domingo, 11 de noviembre de 2012

La conversion.

¡Qué importante es arrepentirse, convertirse, confesarse y confiar en Dios nuestra maduración! ¿Quién conoce mejor que Él nuestra cruz y lo que debemos hacer, libremente, para caminar hacia Dios? No quiere que seamos como los escribas que les encantaba pasearse con amplio ropaje y que les hicieran reverencias en las plazas, buscando los asientos de honor en las sinagogas, los primeros puestos en los banquetes, devorando los bienes de las viudas y aparentando hacer largas oraciones ( cf. Mc 12, 38-40) sino que nos convirtamos de mente y corazón y que nos gloriemos sólo en Su Cruz. “Nosotros no hacemos nada, todo lo hace Dios y nosotros no haríamos nada si no se nos diera”, como muy bien dice el siervo de Dios D. Luigi Giussani. Y D. Julián Carrón, presidente de CL, nos recordaba hace poco que una de las insistencias más escuchadas en el aula sinodal ha sido la urgencia de la conversión: “Todos éramos conscientes de que para hacer florecer el desierto no basta con cambiar las estrategias o poner a punto los planes pastorales. Se necesita una verdadera conversión person..al y eclesial.”

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