viernes, 4 de octubre de 2013

Humilde canto de las criaturas.

Humilde canto de las criaturas. Señor, gracias, por nuestra vida. Señor , gracias, por la ilusión. Y gracias, por la esperanza que anida en el corazón. Sea para ti, Señor, la gloria,
para ti el esplendor, la majestad. Canten su acción gracias cielo y tierra, por ser obra de tu amor. Las témporas son días en que la Iglesia convida a sus fieles a ser agradecidos: agradecidos al Dios de la vida, de las cosechas, del trabajo, de las viñas, de la fecundidad ... No hay cosa más propia de unas criaturas que agradecer, admiradas, todo lo positivo que contemplan sus ojos: las mieses, los hijos, la cultura, la familia, la paz, la vida; y, al mismo tiempo, nada más propio que elevar la súplica del pobre y desvalido, para nunca falte lo necesario a los hermanos que sufren, lloran, pasan hambre... Todas las religiones, de una u otra forma, han querido tener propicios a sus dioses, y por ello les han ofrecido sus pequeños dones, e incluso a veces sacrificios de víctimas cruentas.
Nosotros, cristianos, que hemos conocido el rostro amable de Dios Padre en su Hijo encarnado, hagamos la ofrenda de nosotros mismos comprometiéndonos en fidelidad, a través de la liturgia de alabanza, adoración y súplica. Pongamos cada uno en el platillo de la ofrenda todos aquellos motivos por los que nos inclinamos, reverentes, a proclamarle Señor, Padre y Rey, y depositemos en el otro las miserias de nuestras ingratitudes pasadas para que Él las queme en la hoguera de su amor misericordioso.
ORACIÓN:
Te damos gracias, de todo corazón, porque eres bueno; porque eres Padre; porque tienes entrañas colmadas de piedad; porque nos das el agua y la sed, el hambre y el pan, el trabajo duro y la cosecha que lo premia, la gracia de ser leales y el perdón por no serlo. Quédate siempre con nosotros y déjanos sentir tu presencia. Amén.
Palabra de gratitud
Lectura del libro del Deuteronomio 8, 7-18: “Habló Moisés al pueblo y dijo: Cuando el Señor tu Dios te introduzca en la tierra buena, que es tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura; tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, de olivares y de miel; tierra en que no comerás tasado el pan ... , entonces comerás hasta hartarte y bendecirás al Señor tu Dios por la tierra buena que te ha dado. Pero, cuidado, no te olvides del Señor tu Dios, sé fiel a los preceptos, mandatos y decretos que yo te doy..., no sea que te vuelvas engreído y te olvides del Señor tu Dios...” En la verdad de lo que somos, criaturas, pero criaturas dotadas con conciencia de serlo, está impresa la huella del Señor y Creador. No devolver amor y gratitud es necedad.
Lectura de la segunda carta de san Pablo a los corintios 5, 17-21: “Hermanos: El que es de Cristo [como vosotros] es una criatura nueva. Para ella lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. [Mas no olvides que] todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar... En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios...” Somos criaturas privilegiadas, amadas como hijas de Dios, regeneradas por Cristo. ¿Cómo es posible, si reflexionamos un momento con sinceridad, que reneguemos de lo que somos obrando impíamente?
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 7, 7-11: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?... Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!” Lo que hoy pedimos es perdón, misericordia, gracia; y lo que ofrecemos es arrepentimiento, compromiso de vida noble y digna, adherirnos a Cristo vivo. Lo demás vendrá por añadidura.
Momento de reflexión
Apropiémonos en unos minutos de meditación sincera los sentimientos que la liturgia de Laudes recoge en este himno de gratitud. Y hagámoslo suplicando que estén espiritualmente con nosotros todos los redimidos por Cristo:
Gracias, Señor, por esta agua que llega del aire hasta los campos, hasta el bosque y el huerto; gracias por tu palabra que riega este desierto del alma, prometiendo las horas de la siega.
Gracias por tanta gracia, tanta cuidada entrega, por el sol que calienta este corazón yerto.
Gracias por estas flores primeras que han abierto ojos de luz a tanta claridad honda y ciega.
Gracias porque te he visto latiendo en los bancales, favoreciendo, urdiendo los tiernos esponsales del verdor con la tierra, la rosa con la rama...
Gracias porque es llegado el tiempo del que ama. Amén.

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