martes, 26 de junio de 2012

Maestros de espiritualidad.

MAESTROS



Merton habla en estos textos de dos figuras esenciales a la espiritualidad cristiana. Como siempre él estuvo al tanto de lo mejor y más auténtico en este campo es increíble ir descubriendo nombres de santos, poetas y escritores de todos los tiempos mientras se leen sus diarios, cartas y ensayos. ¿Conoces tú a estas dos figuras, algo de su vida, algún escrito? Meister Eckhart tendrá limitaciones, pero de todos modos yo estoy en éxtasis con él. Me gusta la brevedad, la incisividad de sus sermones, su modo de penetrar derecho en el corazón de la vida interior, la chispa despertada, la Palabra creativa y redimida, Dios nacido en nosotros. Es un gran hombre que fue derribado por un montón de hombrecillos que creyeron que le podrían destruir, que creyeron que le podrían arrastrar a Aviñón y desacreditarle por completo. Y en efecto, quedó destruido, después de su muerte, en veintiocho proposiciones que sin duda se podrán encontrar en algún sitio de su obra, pero que no tienen nada de su alegría, de su energía, de su libertad. No eran suyas en sentido de que no eran en absoluto lo que él pretendía decir. Pero se las podía hacer coincidir con palabras que se habían dicho. Y supongo que hay que tomar en cuenta tales cosas. Eckhart no tenía ese tipo de mente que desperdicia el tiempo en ser cauto en cada coma: confiaba que los hombres reconocerían que lo que él veía era digno de verse porque daba evidentes frutos de vida y alegría. Para él, eso era lo que importaba. Pero los otros estaban pensando en otras cosas. Les importaba lo que podían significar esas palabras para quien no tuviera interés por el tipo de experiencia religiosa de Eckhart”.
“El enorme éxito de Teilhard de Chardin se debe al alivio universal que sienten ahora los cristianos: a la vez pueden reconocer su culpabilidad colectiva y hacer un gesto de reconciliación con “el mundo”, al que resulta, pertenecen de todos modos. Teilhard ha hecho posible a los cristianos creer en sí mismos como hombres del mundo a que pertenecen de modo obvio y necesario, y hacia el cual toda actitud de contemptus en teología resultaría una actitud sin significación. Su éxito fenomenal se debe al hecho de que ha hecho posible a miles de cristianos reconciliarse consigo mismos. Al hacerlo así, claro, ha realizado una tarea providencial, esencial para una auténtica renovación contemporánea de la religión”. Thomas Merton. “Conjeturas de un espectador culpable”.

2 comentarios:

  1. Una obra de Thomas Merton (Sal Terrae , 2011). La recensión es de Dolores Aleixandre. Conjeturas de un espectador culpable - Merton - Sal Terrae - Portada- Conjeturas de un espectador culpable Autor: Thomas Merton Editorial: Sal Terrae Ciudad: Santander Páginas: 415 - DOLORES ALEIXANDRE | Al terminar de leer este nuevo libro de Thomas Merton (“nuevo” entre comillas, porque la edición inglesa es de 1966), la primera impresión de conjunto es lo rápida que se me ha hecho la lectura de sus 415 páginas, cuando con cierta frecuencia, si se trata de libros largos, al llegar más o menos a la página 60, suelo hacerme la pregunta: “¿Y a mí esto qué me importa?”. Y si la. respuesta es negativa, no sigo adelante. Con estas Conjeturas de un espectador culpable, ni. siquiera me ha surgido la pregunta, porque en cada página iba encontrando cosas que sí me importaban, quizá porque si “trata de la vida, la apertura y el crecimiento”, es difícil que esos términos puedan dejarnos indiferentes. Los textos están tomados de los diarios que Merton escribió desde 1956 hasta 1965, y los artículos son demasiado largos para llamarlos pensamientos y demasiado cortos e inacabados para ser considerados como ensayos. Ya los títulos que da a cada una de sus cinco partes ponen sobre aviso al lector del tipo de libro que tiene entre manos: 1. “El sueño de Barth”. 2. “Verdad y violencia: una época interesante”. 3. “El espíritu de la noche y el aire de la aurora”. 4. “La encrucijada”. 5. “El loco corre al Este”. Solo a Merton se le puede consentir que esos títulos respondan tan poco a su contenido y que algunos de ellos puedan ser fácilmente intercambiables. La introducción trata de explicar el porqué del título: conjeturas son ideas que se deducen de alguna señal o noticia; espectador es quien mira un acontecimiento interesándose por lo que ocurre y vinculándose a ello a través de sus sentimientos, sensaciones o valoraciones. Lo de culpable (yo lo cambiaría por responsable) se explica así: “Un monje quiere redimir su culpabilidad por haber ocupado un largo período de tiempo dedicado a escribir sobre sí mismo y cuestiones espirituales”. No estoy segura de que Merton se propusiera “redimir” nada, dado que, si algo le caracteriza, es la libertad soberana con que se mueve en todos los temas que toca. Su propia explicación sobre el contenido del libro es que “son reflexiones personales, intuiciones, metáforas, observaciones y juicios sobre lecturas y sucesos…, mi propia versión del mundo no como puro soliloquio, sino en un diálogo implícito con otras mentes, un diálogo en que se suscitan preguntas pero sin esperar hallar mis respuestas, porque no las tengo claras…”. Las preguntas y reflexiones que van apareciendo se anticipan no solo a la época del Concilio, sino al tiempo actual: “Vivimos en la mayor revolución de la historia: un enorme levantamiento espontáneo de toda la especie humana (…), un profundo hervir elemental de todas las contradicciones interiores que siempre ha habido en el hombre, una revelación de las fuerzas caóticas que hay dentro de todo el mundo” (p. 85). ¿Cómo no van seguir encontrando eco en quien las lee hoy? Dejarse llevar Una condición para leer a Merton es la de renunciar a cualquier pretensión sistemática y dejarse llevar, como por una ola, por la corriente de su mirada sobre la realidad y por las variaciones de su sensibilidad; hay que ejercitar mucha flexibilidad para ir pasando de su mano de un tema a otro que aparentemente no tiene nada que ver: en la misma página podemos encontrar una crítica a Marx seguida de la descripción de cómo canta el pájaro carpintero (p. 34); a una honda reflexión sobre el amor y el celibato le sigue la pregunta por el paradero de una gata gris con una mancha blanca en el pecho (p. 230); o una opinión sobre san Juan Crisóstomo y a continuación la noticia de que a las vacas de la abadía les ponían música sacra para estimular la producción (p. 201).

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  2. Quizás es eso algo de lo que más fascina de Merton: la naturalidad con que pasa del pensamiento a los sentidos, de la teología a la naturaleza, de un comentario lleno de dramatismo sobre la guerra a observaciones llenas de humor sobre detalles cotidianos de su vida monástica: los ronquidos de un novicio o cómo él mismo conseguía abstraerse practicando la respiración yóguica durante la aburrida conferencia de un monje. Y todo eso sin que quien le acompaña en ese trayecto tenga sensación de ruptura o de incoherencia. Otro aspecto que asombra y admira de él es la inaudita variedad de sus lecturas: van desfilando Barth, Massignon, Confucio, Hannah Arendt, Newman, Péguy, Julien Green, Juliana de Norwich, Raïssa Maritain, Chuang Tse y otros muchísimos nombres. ¿De dónde sacaba tiempo para leer tanto? Y junto a esta pregunta, otra de pura curiosidad que seguramente nadie podrá aclararme: ¿cómo podía dedicar tanto tiempo a pasear libremente por la naturaleza? Porque, por otros detalles que aparecen en este y en otros libros sobre la disciplina trapense preconciliar, no es fácil imaginarse a los monjes de Gethsemaní paseándose por los bosques con un libro en la mano, sino más bien trabajando en faenas del campo o en las granjas y oficios del monasterio. ¿Disfrutaba Thomas Merton de estas libertades por ser maestro de novicios, o por su condición de escritor? Si tuviera que quedarme solamente con dos páginas, elegiría la descripción de un amanecer en la que los pájaros “piden permiso a Dios para existir” (p. 161); y su experiencia de iluminación en la esquina de una calle de Louisville, cuando se sintió abrumado al caer en la cuenta de cómo amaba a toda a aquella gente, “de que todos eran míos y yo de ellos (…) y de que es un glorioso destino ser miembro de la raza humana” (p. 191). Solo por estos dos textos citados vale la pena comprarse el libro.

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