viernes, 23 de diciembre de 2016

Meditaciones de San Agustín sobre la Navidad.

 La navidad, carta de amor misericordioso de Dios a la humanidad.
  • Escuchad lo que dice el evangelio sobre el nacimiento de Cristo, amad lo que creéis, predicad lo que amáis (Sermón 191). El tiempo del hombre en esta tierra, piensa el obispo de Hipona, hay que entenderlo como un antes y un después del nacimiento de nuestro señor Jesucristo. Habla de esto en varios pasajes de sus obras; en el libro XVI de la Ciudad de Dios nos habla de las seis edades del hombre sobre la tierra.
  • San Agustín creía  firmemente en la historicidad del pecado original de nuestros padres, como causa y explicación de toda la historia del ser humano. Dios colocó a nuestros primeros padres en el paraíso, como seres puros, santos y libres. Tenían grabada en su alma la imagen pura de Dios. Pero nuestros primeros padres libremente pecaron y, fuera ya del paraíso, no podían por sí solos volver a la santidad a la que Dios les había predestinado. Por eso, Dios mismo tuvo que venir a la tierra a rescatarlos y con esta misión envió a su Hijo primogénito a nuestro mundo. Lo hizo por amor misericordioso hacia nosotros. El hijo de Dios por naturaleza se ha hecho hijo del hombre por amor misericordioso hacia nosotros (Cuestiones diversas, 21). Nadie quiere más a sus hijos, pensaba Agustín, que los padres. Nuestros padres de la tierra no sólo nos dieron la vida física cuando nacimos, sino que estarían dispuestos a dárnosla una y mil veces más para salvarnos de la muerte.
  •  Dios que nos ha creado,  quiere que vivamos como auténticos hijos suyos, portando en el rostro de nuestra alma la imagen divina que él mismo imprimió en nuestro ser. Cuando nosotros, sus hijos, nos apartamos de él por el pecado, nuestro Padre Dios quiso acercarse a nosotros mediante múltiples señales y mensajeros suyos, profetas y maestros que nos hablaban en su nombre. Como el hombre no quiso escuchar a estos mensajeros, nuestro padre Dios, por amor, decidió enviarnos, como principal y último mensajero, a su hijo primogénito, Cristo Jesús. En este sentido, digo, pensaba san Agustín que la Navidad era la carta definitiva del Padre a sus hijos. La Navidad es el momento en el que conmemoramos los cristianos este hecho inaudito y asombroso: la encarnación de Dios en el hombre Jesús de Nazaret. Cristo no vino, ni principal, ni preferentemente, para echarnos en cara nuestra equivocación y nuestro pecado, sino para mostrarnos con su vida, muerte y resurrección el único y verdadero camino que puede reconducirnos hacia nuestro Padre Dios.
  •  El verbo de Dios se hizo carne y quiso ser camino, verdad y vida para nosotros. San Agustín insistía siempre en que Dios había hecho esto por amor, para que rehiciéramos en nosotros la imagen primigenia de Dios. Se hizo hombre para rehacer en nosotros la imagen de Dios (Trinidad, 4, 4). Cristo amándonos nos hizo dignos de ser amados (Sermón 163). En este sentido decimos que la Navidad es la carta especial que nos envía el Padre, en estas fechas de Navidad.
  •  Como discípulos de Cristo, no nos conformemos con conocer la doctrina, sino que apliquemos esta verdad teológica a nuestra vida. Si la Navidad es una Carta especial que Dios nos envía en estas fechas, leamos esta carta con devoción y amor. Y cada uno de nosotros seamos para los demás una carta de Dios. Que cuando los demás nos vean, de alguna manera estén viendo a un discípulo de Jesús, a un verdadero hijo de Dios. En este sentido dice el santo: si quieres poseer la caridad, date a ti mismo (Sermón 34). No podemos olvidar que cuando San Agustín habla de caridad cristiana está hablando de Dios. La caridad hasta tal punto es de Dios que se llama Dios (Sermón 156). 4
  •  Hacer de nuestra vida una carta especial de Dios a los demás nos exigirá un esfuerzo continuo de perfección cristiana, una identificación cada día un poco más perfecta con el modelo cristiano, con Cristo Jesús. El amor aumenta cuanto más se da, decía también nuestro santo. Seamos un poco Reyes Magos para todas las personas que nos necesitan. Amar es entregarse, olvidándose de sí, dice también una conocida canción religiosa. La esencia más pura y honda de la religión cristiana es el amor a Dios, manifestado en el amor al prójimo. San Agustín lo tenía muy claro: no se distinguen los hechos de los hombres, a no ser por la raíz de la caridad (comentario a la primera carta de San Juan, 7).

No hay comentarios:

Publicar un comentario