Hermano, me siento obligado a amarte casi por deuda porque tú me has amado primero a mí. Y me
veo obligado a contestarte, porque tú primero, en tus cartas, me has invitad a hacerlo. Me he
propuesto, por lo tanto, sugerirte algunas ideas que he venido elaborando, sobre la vida espiritual de
los monjes, para que tú, que tienes experiencia y sabes más que yo que hablo y reflexiono sobre
ellas, puedas juzgarlas y corregirlas. Y justamente te ofrezco a ti primero estas primicias de mi
trabajo, para que recojas estos primeros frutos de una planta nueva que, arrancada ocultamente, con
un hurto que no se puede alabar, de la esclavitud del Faraón, la has colocado en un ordenado
batallón armado, injertando con sabiduría en el olivo doméstico la rama del olivo silvestre, cortada
con delicadeza y arte.
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