martes, 26 de junio de 2012

Actitud orante en favor de la vida.

Preservar y promover la vida




Dicen los expertos que el ser humano tiene en sus manos dos funciones que le son propias. Dos funciones ancladas en lo que de mamíferos tenemos, pero que son desarrolladas y desplegadas con lo propiamente humano que es, claro está, su singularidad más enraizada.
A pesar de ello, es curioso observar la infinidad de situaciones en las que la persona se contradice, desvía su rumbo y encalla su navío contras las rocas más visibles. Pareciera que éstas, como si de un canto de sirena se tratara, llaman para sí a la persona, hipnotizándola logrando que fracase con la entrega de sus ideales más nobles. El ejemplo más claro de esto lo tenemos en todas las decisiones que el ser humano hace en pro del poder, el dinero, la fama o la falsa abundancia. Agujeros, todos ellos, que nunca terminan por llenarse, pues son pozos ciegos que recogen todo cuanto se les eche. Además de estas brechas que quiebran nuestra mismidad, tenemos todo el ambiente político que nubla la vista hasta de los más despiertos. Las faltas de transparencia, la mentira, la corrupción, el miedo… palos que generan ruptura y separación. Diríamos que todo esto conecta con lo diabólico del ser humano, pues lejos de unificarlo en su interioridad le genera separación y desequilibrio.
Considero que los hechos que vivimos estos días son un ejemplo claro de esto que digo. Es sorprendente ver cómo los gobiernos europeos anteponen el valor-dinero al valor-persona, rescatan la banca y hunden a las personas de las que ésta mismo depende. Obvian, delante de todos, satisfacer estas dos funciones que deberían ser los dos lados de la misma bandera (preservar y promover la vida). Dos dinámicas generadoras de vida, pues la cuidan y la guardan para aquellos que vienen o están por venir.
La realidad es muchas veces dura, cruda, fría. Pero siento recordar a aquellos que leen esto que el ser humano en su interior justamente todo lo contrario. Sinceramente debo confesar que me dan pena todas esas personas que viven dependientes de los valores del mercado, de sus puestos de honor y prestigio, que utilizan los medios más caros para su discurrir cotidiano. Me da pena, porque una y otra vez se empeñan en llenar el vacío que sienten detrás de toda la parafernalia que se han creído, porque pretenden preservar un ego inflamado de él mismo, intentan perpetuarse en una lista que recoge el nombre de aquellos que más se aprovecharon de los que menos tenían. Lamento profundamente que, sobre todo, el daño lo reciban los que menos culpa tienen, aquellos que nunca fueron responsables, los que en este momento, mientras redacto estas líneas, lloran desesperados o mueren de hambre.

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