El amor nos abre a tres evidencias de fe luminosas y vivificantes:

“Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: Conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina (…), intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón” (San Juan Crisóstomo).
2. Orar es una necesidad vital: “¿Cómo puede el Espíritu Santo ser <<vida nuestra>>, si nuestro corazón está lejos de Él?”

“Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente” (San Alfonso María de Liborio).
3. Oración y vida cristiana son inseparables: “porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor”.
“Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: <<orad constantemente>> (1 Ts 5, 17)” (Orígenes).
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