2- El gozo y la tristeza nunca están separados. Cuando nuestros corazones se regocijan ante un panorama espectacular, podemos al mismo tiempo lamentar la ausencia de nuestros amigos que no están con nosotros para verlo. Cuando el dolor nos inunda, quizás podamos descubrir el significado de la verdadera amistad. El gozo está escondido en la tristeza y la tristeza en el gozo. Si intentamos evitar la tristeza a todo costo, es posible que nunca experimentemos el gozo. Si desconfiamos del éxtasis, tampoco podrá tocarnos la agonía. El gozo y la tristeza son los padres de nuestro crecimiento espiritual.
3- Hay una gran diferencia entre tener éxito y dar frutos. El éxito proviene de la fuerza, el control y la respetabilidad. La persona exitosa tiene la energía para crear algo, mantener el control de su desarrollo y ponerlo a la disposición de los demás en grandes cantidades. El éxito trae consigo muchas recompensas y muy a menudo la fama. Los frutos, por el contrario, provienen de la debilidad y la vulnerabilidad. Y los frutos son únicos. Un niño es un fruto concebido en la vulnerabilidad, la comunidad es el fruto del fracaso compartido, y la intimidad es el fruto que crece en el roce de nuestras heridas. Recordémonos que el verdadero gozo proviene de los frutos y no del éxito.
4- La paciencia es una disciplina difícil. No es sólo esperar hasta que suceda algo sobre lo que no tenemos ningún control: que llegue el ómnibus, que deje de llover, que un conflicto de resuelva. La paciencia nos pide vivir el momento en su plenitud, estar completamente presentes para el momento, saborear el aquí y el ahora, estar donde estamos. Cuando estamos impacientes tratamos de escaparnos de donde estamos. Nos comportamos como si lo real fuera a suceder mañana, más tarde o en otro lugar. Seamos pacientes y confiemos que el tesoro que buscamos está escondido debajo del suelo que estamos pisando.
5- La Oración es el puente entre nuestra vida consciente y nuestra vida inconsciente. A menudo hay un gran abismo entre nuestros pensamientos, palabras y acciones, y las muchas imágenes que emergen en los sueños que tenemos, despiertos o dormidos. Rezar es conectar estos dos lados de nuestra vida. Se lo consigue accediendo al lugar donde mora Dios. La oración es “trabajar el alma”, porque nuestras almas son ese centro sagrado donde todo es uno en nosotros, de la manera más íntima. Por eso debemos rezar todo el tiempo, para llegar a ser verdaderamente íntegros y santos.
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