La muerte buena va precedida de una vida buena
XII. 13. La muerte de los justos y de los mártires. —Teme más bien aquello que depende de tu voluntad. ¿El qué? Pecar. Teme pecar, porque si has amado el pecado, te precipitarás en la muerte segura, que podrías evitar si no amaras el pecado. Pero ahora, tú que eres perverso, amas más la muerte que la vida. Que no sea así, te respondo. ¿Qué hombre hay que ame más la muerte que la vida? A lo mejor te convenzo de que tú amas más la muerte que la vida. Mira cómo te convenzo: Tú amas la túnica tuya, y quieres que sea buena. Amas tu villa, y quieres que sea buena; amas a tu hijo, y quieres que sea bueno; amas a tu amigo, y lo quieres bueno; amas tu casa, y la quieres buena. ¿Es que también quieres tener una muerte buena? Porque cada día pides: «Ya que la muerte ha de llegar, que Dios me dé una muerte buena», porque la muerte ha de llegar. Y también: «Que Dios aleje de mí una muerte mala». Luego amas más tu muerte que tu vida. Temes morir mal y no temes vivir mal. Corrige el vivir mal y teme morir mal. De seguro que no quieres temer: pues no puede morir mal el que haya vivido bien. Lo confirmo del todo y me atrevo a decirlo: He creído, por eso hablé: que no puede morir mal el que haya vivido bien. También te dices para ti mismo: ¿No han naufragado muchos justos? Con seguridad que no puede morir mal el que haya vivido bien. ¿No ha matado a muchos justos la espada enemiga? De seguro que no puede morir mal el que haya vivido bien. Y los ladrones, ¿no han asesinado a muchos justos? Las fieras, ¿no han despedazado a muchos justos? Es seguro que no puede morir mal el que haya vivido bien. Yo te respondo: ¿De verdad que a ti te parece mal esa muerte? ¿Naufragar, morir a espada, ser despedazado por las fieras te parece a ti una muerte mala? ¿Acaso no padecieron esas muertes los mártires cuyos natalicios celebramos? ¿Qué género de muerte no han padecido? Y, no obstante, si somos cristianos, si recordamos que estamos en la casa de la disciplina, al menos cuando estamos aquí, cuando lo oímos aquí y si no lo olvidamos cuando salgamos de aquí, si recordamos que aquí lo hemos oído, ¿no creemos dichosos a los mártires? Investiga la muerte de los mártires; interroga a los ojos de la carne: han muerto mal. Interroga a los ojos de la fe: La muerte de sus santos es preciosa a los ojos de Dios16. Si los imitas, todo eso que temes en la muerte, no lo temas en absoluto. Ea, obra bien para que tengas una vida buena. Y cualquiera que sea la circunstancia al salir de este mundo, vas al descanso, vas a la felicidad que no tiene temor ni fin. Efectivamente, en cierto modo es buena la muerte del rico entre púrpura y lino y es mala la muerte del sediento y del que desea una gota de agua en medio de los tormentos. En cierto modo, es mala la muerte del mendigo, echado a la puerta del rico, lamido por los perros, y deseando con hambre y sed las migajas de la mesa.
Mala es la muerte, debe ser desterrada la muerte. Pero mira el fin: eres cristiano, enfoca el ojo de la fe. Sucedió que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán17. ¿De qué le servía al rico su sepulcro de mármol, muerto de sed en los infiernos? ¿Qué lejos estaban los harapos y la podre de sus llagas para el pobre que descansaba en el seno de Abrahán? Vio a lo lejos que descansaba aquel a quien había despreciado cuando yacía echado. Ahora elige la muerte y dime: ¿quién ha muerto bien y quién mal? Creo que mucho mejor el pobre que el rico. ¿Quieres ser enterrado con aromas y pasar sed en los infiernos? Responderás: No, ¡qué horror! Pienso que sabrás elegir. Luego aprenderás a morir bien cuando hayas aprendido a vivir bien. Porque el premio a una vida buena es la vida eterna.
Los oyentes buenos y malos
XIII 14. Quiénes aprenden y quiénes no. —Los que aprenden son cristianos: quienes oyen y no aprenden, ¿le importan al sembrador? No es el camino lo que atemoriza la mano del sembrador, no son las piedras ni las espinas: él siembra lo que es suyo. El que no ha temido caer en tierra mala no llega nunca a tierra buena. Yo al menos os hablo y os arrojo la semilla, siembro. No faltan quienes desprecian, quienes critican, quienes se ríen. Si tememos a ésos, no llegaremos a sembrar nada y en la siega tenemos que tener hambre. Luego la semilla cae en tierra buena. Ya sé que quien oye y oye bien, se aparta y progresa. Se aparta de la iniquidad y progresa en la verdad; se aparta del mundo y progresa para Dios.
el maestro verdadero
XIV 15. Quién es el Maestro verdadero. —En verdad, ¿quién es el maestro que enseña? No un hombre cualquiera, sino un apóstol. Realmente es un apóstol el que habla, y, sin embargo, no es un apóstol el que enseña. ¿Queréis tener acaso una prueba de que aquel que habla es Cristo?18 Cristo es el que enseña; tiene la cátedra en el cielo, como he dicho poco antes. Su escuela está en la tierra, y su escuela es su mismo cuerpo. La Cabeza enseña a sus miembros, la lengua habla a sus pies. Cristo es el que enseña: escuchemos, temamos, obedezcamos. Y ¡cuidado con despreciar también al mismo Cristo!, el cual nació en la carne por ti, fue envuelto en los pañales de la mortalidad; tuvo hambre y tuvo sed por ti; fatigado por ti, se sentó junto al pozo; cansado por ti, se durmió en la barca; oyó por ti injurias como un indeseable; por ti no apartó de su faz los salivazos de los hombres; recibió en su rostro bofetadas por ti; por ti colgó en la cruz; por ti entregó el alma; por ti fue puesto en el sepulcro. ¿Vas a despreciar acaso todo esto en Cristo? ¿Quieres saber quién es él? Recuerda el Evangelio que has oído: El Padre y yo somos uno19 .
16. Conclusión. —Vueltos al Señor, pidámosle por nosotros y por todo su pueblo, presente con nosotros en los atrios de su casa: a la cual se digne guardar y proteger por Jesucristo su Hijo, Señor nuestro, que con él vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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