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domingo, 17 de marzo de 2013
La actitud hesicasta y los encuentros de Betania (II).
La palabra reposo (hesyhia ) designa toda a VIDA EREMITICA cristiana, desde la huida de los hombres, totalmete exterior a uno mismo, hasta la misticísima “eliminación de los pensamientos.” Su resultado es la unión con Dios mediante la oración. Es un medio, no una meta, para llegar a la meta que es la unión con Dios y la oración continua. II. UNA DISTINCION: Soledad y paz interior Se dan dos clases de reposo: Exterior y otro interior. Uno en las cosas y otro en las fuerzas de la naturaleza y un silencio en las facultades del alma. No caminan a la par. Hay quien se ve turbado cuando todo en su alrededor esta en calma; hay quien hace de la calma una posesión propia aun en momentos en que parece que se va a venir el mundo abajo. Así se ha constatado en ciertas vidas de los santos... El abad Moisés dijo al abad Macario, de Sceté: “Yo deseo, “HESUCHASAI,” quiero estar en reposo, y los hermanos no me dejan. El Abad Macario le dijo: “Me parece que tú eres de natural tierno y delicado y no eres capaz de deshacerte de un hermano importuno. Si tú realmente buscas la hesyjhia, ve al desierto, bien dentro, a Petra; verás como allá obtienes el reposo.” Así lo hizo, y consiguió la paz. El que se ve sin paz y distraído, debe reforzar su soledad. Para San Arsenio los hesicastas son aquellos monjes que evitan todo encuentro con las personas. III. UNA CUESTION Soledad y caridad fraterna Planteamos un problema que no afecta a los hesicastas precisamente sino a los cristianos, sobre todo, a aquellos que deben enseñar a otros el camino de la perfección. La vida ascética tiene únicamente una meta: la salvación del alma, que consiste en la caridad, según san Irineo que la opuso al intelectualismo de los falsos gnósticos. Desde entonces la única sabiduría y el único deber es abrazar el género de vida que conduce con mayor certeza a la más alta caridad. ¿Qué es la caridad? Jesús da la respuesta: “Amarás a Dios con todo el alma, con toda tu inteligencia, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a tí mismo.” Palabras que no dejan de levantar nuevos problemas cuando se trata de llevarla a la práctica. Amor a Dios y al prójimo ¿Cómo compaginar el amor de Dios con el amor del prójimo? Si la medida para amar a Dios es amarle sin medida, al decir de Orígenes, ¿no es cierto que sería preciso ordenar todas las fuerzas del alma y momentos de la vida en busca de este amor? ¿Qué queda para las prácticas de caridad fraterna? Y cómo saber si nuestros sentimientos provienen de una caridad realmente auténtica? No ha muerto en nosotros la PHILAUTIA, cuyo virus infecta la fuente misma de nuestra afectividad, según enseña Máximo el Confesor... Casiano dice: “Cuán preciso es saber desprenderse de toda imagen llegado el momento de la oración! Hay que ir a un lugar apartado, sobre la montaña y a ejemplo de Jesucristo, orar allí secretamente...Unicamente pueden contemplar su divinidad con ojos muy puros los que, elevándose por encima de todas las obras y pensamientos bajos y terrenos, se retiran y suben con El a esta morada elevada de la soledad. En ella Jesucristo aparta a las almas del tumulto de las pasiones y las separa de la turbación de los vicios. Y así, sublimadas con la aureola de las virtudes, les revela la gloria y el esplendor de su rosotro. Es que tienen los ojos del corazón puros para contemplarle. Es necesario subir –como Pedro, Santiago y Juan – a las montañas de las virtudes. Así es como en otro tiempo se apareció a Moisés (Ex 3, 2) y habló a Elías ( 3 Reg 19ss) en el fondo de una soledad. Jesús no tenía necesidad de retiro y soledad para alcanzar la perfecta pureza. Además, no podía contaminarse con el roce de las muchedumbres. Al contrario cuando le place, su contacto y su presencia santifica y aquilata cuanto hay de impuro en los hombres. Y sin embargo, se retira “a la montaña, completamente solo, para orar.” ( Mt 14, 23 ). Nos quiso enseñar con esta actitud que cuando queremos ofrecer a Dios oraciones perfectas y puras, debemos separarnos, como El, de la confusión y bullicio del mundo. En qué consiste el fin y la perfección de nuestra plegaria? ¿Qué es la perfecta oración y cómo debe ser para no perder continuidad? El Señor ora: “Para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y ellos en nosotros.” ( Jn 17m, 26 y 21ss ). Tal debe ser la meta, el ideal del solitario. Con todas las energias de su ser, debe aspirar desde esta vida a merecer la posesión de la futura bienaventuranza y a pregustar en su cuerpo mortal la vida de la gloria celestial. Este es el fin de toda perfección: que el alma, libre de todo lastre de la carne, como alada, se despegue de las cosas visibles y vuele rauda hacia las alturas del espíritu. Que toda su vida, que todos los movimientos de su corazón no formen en adelante más que una oración única e ininterrumpida. Santo Tomás tomando el nombre de “monje” como unidad, en oposición a la división, se cumple lo que es: “El monje se llama monje porque noche y día vive en intercambio con Dios, porque no tiene la imaginación ocupada sino en las cosas de Dios, y así ya no posee nada sobre la tierra.” Se llama monje porque no toma mujer y renuncia a vivir con la gente, tanto externa como internamente. Externamente quiere decir que renuncia a las cosas materiales y a los negocios del mundo. E, interiormente, significa que se priva de todos los pensamientos referentas a la gente, tratando también de desprenderse de toda preocupación meramente de pasatiempo. En segundo lugar se llama “monje” porque invoca a Dios siempre en continua oración, a fin de que le purifique el espíritu, despojándosele de la multiplicidad de cavilaciones y elucubraciones, de forma que, apartado de todo esto su espíritu, ya solitario, puede volar solamente al verdadero Dios, sin recibir jamás las sugestiones del mal, y así poder guardar siempre la pureza requerida y permanecer terso y claro en su tender hacia Dios. A los monjes se les ha dado el cuidado del alma, el “solo con el solo” sin la predicación del Evangelio ni la solicitud por las Iglesias. Dionisio escribía: “Entre todos los iniciados, la dichosa cohorte de los monjes es la de rango más elevado, que se dedican a purificarse plenamente y a realizarlo todo con perfecta santidad. Además, está admitida a la contemplación de lo sagrado...” El MONJE por vocación, está consagrado únicamente a la prosecución de la unión con Dios mediante la oración, que presupone el desprendimiento total, la perfecta purificación, la renuncia a todo aquello que podría retardar o perjudicar su ascensión espiritual. Veremos las experiencias respecto a las ventajas e inconvenientes de la “huida de los hombres.” VARIOS GRADOS DE LA SOLEDAD Uno está solo cuando no tiene idea o posibilidad de poderse encontrar con otro ser humano allá donde él pueda pasear o vivir. Esto se llama “fuga de los hombres,” “ARSENI, FUGE, HOMINES.” También está uno solo cuando lleva mucho tiempo sin charlar con nadie. Es la soledad del silencio: “ARSENI, TACE.” ( Arsenio, calla ). Finalmente está sola una persona mientras es espíritu en su intimidad no posee ningún interlocutor, ni compañía alguna. Es la soledad del corazón: “ARSENI QUIESCE.” ( Arsenio en quietud ). Materialmente hablando, la soledad más auténtica es la primera: la huida de la convivencia con los hombres. Moralmente, la soledad más profunda es la tercera: la del corazón. El silencio está entre dos extremos: es forzoso, si uno está solo, es decir, aislado; y es difícil de mantener si uno está acompañado. Puede ser además, silencio material, por el mero hecho de no pronunciar palabras; y también, interior, cuando a pesar de la conversación externa el corazón permanece en soledad, bien forzosa o bien voluntaria. Veamos, pues, lo que han pensado los cristianos, y sobre todo los monjes, de estas tres cosas: Huida de los hombres. Silencio. Soledad interior. 1. HUYE : Fuge La vida eremítica no ha sido inventada por los cristianos. Su origen se confunde con los orígenes de la filosofía. ¿Cómo poder reflexionar con profundidad en medio de mil causas de distracción, en presencia de gentes que para desembarazarse de su soledad interior no encuentran otro recurso que la evasión de sí mismos mediante el parloteo? Respeto a los orígenes de la filosofía, todos conocemos la controversia referente a la edad helénica. ¿Fueron los egipcios, los persas, los caldeos o los judíos los primeros filósofos? La misma Grecia se dio su filosofía. Sólo la India tenía su filosofía en el sentido propio de la palabra. Grecia conoció la India con las conquistas de Alejandro. Desde entonces se habla mucho de los “qymnosofistas,” admirándoseles hasta el punto de que, en pleno siglo IX a. C. el viejo Licurgo, acaba por hacerse pasar como discípulo de aquellos. Así, estos sabios-nudistas huían el trato con los hombres. Los cristianos también les conocieron, y merece la pena hacer notar la primera reacción de uno de ellos: Tertuliano: “Nosotros, los cristianos, no somos ni Brahamanes, ni qymnosofistas indios, gente que mora en los bosques exilados de la vida.” Sin duda fueron los griegos los primeros en comprender la necesidad de la soledad, quizá por ser filósofos a natura. Según Platón, los pocos hombres que llegaron a comprender que la sociedad es una jungla donde no hay posibilidad de ser útil en algo, se dieron al reposo contemplativo ocupándose de sus propios negocios, “al igual que en tiempos de borrasca se refugia uno tras una pared...”, “se torna uno hacia la ciudad interior que lleva dentro de sí.” Palabra admirable y profunda, última palabra, amargura y resignación de la enorme sabiduría platoniana... El tratado “De vita contemplativa,” que a veces se le disputaba, hoy en día casi todos se lo conceden en propiedad. Casi podemos asegurar que más tarde de su aparición esta obra disfrutó de gran aprecio por parte de los monjes. Según él, los terapeutas cuya vida describe, moraban en los manasterios, es decir, en celdas o casitas cercanas las unas de las otras, constituyendo una especie de colonia de eremitas. “Pasaban su tiempo en los huertos y en lugares solitarios, buscando el aislamiento.” Filón elogia la vida solitaria tomando como objeto a los terapeutas. Incluso la divina sabiduría –dice- “es amiga del desierto.” El Logos de Dios es solitario y así los que quieren darse a la búsqueda de la cotemplación, buscan vivir en soledad y apartamiento. Y, pora poner un ejemplo, cita a los Setenta traductores de la Biblia, que buscaron la tranquilidad en la soledad. Bastantes de los términos empelados por Filón para expresar estos pensamientos pasaron a ocupar plaza en el vocabulario monástico. “La instrucción y la filosofía requieren ambas, mucha soledad y apartamiento de las distracciones,” nos dice Dión Crisóstomo. Podríamos recoger muchas máximas de este tipo. Insisten en el recogimiento interior más que en el aislamiento externo. La famosa proposición de las Enneadas: “Esta es la vida de los dioses y de los hombres divinos: DESPRENDIMIENTO DE TODO, de las cosas de abajo; negación de todo placer producido por las cosas presentes, huida en soledad hacia el Solo”. La vida de Plotino es un testimonio que nos ayuda a hacer la exégesis de estas palabras. HUIR DE LOS HOMBRES En todos estos textos, la huida de los hombres tiene como fin y meta el bien de la inteligencia, la instrucción o la contemplación...
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