios calla (II)

El silencio de Dios causa desconcierto en hombres y mujeres consagrados a Dios. Ignacio Larrañaga, como él sólo lo sabe hacer: Con claridad, profundidad y realismo; describe tres grupos, diferenciados por la manera en que el silencio de Dios afectó su búsqueda de Dios.
Los derrotados por el silencio
"Estos abandonaron definitivamente la vida con Dios y se las arreglaron para vivir como si Dios no existiera. Durante largos años se esforzaron por vivir su fe. Despertaban a medianoche, invocaban a Dios y Dios no respondía. Se levantaban por la mañana, clamaban al Señor; y tenían la impresión de que el Interlocutor estaba lejos, o simplemente no estaba. Cada intento de oración acababa en fracaso. Mil veces sintieron ganas de tirarlo todo por la borda. Mil veces reaccionaron contra esa tentación pensando que, después de todo, lo único que daba sentido a la vida era Dios. Nunca se plantearon formalmente para sí mismos el problema intelectual de la 'hipótesis' Dios. Tenían miedo de encontrarse con el sepulcro vacío.
Hoy día se dan por perdidos. Se sienten en una situación contradictoria y singular: por una parte desean que Dios sea o fuese una realidad real y viva pero lo 'sienten' como muerto. Ante sí mismos no niegan a Dios, menos aún ante los demás. Les gustaría creer. Pero les faltan fuerzas hasta para levantar la cabeza. Les parece que no hay nada que hacer".
Los desconcertados por el silencio
"Durante largos años mantuvieron en alto la antorcha. Hubo una sostenida luna de miel en la que Dios era para ellos una fiesta. Por aquellos años los ideales ondeaban al viento, las renuncias se tornaban en libertades y las privaciones en plenitudes, y ellos sentían que nada les faltaba en este mundo. Fue una época de oro.
Pasaron los años y la noche del silencio comenzó a oprimirlos. Las fuerzas de la juventud fueron esfumándose como en una cuenta regresiva. A estas alturas, el Señor ya no era para ellos aquella fiesta de antaño. La vida fue envolviéndolos y, como por ósmosis, sustrayéndoles el entusiasmo. Durante estos años nunca recibieron una extraordinaria gratuidad infusa de lo alto, una de esas gracias que marca, afirma y confirma en la fe a las almas y las instala en la certeza. La rutina fue invadiendo sus días como una niebla invisible.
Larga, y muy larga fue aquella noche del silencio. Apareció la fatiga que comenzó a hacer mella en los peregrinos. Ellos siguieron desfondándose lentamente hasta que se quedaron casi sin ganas de seguir en el camino...
La palabra más exacta para definir esa situación es ésta: desconcierto.

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