viernes, 16 de marzo de 2012

CARTA DE GÜIGO EL CISTERCIENSE AL HERMANO GERVASIO SOBRE LA VIDA CONTEMPLATIVA (IV).

VI. FUNCION DE LA ORACION

El alma ve entonces que no puede, por sí sola, alcanzar la dulzura anhelada del

conocimiento y de la experiencia, y que cuando más se trata de elevarse tanto más a Dios está lejos.

Entonces se humilla y acude a la oración diciendo: “Oh Señor, ya que no te ven sino los puros de

corazón, busco, leyendo y meditando, cuál sea y cómo se puede alcanzar la verdadera pureza de

corazón, para poder conocerte, gracias a ella, al menos un poco. He buscado tu rostro, Oh Señor,

tu rostro he buscado. He meditado largo tiempo en mi corazón y en mi meditación estalló un

incendio y ha aumentado el deseo de conocerte. Cuando me fraccionas el pan de la Sagrada

Eucaristía te haces conocer, y cuanto más te conozco, más profundamente deseo conocerte, no

solamente en la corteza de la letra, sino del conocimiento que produce la experiencia. No te pido

esto, Señor, por mis méritos, sino por tu misericordia. Confieso ser un indigno pecador, pero

también los cachorros comen las migas que caen de la mesa de los dueños. Dame, por lo tanto, oh

Señor, una garantía de tu heredad futura, una gota al menos de esa lluvia celestial para calmar mi

sed pues que me abraso de amor”.

VII. LOS EFECTOS DE LA CONTEMPLACION

Con estas y otras semejantes palabras encendidas, el alma prende su deseo, muestra así el

estado donde llegó, y con estos encantamientos llama al Esposo. Los ojos del Señor están puestos

sobre los justos y sus oídos están atentos a sus oraciones, y hasta tal punto que ni siquiera espera

que sea terminada la oración, sino que durante la misma se da prisa para entrar en el alma que lo

busca con ansia. Y asimismo se da prisa para encontrarse con ella rociando de dulzura celestial y

perfumando con ungüentos preciosos. Deleita así al alma cansada, sostiene a la sedienta, alimenta a

la hambrienta, le hace olvidar todas las cosas de la tierra, la alienta haciéndole olvidar de si misma

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y, embriagándola, la hace sobria.

Y, del mismo modo que en ciertos actos carnales el alma se ve tan dominada por la

concupiscencia de la carne al punto de perder todo uso de razón y el hombre se vuelve

completamente carnal, así por el contrario, en esta contemplación superior los movimientos carnales

quedan totalmente superados y absorbidos por el alma, que la carne en nada contradice al espíritu, y

el hombre se vuelve casi totalmente espiritual.

VIII. LAS SEÑALES DE LA LLEGADA DE LA GRACIA

Pero, oh Señor, ¿cómo sabremos cuando harás esto y cuál es la señal de tu venida? De este

consuelo y de esta alegría, ¿no son acaso mensajeros y testimonios las lágrimas y los suspiros? Si es

así, es esta una antífrasis y una señal desconocida. ¿Qué relación puede haber entonces entre

consuelo y suspiros; entre alegrías y lágrimas, si aun deben llamarse lágrimas y no en cambio

abundancia exuberante del rocío interior infundido desde lo alto como señal de purificación interior

y como limpieza del hombre exterior? Así como en el bautismo de los niños con una ablución

exterior viene representada y se expresa una purificación interior del hombre, aquí, por el contrario,

de una ablución interior deriva una purificación externa. ¡Oh lágrimas dichosas con las cuales se

lavan las manchas internas y se apagan los incendios de los pecados! ¡Bienaventurados vosotros que

lloráis porque reiréis! ¡Reconoce, oh alma mía, en estas lágrimas a tu esposo, abraza a aquel por

quien te derrites de deseos, embriágate ahora de un torrente de gozo, bebe de la fuente del consuelo

leche y miel! Gemidos y lágrimas son los pequeños y estupendos dones, el consuelo que te ofrece y

te trae tu esposo. En estas lágrimas te ha brindado un brebaje sobreabundante. Estas lágrimas son

para ti pan de día y de noche, pan que alimenta el corazón del hombre, mas dulce que la miel de los

panales. Oh Señor Jesús, si son tan dulces estas lágrimas producto de tu recuerdo y del deseo de Ti,

¿cuánto más dulce será la alegría que vendrá de tu plena visión? Pero, ¿si es tan dulce llorar por Ti;

cuánto más dulce será gozar de Ti? Pero, ¿y por qué proclamamos en publico estos coloquios

secretos? ¿Por qué interpretamos expresar sentimientos y ternuras indecibles con palabras comunes

y vulgares? Los que no han probado estas alegrías no las pueden entender, pero las entenderían si

las leyeran en el libro de la experiencia, donde es la misma unción divina que los instruye. De otra

manera la letra exterior no le aprovecha nada al lector: y de hecho poco vale la lectura de la letra

exterior si una explicación salga del corazón, no explica el sentido interno que contiene.

IX. COMO SE OCULTA LA GRACIA

Alma mía, hemos hablado largamente de todo esto. Seria muy bueno para nosotros

quedarnos aquí y con Pedro y Juan contemplar la gloria del Esposo, y quedarnos largo tiempo con

El, si El quisiera levantar aquí, no dos o tres tiendas, sino una sola, dentro de la cual estaríamos

juntos y juntos gozaríamos. Pero, el Esposo dice: déjame, que llega la aurora. Ya has recibido la luz

de la gracia y la visita que deseabas. Y habiendo dado su bendición y herida la articulación del

muslo y cambiado el nombre de Jacob por el de Israel, el Esposo tan largamente deseado, se aleja

por un poco de tiempo, desapareciendo repentinamente. Desaparece en lo que respecta a la visita de

que hemos hablado y por la dulzura de la contemplación, pero esta presente para guiarnos y

colmarnos de gracias y para unirnos a El.

X. COMO LA GRACIA OCULTANDOSE DE NOSOTROS POR UN CIERTO TIEMPO

COOPERE A NUESTRO BIEN.

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Pero, no temas, esposa, no desesperes, no te creas abandonada, si por algún tiempo el

Esposo te oculta el rostro. Todo coopera para tu bien, y sacas ventajas tanto de su venida como de

su alejamiento. Viene para consolarte, se aleja por prudencia, para que un consuelo tan grande no te

enorgullezca, porque tú estando siempre cerca del Esposo, no comiences a despreciar a tus

compañeras, y vayas a atribuir a la naturaleza y no a la gracia, este consuelo. De hecho la gracia es

ofrecida por el Esposo cuando quiere y a quien quiere, y no se la puede poseer por derecho

hereditario. Un axioma popular reza que una excesiva familiaridad engendra desprecio. Se aleja

pues porque, por ser demasiado familiar, no vaya a ser despreciado, y para que, ausente, sea más

deseado y deseado con ansiedad, buscando y buscando largamente, y por fin, encontrado con mayor

alegría. Además que, si llegase a venir a menos este consuelo, que, frente a la gloria que se ha de

revelar en nosotros, esta en la obscuridad y es parcial, tal vez podríamos creer que nos encontramos

en la ciudad permanente y así buscaríamos con menos empeño la futura. Y, para que no vayamos a

considerar por patria el destierro y por ultimo premio la promesa, el Esposo ora aparece, ora se

aleja, ora trae consuelo y otra lo cambia con el lecho lleno de dolor del enfermo. Por un rato nos

permite gustar cuán grande es su dulzura; y antes que podamos saborearla hasta el fondo, se retira.

Y así revoloteando con las alas desplegadas sobre de nosotros, nos incita, por así decirlo, a volar,

como si dijera: Ahí está, habéis gustado solamente un poco de cuán grande sea mi dulzura y mi

suavidad, pero si queréis hartaros hasta el fondo de esta dulzura, corred en pos de mí, atraídos del

perfume de mis ungüentos, elevad los corazones hasta donde yo estoy a la diestra de Dios Padre.

Ahí me veréis no como un espejo, confusamente, sino cara a cara y vuestro corazón gozará en

plenitud y nadie os quitará vuestra alegría.

XI. CON QUE PRUDENCIA EL ALMA DEBA PORTARSE LUEGO DE LA VISITA DE LA

GRACIA DEL SEÑOR.

Pero, atención, oh esposa: cuando el Esposo se ausenta no va lejos. Y si tú no lo ves, El te ve

siempre a ti. Está lleno de ojos por delante y por detrás, jamás podrás ocultarte de El. El tiene a tu

lado, como enviados, espíritus, como muy atentos y sagaces mensajeros, para observar como te

portas en la ausencia del Esposo y para delatarte a El si notan en ti alguna señal de impureza o de

ligereza. Este Esposo es celoso: si por acaso te acercas a otro amante, si te preocupas de agradar

más a otros que a El, de inmediato se aleja de ti para unirse a otras jóvenes. Este Esposo es

delicado, es rico, de hermoso aspecto más que cualquier otro hijo del hombre, y por lo mismo

también quiere una esposa bonita. Si advierte en ti alguna mancha o alguna arruga de inmediato

apartara sus ojos de ti. Sé, por lo tanto, casta, llena de pudor y humilde, de tal modo de merecer la

frecuente vista del Esposo.

Temo haber hablado demasiado sobre esto, pero me llevó a ellos una materia tan rica y al

mismo tiempo tan dulce. No me movía tanto a seguir un antojo mío sino más bien, hasta a pesar

mío, su dulzura.

XII. RECAPITULACION

Para ver con más claridad reunidos todos los puntos tratados más difusamente, haremos aquí

una reseña, recapitulando todo lo dicho. Y, como ya lo hemos anotado, puede advertirse como las

distintas gradas de la escala estén entre sí en una relación recíproca, sucediéndose la una a la otra ya

en orden de tiempo y ya en el de causalidad. Encontremos, de hecho, como primera la lectura, como

fundamento, que nos ofrece el material para la meditación. La meditación busca con mayor atención

lo que es de desear, y hurgando, encuentra un tesoro y lo muestra, pero como no puede alcanzarlo

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por sí sola, nos manda a la oración. La oración, elevándose con todas sus fuerzas hacia Dios, pide

con insistencia el tesoro que desea, la dulzura de la contemplación. Cuando ésta llega, recompensa

el trabajo de las otras tres, porque embriaga el alma sedienta el rocío de la dulzura celestial. La

lectura es un ejercicio exterior, la meditación es una comprensión intelectual, la oración, el deseo y

la contemplación es la superación de todos los sentidos. La primera grada es de los principiantes, la

segunda de los que ya avanzan en el camino, la tercera de los devotos y la cuarta de los

bienaventurados.

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