La brújula
Todo caminante de la senda espiritual tiene un medio de conocer los vericuetos de este camino invisible a la razón y a los sentidos, y así no perderse. Este medio es la percepción de la paz interior. La paz interior es nuestra brújula en este viaje, pero no nuestro fin. Muchos son los que equivocan esa gran vivencia que es la paz de espíritu como el objeto que da sentido a la vida espiritual. De esta manera caen en una trampa del egoísmo, por la cual buscan su propia satisfacción, estar en paz interior, en vez de la de satisfacer la voluntad del Padre. La inefable paz interior es el síntoma, la consecuencia, del encuentro con Dios, de hallarnos verdaderamente en el camino, y su ausencia la manifestación de que nos hemos perdido.
Los márgenes del camino
La regla que determina cuando nos hemos salido del camino es esta: Toda mirada interior centrada en uno mismo es un acto de egoísmo, condenado a proporcionar angustia e insatisfacción y a apartarnos de la paz de espíritu. Sólo el verdadero amor proporciona el gozo y la dicha. El amor es toda mirada interior centrada en la felicidad del prójimo, y siempre en última instancia, en satisfacer la Voluntad de Dios.
De cómo se explora el Reino de Dios
Toda situación de sufrimiento es una oportunidad de crecimiento en amor. De ordinario rehuimos el sufrimiento, lo rechazamos, y como creyentes pedimos que Dios modifique las circunstancias de nuestra vida para dejar de sufrir. Pero lo que revela el sufrimiento son los restos de egoísmo que aún se adhieren a nuestra alma. Si sufres por algo es porque tu ego teme perder ese algo. Si quieres otra cosa que no está purificada por el Amor a Dios sufrirás, pero en el progresivo desprendimiento de los apegos del egoísmo, el alma es capaz de crecer. Así, si alguien te ofende habrás de desprenderte de tu orgullo y vanidad para perdonar y crecer en amor. Si surge la ocasión de sacrificarte por el prójimo tendrás que renunciar a ti mismo y tus legítimas aspiraciones para darte a los demás y crecer en amor. En las adversidades de la vida en la que tus bienes, seres queridos, incluso tú mismo, se encuentran en entredicho, habrás de abandonarte en las manos de Dios, y desprendido de todo, confiar en la Voluntad del Padre que desea lo mejor para nosotros. Libre de toda adherencia por lo perteneciente al mundo, de nuevo, tu capacidad de amar crece… tu alma se colma y admiras la belleza del nuevo territorio interior descubierto. Es en la comprensión íntima de esta verdad cuando un cristiano puede amar, sin miedo a nada en la vida, la cruz.
De cómo caminamos
Y el medio por el que un alma transita del sufrimiento a la paz de espíritu es el tiempo de oración, en la que la mirada del alma, en vez de estar fija hipnóticamente en el propio ego, consigue dirigirse hacia Dios, y de esta manera hallar el medio de crecer en su Amor. Sólo en la oración se produce el milagro, la gracia, por el cual nuestra alma crece en capacidad de amar. Así, la oración es el tiempo por el cual avanzas verdaderamente en la senda del conocimiento interior, la senda de la Sabiduría, que se adentra en el Reino de Dios. Cuando el alma descubre esta vivencia, el rato de oración se convierte, con diferencia, en la actividad más importante del día.
Mateo 6, 31-33: No os afanéis, pues, diciendo; ¿qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Más buscad primeramente el Reino de Dios y lo que es propio de él y todas estas cosas os serán añadidas
Cuando un alma descubre lo que es el Amor, su percepción de la vida cambia. A partir de ese momento se adentra en el Reino de Dios, un camino en el que habrá de descubrir las diferentes facetas del Amor en las que aprenderá a crecer y colmarse. Sin embargo la aventura de la vida interior que se inicia no está exenta de trampas en las que podemos caer, obstáculos que hay que salvar y desiertos en los que nos podemos perder. Muchos creen, en mi opinión, equivocadamente, que Dios pone las almas a prueba durante largos periodos, y sin embargo creo que El nunca nos desea un mal, y si parece que el camino nos conduce a un desierto, tal vez sea porque sin darnos cuenta, en nuestra libertad, hemos abandonado la verdadera senda. He aquí las reglas que son los límites del sendero estrecho y angosto que conduce al Padre.Todo caminante de la senda espiritual tiene un medio de conocer los vericuetos de este camino invisible a la razón y a los sentidos, y así no perderse. Este medio es la percepción de la paz interior. La paz interior es nuestra brújula en este viaje, pero no nuestro fin. Muchos son los que equivocan esa gran vivencia que es la paz de espíritu como el objeto que da sentido a la vida espiritual. De esta manera caen en una trampa del egoísmo, por la cual buscan su propia satisfacción, estar en paz interior, en vez de la de satisfacer la voluntad del Padre. La inefable paz interior es el síntoma, la consecuencia, del encuentro con Dios, de hallarnos verdaderamente en el camino, y su ausencia la manifestación de que nos hemos perdido.
Los márgenes del camino
La regla que determina cuando nos hemos salido del camino es esta: Toda mirada interior centrada en uno mismo es un acto de egoísmo, condenado a proporcionar angustia e insatisfacción y a apartarnos de la paz de espíritu. Sólo el verdadero amor proporciona el gozo y la dicha. El amor es toda mirada interior centrada en la felicidad del prójimo, y siempre en última instancia, en satisfacer la Voluntad de Dios.
De cómo se explora el Reino de Dios
Toda situación de sufrimiento es una oportunidad de crecimiento en amor. De ordinario rehuimos el sufrimiento, lo rechazamos, y como creyentes pedimos que Dios modifique las circunstancias de nuestra vida para dejar de sufrir. Pero lo que revela el sufrimiento son los restos de egoísmo que aún se adhieren a nuestra alma. Si sufres por algo es porque tu ego teme perder ese algo. Si quieres otra cosa que no está purificada por el Amor a Dios sufrirás, pero en el progresivo desprendimiento de los apegos del egoísmo, el alma es capaz de crecer. Así, si alguien te ofende habrás de desprenderte de tu orgullo y vanidad para perdonar y crecer en amor. Si surge la ocasión de sacrificarte por el prójimo tendrás que renunciar a ti mismo y tus legítimas aspiraciones para darte a los demás y crecer en amor. En las adversidades de la vida en la que tus bienes, seres queridos, incluso tú mismo, se encuentran en entredicho, habrás de abandonarte en las manos de Dios, y desprendido de todo, confiar en la Voluntad del Padre que desea lo mejor para nosotros. Libre de toda adherencia por lo perteneciente al mundo, de nuevo, tu capacidad de amar crece… tu alma se colma y admiras la belleza del nuevo territorio interior descubierto. Es en la comprensión íntima de esta verdad cuando un cristiano puede amar, sin miedo a nada en la vida, la cruz.
De cómo caminamos
Y el medio por el que un alma transita del sufrimiento a la paz de espíritu es el tiempo de oración, en la que la mirada del alma, en vez de estar fija hipnóticamente en el propio ego, consigue dirigirse hacia Dios, y de esta manera hallar el medio de crecer en su Amor. Sólo en la oración se produce el milagro, la gracia, por el cual nuestra alma crece en capacidad de amar. Así, la oración es el tiempo por el cual avanzas verdaderamente en la senda del conocimiento interior, la senda de la Sabiduría, que se adentra en el Reino de Dios. Cuando el alma descubre esta vivencia, el rato de oración se convierte, con diferencia, en la actividad más importante del día.
Mateo 6, 31-33: No os afanéis, pues, diciendo; ¿qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Más buscad primeramente el Reino de Dios y lo que es propio de él y todas estas cosas os serán añadidas
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