XIII. COMO LAS DISTINTAS GRADAS ESTEN INTERRELACIONADAS ENTRE SI
Estas gradas están tan interrelacionadas entre sí y se prestan un servicio tan recíproco, que
las primeras de poco o nada sirven sin las siguientes y estas nunca o muy raramente se pueden
alcanzar sin las primeras. ¿Qué aprovecha de hecho, ocupar el tiempo de una lectura continua, tener
siempre en las manos vidas y escritos de santos si masticando y rumiando todo lo que leemos no
extraemos el zumo y lo hacemos penetrar en nuestra vida y de tratar de realizar aquellas obras de las
cuales nos gusta oír hablar? Pero, ¿cómo podremos reflexionar sobre todo esto y cómo podremos
tratar de no trasgredir, meditando cosas vanas e inútiles, los límites fijados por los santos Padres, si
antes no tomamos conocimiento de todo por escrito u oralmente? El conocimiento oral se refiere en
cierta manera a la lectura por lo que acostumbramos decir no solo de haber leído los libros que
leímos por nosotros mismos o por otros, sino también lo que habremos oído de nuestros maestros.
Es más: ¿Qué le aprovecha al hombre, si aún viendo en la meditación lo que debe hacer, no
está en condiciones de realizarlo con la oración y la gracia de Dios? Toda dádiva preciosa y todo
don perfecto provienen de arriba, del Padre de las luces, sin el cual nada podemos, sino que es El
que actúa en nosotros y aun sin nuestra cooperación. Somos, de hecho, cooperadores de Dios, como
dice el apóstol. Dios quiere que le pidamos, quiere que abramos nuestra voluntad hasta lo más
profundo a la gracia que llega y golpea a la puerta. El quiere que le brindemos nuestro
consentimiento. Este consentimiento fue el que El pidió a la Samaritana cuando le dijo: “Llama a
tu marido”, como si dijera: “Quiero darte mi gracia, tú ejerce tu libre albedrío”. Le exigía también
oración: “Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú misma le
habrías pedido a él el agua viva”. Oído esto del Señor, como lo habría podido entender en una
lectura, la mujer así instruida medito en su corazón que habría sido cosa buena para ella poseer de
aquella agua. Por consiguiente encendida del deseo de poseerla, formulo la oración diciendo:
“Señor dame de esa agua para que nunca más tenga sed”. Ahí está como la palabra del Señor y la
meditación la movieron a orar. ¿Cómo habría podido sentirse movida a pedir si la meditación antes
no la hubiese encendido? Por lo tanto, para que la meditación sea fructífera, es menester que la siga
a una fervorosa oración, de la cual la dulzura de la contemplación puede considerarse como su
efecto.
XIV. CONCLUSION DE LO PRECIDENTE
De lo expuesto podemos sacar las consecuencias de que la lectura sin la meditación es árida,
la meditación sin la lectura, va sujeta a errores, la oración sin la meditación, es tibia, la meditación
sin la oración no da frutos. La oración, hecha con fervor, permite alcanzar la contemplación.
Alcanzar la contemplación, sin la oración, es algo raro o milagroso.
Dios a cuyo poder nadie podrá jamás ponerle limitación y su misericordia llega a todas las
obras de sus manos, como puede suscitar las piedras, hijos de Abrahán así obliga a los duros de
corazón y a los rebeldes a aceptar su voluntad. Y por lo mismo casi prodigo, como reza un dicho
vulgar, toma el toro por las astas, cuando sin ser llamado interviene y sin ser buscado, se presenta.
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Lo que aunque se lea, que ha ocurrido a algunos, como a Pablo y a algún otro, no debamos
pretenderlo para nosotros, como tentado a Dios. Debamos, por el contrario, hacer lo que se nos
exige, es decir, leer y meditar la palabra del Señor, rogarlo para que venga e ayuda de nuestra
debilidad y vea nuestra imperfección, como El mismo nos enseño hacer: “Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, golpead y se os abrirá”. De hecho el reino de Dios se conquista con la
violencia y los violentos son los que lo conquistan.
Así dispuestos los fines deseados, pueden colegirse las propiedades de las varias gradas en
lo que se refiera a las relaciones entre ellas, y que efectos produzcan cada una en nosotros.
Bienaventurado el hombre cuyo ánimo, libre de todas las demás preocupaciones, desea siempre
sumergirse en estos cuatro momentos de elevación espiritual, y que vende todo lo que posee y
compra el campo donde está oculto el tesoro que desea, es decir, recogerse para ver cuán bueno es
el Señor. Vigilante y atento en la primera grada, mirando en su derredor, en la segunda, fervoroso en
la tercera, elevando sobre sí mismo, en la cuarta, sobre por estas ascensiones que ha adquirido en su
corazón, de virtud en virtud hasta que llegue a ver al Señor en Sión. Bienaventurado aquel a quien
se le otorgue permanecer, aunque sea por tiempo limitado, sobre esta grada suprema y que pueda
decir: “He aquí que experimento la gracia de mi Dios, he aquí que con Pedro y Juan contemplo su
gloria sobre el monto, he aquí que con Jacob gozo con los abrazos de Raquel”.
Pero cuídese este tal que, luego de esta contemplación por la que fue elevado hasta los
cielos, no vaya a caer en el abismo con una caída imprevista, y luego de una visita de esta índole, no
se vuelva a las vanidades mundanas y a los halagos de la carne. Mas cuando la debilidad y
fragilidad del espíritu del hombre no aguanta por más tiempo la luz del verdadero sol, vuelva a una
de las gradas por las cuales subió, con una bajada serena y ordenada. Descanse ora en una, ora en
otra alternativamente, según los impulsos de su libre albedrío, según el lugar y el tiempo y tanto
mas cerca de Dios y cuanto mas lejos de la primera grada. ¡Oh condición del hombre, cuán frágil y
miserable eres! Con la ayuda de la razón y con el testimonio de las Escrituras vemos claramente que
la perfección de la vida santa está contenida en estas cuatro gradas y que el hombre espiritual debe
ejercitarse en ellas. Pero, ¿quién es que transita por este sendero de la vida? ¿Quién es y lo
alabaremos? El quererlo es dado a muchos, el alcanzarlo, es de pocos. Quiera Dios que nosotros
seamos de estos pocos.
XV. LAS CUATRO CAUSAS QUE NOS APARTAN DE ESTAS GRADAS
Cuatro son en general los obstáculos que nos alejan de estas cuatro gradas: una necesidad
inevitable, la utilidad de una buena acción, la debilidad humana y las vanidades del mundo. La
primera se puede disculpar, la segunda tolerar, la tercera compadecer, y la cuarta es culpable. Es
verdaderamente culpable para aquel que se aleja de su propósito, por un tal motivo; mejor hubiese
sido que jamás hubiese conocido la gracia de Dios, antes que retroceder, luego de haberla conocido.
¿Qué disculpa podrá alegar por este pecado? El Señor podrá decirle con justa razón: “¿Qué más
podía hacer por ti que no lo haya hecho? No existías y te he creado, habías pecado y eras esclavo
del demonio y te he redimido, vagabas por el mundo con los impíos y te elegí. Te di mi gracia, te
coloque delante de mi, quería morar a tu lado, y tu me despreciaste y has seguido tus vanos
deseos”.Pero, ¡Oh Dios bueno, dulce, suave y tierno amigo, prudente consejero, firme ayuda, cuán
inhumano y cuán temerario es quien te rechaza, quien aleja de su corazón a un huésped tan humilde
y tan bondadoso! ¡Qué desafortunada y terrible substitución rechazar al propio Creador y admitir
pensamientos torpes y malos, y dejar para pensamientos inmundos y cerdos que la ensucian la
morada secreta del Espíritu Santo, es decir, la profundidad del propio corazón, orientados hasta
poco antes, a las alegrías celestiales.
Son aún ardientes en el corazón los rastros del pasaje del Esposo y ya se empeñan en entrar
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deseos adulterinos. Es indecoroso e insoportable que oídos que habían escuchado palabras que no es
lícito al hombre repetir, se rebajan con tanta facilidad a escuchar chismes y habladurías. Que ojos
recién bautizados con lágrimas santas, se vuelvan en un instante a mirar vanidades. Que lengua que
había cantado dulces epitalamios, que con palabras ardientes y persuasivas había reconciliado a la
esposa con el esposo y la había introducido a la cantina de vinos prelibados, se entregue a discursos
soeces, a decir tonterías, a tramas trampas y chismear. ¡Manténnos lejos de todo esto, Oh Señor!
Pero, si por humana debilidad tuviésemos que caer tan bajo, no desesperemos, sino que acudamos
una vez mas al medico lleno de clemencia, que levanta del polvo al miserable y de la basura levanta
al pobre. El que no quiere la muerte del pecador, nos sanará una vez más.
Pero ya es tiempo de poner término a esta carta. Roguemos todos al Señor que quite fuerza a
los obstáculos que hoy nos distraen de su contemplación y en adelante los suprima totalmente. Nos
guíe en la subida de las distintas gradas, de virtud en virtud, hasta ver a Dios en Sión. Ahí los
elegidos no probarán la dulzura de la contemplación de Dios con interrupciones como gota a gota,
sino que su sed será apagada como un torrente de placer, gozarán de una alegría sin fin que nadie
les quitara y tendrán paz sin cambios, la paz en El.
Tú, por lo tanto, Gervasio, hermano mío, si te será concedido llegar a la cumbre de esta
escala, acuérdate de mí y ruega por mí cuando estés en la alegría. De esta manera que se corran los
velos y el que oye diga: ¡Ven!
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