La liturgia de hoy, ya desde su
comienzo, nos invita a la alegría: "Festejad a Jerusalén, gozad con ella
todos los que la amáis...". (antífona de entrada). Y es que ya están
próximas las fiestas pascuales y, con ellas, la plena restauración de la
comunidad cristiana por la Muerte y Resurrección de Cristo. Por ello pedimos al
Señor en la oración colecta que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y
entrega generosa, a celebrar las fiestas pascuales. A lo largo de estas semanas
hemos tomado conciencia de que somos pecadores. Y, como el hijo pródigo, hemos
emprendido el itinerario penitencial para volver a la casa del padre. El camino
de la penitencia será auténtico en la medida en que sepamos abrir
comprensivamente nuestro corazón a los demás, perdonándolos y evitando
cualquier actitud de superioridad o soberbia espiritual.
Así entramos en los sentimientos del corazón de Dios que nos dice hoy: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado (evangelio).
No participaremos en todo este
misterio de salvación sino iluminados por la claridad que la fe y la gracia
bautismal encendieron un día en nuestro espíritu. En el camino cuaresmal de
conversión vamos renovando esa gracia bautismal y, peregrinos en un camino
oscuro, vamos recuperando el esplendor de la fe. Todo ello se traducirá, en la
práctica, en aprender a amar a Dios de todo corazón (cf. oración después de la
comunión). Por toda esta luz experimentaremos hoy una especial alegría.
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