lunes, 10 de octubre de 2016

Cristo y su Iglesia libran en la historia una enorme batalla contra el diablo y los suyos.


Ya en los Ejercicios espirituales, que serán siempre en Ignacio y en la Compañía la lectura fundamental del Evangelio, el antiguo capitán, que conoce bien los estragos que está sufriendo la Iglesia a causa principalmente de Lutero, en la meditación de las dos banderas hace un planteamiento bélico de la vida cristiana:
«El primer preámbulo [“para considerar estados”, esto es, para orientar la propia vida] es la historia: cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su bandera, y Lucifer, al contrario, bajo la suya». Los dos campos que se enfrentan son Jerusalén y Babilonia. El tercer preámbulo es «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle». El jefe de los enemigos «hace llamamiento de innumerables demonios y los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular». Contra él y contra ellos, «el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas» (Ejercicios 137-145).

Dos Banderas: escalones del amor a Cristo

En la meditación de Dos Banderas Ignacio nos presenta los “escalones” contrarios por los que se “sube de bien en mejor” en el seguimiento amoroso de Cristo o se va “de mal en peor bajando” tironeados y empujados por el enemigo de la naturaleza humana.
Los escalones ascendentes que propone Jesús son la pobreza y la aceptación (o el deseo) de oprobios y menosprecios (humillaciones) para llegar a la humildad que nos abre a todos los dones de nuestro Sumo Capitán. Contra ellos están los escalones por los que nos despeña el mal espíritu, que son de riquezas y vanos honores por los que nos lleva a ser soberbios.
No se trata de “elegir” entre las Dos banderas. Nuestro corazón siempre nos inclina al bien y el Bien más grande es Cristo, nuestro Amigo y Salvador. De lo que se trata en los ejercicios es de discernir en esos escalones por los que Cristo es Camino que nos lleva al Padre cuál es el pasito de perfección que podemos dar con alegría y afecto como respuesta al “más” que nos propone el Señor.
En la pobreza, puede ser que Jesús a uno lo invita a “vender todos sus bienes y darlos a los pobres” como le dijo al joven rico mientras lo miraba con mucho amor.
Pero puede que a otro no le diga nada y le acepte lo que ofrece, como fue el caso de Zaqueo, que prometió dar la mitad de sus bienes y devolver cuatro veces lo robado.
También puede ser que a otro lo invita a “dar al que le pida”, en una actitud de disponibilidad a lo que sale al paso cada día.
En lo que hace a la tolerancia a los menosprecios y a las injurias también hay infinitos grados: poner la otra mejilla es una actitud; no devolver mal por mal ni ojo por ojo, es otra. Bendecir al que nos maldice, saludar al que no nos saluda, ser manso y paciente cuando somos injuriados, alejarnos en paz cada vez que en un lugar o situación no somos bien recibidos, Perdonar las ofensas… como vemos hay distintos grados de perfección en cuanto a “sufrir” menosprecios por amor a Cristo, imitando sus actitudes en esta parte de la cruz.
También hay “grados de humildad” y en esto no hay “techo” a la “perfección” a la que Jesús invita.

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