martes, 11 de febrero de 2014

La intimidad conel Señor nos lleva a una espiritualidad de comunión.(II)


c) Promover la comunión
La vivencia de la espiritualidad de comunión nos ayudará a reconocer el don que el Espíritu Santo hace a la Iglesia mediante los carismas de la vida consagrada. «Vale también, de forma concreta para la vida consagrada, la coesencialidad, en la vida de la Iglesia, entre el elemento carismático y el jerárquico que Juan Pablo II ha mencionado muchas veces refiriéndose a los nuevos movimientos eclesiales. El amor y el servicio en la Iglesia requieren ser vividos en la reciprocidad de una caridad mutua»[62].
La espiritualidad de comunión se favorece cuando se establecen cauces que la facilitan y se fomentan dinamismos de colaboración. En este sentido, las exhortaciones postsinodales relativas a las formas de vida en la Iglesia aportan especialmente las características de: diálogo, par ticipación-colaboración y corresponsabilidad:
·         Diálogo: El diálogo, caracterizado por su íntima vinculación con la caridad[63], se presenta en la actualidad como una de las primeras consecuencias de la comunión y requisito imprescindible para la operatividad. Así lo señala expresamente Vita conse crata cuando resalta que la experiencia de estos años confirma sobradamente que el diálogo es el nuevo nombre de la caridad, especialmente de la caridad eclesial; el diálogo ayuda a ver los problemas en sus dimensiones reales y permite abordarlos con mayores esperanzas de éxito. La vida consagrada, por el hecho de cultivar el valor de la vida fraterna, puede contribuir a crear un clima de aceptación recíproca, en el que los diversos sujetos eclesiales, al sentirse valorados por lo que son, confluyan con mayor convencimiento en la comunión eclesial, encaminada a la gran misión universal[64]. «Es preciso que las iniciativas pastorales de las personas consagradas sean decididas y actuadas en el contexto de un diálogo abierto y cordial entre obispos y superiores de los diversos Institutos. La especial atención por parte de los obispos a la vocación y misión de los distintos Institutos, y el respeto por parte de estos del ministerio de los obispos con una acogida solícita de sus concretas indicaciones pastorales para la vida diocesana, representan dos formas, íntimamente relacionadas entre sí, de una única caridad eclesial, que compromete a todos en el servicio de la comunión orgánica –carismática y al mismo tiempo jerárquicamente estructurada– de todo el Pueblo de Dios»[65]. El diálogo estará siempre acompañado de una adecuada información, lo que posibilita el mejor conocimiento y la eficaz cooperación[66].
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       Participación: Otra característica que se ha hecho patente en los últimos años es la preocupación por hacer que la Iglesia sea expresión de una comunidad participativa, inspirada y alentada por la vida trinitaria. Hablar de laparticipación en la Iglesia es una exigencia intrínseca de la vocación cristiana y de la comunión eclesial en su organicidad[67]. Así, dirigiendo la mirada al postconcilio, puede constatarse que se ha producido un «nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos»[68]. Esta participación de todos, tanto en la santidad[69] como en la vida y misión de la Iglesia tiene su origen en la participación en el triple oficio de Cristo vivida y actuada en la comunión y para acrecentar esta comunión[70], a cuyo servicio se ponen las diversas y complementarias funciones y carismas, en colaboración y coope ración[71]. «Esta colaboración supone el conocimiento y la estima de los diversos dones y carismas, de las diversas vocaciones y responsabilidades que el Espíritu ofrece y confía a los miembros del Cuerpo de Cristo; requiere un sentido vivo y preciso de la propia identidad y de la de las demás personas en la Iglesia»[72].
·         Corresponsabilidad: Por último, señalamos la corresponsabi lidad [73] que se deriva de la conciencia de la comunión eclesial: «La conciencia de esta comunión lleva a la necesidad de suscitar y desarrollar lacorresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y cordial valoración de todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia»[74].
(Documento de la CCE sobre la vida consagrada. 
Madrid, 19 de abril de 2013).

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