Desde
los "Cenáculos de Betania", estamos llamados a ser
"TESTIGOS
de la LUZ".
"Que brille vuestra luz
ante los hombres de modo que al ver vuestras buenas obras reconozcan a vuestro
Padre de los cielos"(Mt
5, 16):
"Hubo
un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar
testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. Él no era la
luz, sino un testigo de la luz..." (Jn 1,6).
Juan desarrolla su ministerio en “Betania, en la otra orilla del
Jordán”. Betania significa “casa del testimonio”, y puede tener valor simbólico
porque indica exactamente lo que debe llegar a ser toda comunidad: una
verdadera casa del testimonio.
En nuestros "CENACULOS de BETANIA", estamos llamados a hacer
realidad esta vivencia del testimonio.
Nuestro testimonio de Jesús consiste en que se vea en nosotros la luz de
Jesús. Esta luz se ve incluso en nosotros pecadores, porque no anunciamos al
mundo nuestra luz, sino la luz de Jesús que va cambiado nuestra vida y hace a
la gente preguntarse por qué.
Así, nuestro anuncio profético, nuestro testimonio de Jesús, no son
preferentemente nuestras palabras, sino nuestro modo de vivir, nuestra
jerarquía de valores, nuestro modo de estar en el mundo, al estilo de Jesús.
Esta idea se expresa perfectamente en el Sermón del Monte
Así, cada uno de nosotros ha asumido la vocación de ser para los demás
"el testigo de la luz": la dinámica interna de nuestra conversión, el
motivo de nuestro esfuerzo por salir del pecado es, sobre todo, la necesidad de
no entorpecer la visibilidad de Dios. Dios ha de ser visible en nuestra
conversión,
"... la fe cristiana consiste en ser tocados por Dios
y ser sus testigos. Entonces podemos decir: la Iglesia existe para que Dios, el
Dios viviente, sea anunciado para que el hombre pueda aprender a vivir con
Dios, bajo su mirada y en comunicación con él. La Iglesia existe para evitar el
avance del infierno sobre la tierra y para hacer que ésta sea más habitable a
la luz de Dios. Gracias a Él y solamente gracias a Él, la tierra será humana.
Aunque sólo fuera por este motivo, la Iglesia debe seguir existiendo, porque un
posible venir a menos arrastraría a la Humanidad al torbellino de las
tinieblas, de la oscuridad, incluso a la destrucción de lo que le hace hombre.
Por eso la Iglesia debe medirse consigo misma y también con la manera en que se
viven en ella la presencia de Dios, el conocimiento y la aceptación de su
voluntad. Cuantas más vueltas dé la Iglesia sobre sí misma y no tenga ojos más
que para buscar los objetivos de su supervivencia, en esa misma medida se
convertirá en superflua y se debilitará, aunque disponga de grandes medios y
utilice hábiles técnicas directivas y de gestión. Si no vive en ella el primado
de Dios, no puede vivir ni dar fruto". (Joseph
Ratzinger, "Testigos de la luz de Dios", La Razón, 23.IV.01).
Tres llamadas o
invitaciones en nuestra vida cristiana.
1) Somos enviados
2) a ser testigos de la luz.
3) Caminando en y por todos
los caminos que transitan los hombres.
Estos pasos “somos enviados,
siendo testigos de la luz , para caminar
en y por todos los caminos por los que
transitan los hombres,”.
1) Somos
enviados. No andamos por nuestra cuenta. El Señor se acercó a nosotros para que
lo diésemos a conocer. Si para nosotros el conocer y vivir en intimidad con el
Señor es fuente de alegría, sentiremos la necesidad de que todos los hombres conozcan la alegría del
Evangelio. Por ello dar y proclamar la “buena noticia”, que es el mismo Jesucristo,
tiene que ser una urgencia y realidad en nuestra vida.
2) Somos
llamados a ser testigos de la luz: Dios
nos llama e invita a ser testigos de la luz. No somos la luz, la luz es Él,
pero el Señor nos invita a ser testigos de la misma. Proclamemos con nuestra
vida el año de gracia del Señor, que es año de amnistía, liberación, de abrir
corazones, de quitar desgarros. Dios que es fiel, se fía de nosotros.
3) Para ello debemos caminar
en y por todos los caminos que transitan los hombres: siempre atentos a quienes
viven junto a nosotros, para proponer con nuestras obras; y también en algún
momento con nuestras palabras. Atentos con todos, conociendo todas las
circunstancias, cogiendo siempre lo bueno y eliminando de nuestra vida toda
forma de maldad, ya que quien es Bueno nos llama a transitar por la vida
dándole a Él. Nuestra tarea en las circunstancias de nuestra vida es tener
clara conciencia que el Señor nos llama a ser luz.
En estas fechas y de forma especial en la oscuridad de
la Noche de Navidad, en todas nuestras casas “encendamos una vela y coloquémosla en una de las ventanas de la casa”.
¡Que la luz de Dios ilumine en esta noche la
oscuridad!
¡Que sepamos
mantener esa luz también en la vida de cada día!.
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