domingo, 28 de julio de 2013

La intimidad con Dios y los frutos del Espíritu Santo. (IV)

De los frutos de Modestia, Templanza y Castidad .
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que
hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía. La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso. Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos. -La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse -La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne. Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión. El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor. -------------------------------------------------------------------------------- Fuentes principales: -Catecismo de la Iglesia Católica -Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, BAC

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