Nada sería yo, Dios mío, nada
sería yo en absoluto si tú no estuvieses en mí; pero, ¿no sería mejor decir que
yo no existiría en modo alguno si no estuviese en ti, de quien, por quien y en
quien son todas las cosas? Así es, Señor, así es. Pues, ¿adónde te invoco estando yo en ti, o de dónde has de
venir a mí, o a que parte del cielo y de la tierra me habré de alejar para que
desde allí venga mi Dios a mí, él, que ha dicho: Yo lleno el cielo y la tierra?
III,3. ¿Te abarcan, acaso, el
cielo y la tierra por el hecho de que los llenas? ¿O es, más bien, que los
llenas y aún sobra por no poderte abrazar? ¿Y dónde habrás de echar eso que
sobra de ti, una vez lleno el cielo y la tierra? ¿Pero es que tienes tú, acaso,
la necesidad de ser contenido en algún lugar, tú que contienes todas las cosas,
puesto que las que llenas las llenas conteniéndolas? Porque no son los vasos
llenos de ti los que te hacen estable, ya que, aunque se quiebren, tú no te has
de derramar; y si se dice que te derramas sobre nosotros, no es cayendo tú,
sino levantándonos a nosotros; ni es esparciéndote tú, sino recogiéndonos a
nosotros. Pero las cosas todas que llenas, ¿las llenas todas con todo tu ser o,
tal vez, por no poderte contener totalmente todas, contienen una parte de ti?
¿Y esta parte tuya la contienen todas y al mismo tiempo o, más bien, cada una
la suya, mayor las mayores y menor las menores? Pero ¿es que hay en ti alguna
parte mayor y alguna menor? ¿Acaso no estás todo en todas partes, sin que haya
cosa alguna que te contenga totalmente? (CONFESIONES
DE SAN AGUSTÍN , LIBRO PRIMERO
I;1,II,2,III,3).
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