Una espiritualidad de comunión
a) Un nuevo modo de pensar, decir y obrar
La expresión «espiritualidad de comunión» la acuñó el Sínodo sobre la vida consagrada en la proposición 28. Se halla incluida en la exhortación Vita consecrata, donde se indica que «el sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar que hace crecer la Iglesia en hondura y en extensión. La vida de comunión será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo (...). De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión. Más aún, la comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera»[55].
Pensar, decir y obrar son aspectos fundamentales de la vida. Si cristalizan en una nueva mentalidad, un lenguaje nuevo, un modo de obrar renovado que tiene como fuente y meta la comunión eclesial, se traducen en misión, testimonio, estilo de vida. Y promueven en la Iglesia la hondura de la comunión trinitaria y fraterna, el estímulo de la concordia que enriquece, la fuerza de la misión que se dilata.
El beato Juan Pablo II quiso, al inicio del tercer milenio, renovar en profundidad las relaciones entre los miembros de la Iglesia. La exhortación apostólica Novo millennio ineunte explica el significado y alcance de la espiritualidad de comunión destacando la necesidad de promoverla como principio educativo para todos los miembros de la Iglesia, antes de programar iniciativas concretas. Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros y en cada ser humano, significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico, de acogerlo y valorarlo como un don de Dios para mí; sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión porque se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento[56].
La exhortación Pastores gregis describe la espiritualidad del obispo como espiritualidad de comunión, de la que le considera modelo y pro motor. Considera la espiritualidad de comunión como forma de educación y de gobierno, de animar y de alentar las diversas formas de vida en la Iglesia y de poner todas las personas e instituciones en comunión orgánica para la misión[57].
Desde una espiritualidad de comunión se afirma la fidelidad al carisma y al ministerio, se ensancha la disponibilidad desde lo particular a lo universal, se integra la diversidad, se encaja la exención, se valora la vida comunitaria, se armonizan las distintas pertenencias, y las obras e instituciones se hallan subordinadas a fines superiores.
b) Formar para la comunión
La espiritualidad de comunión se forja en el tipo de formación que reciben el clero, los consagrados y los laicos, en el conocimiento mutuo y la misión compartida; y esto condiciona las relaciones mutuas dentro de la Iglesia y hacia el mundo. Hay que recorrer el camino espiritual que tiene marcado quien vive implantado en el misterio de la Trinidad y vive con intensidad la filiación, la fraternidad y la misión. La espiritualidad de comunión nos sitúa a todos los miembros de la Iglesia en el discipulado propio de los seguidores de Jesús; poniendo empeño en la formación correlacionada se estiman los dones de los otros y se establece la anhelada reciprocidad.
Siguen siendo iluminadoras las orientaciones del documento Mutuae relationes sobre la formación[58] y habría que revivirlas mirando la corre lación, tal y como lo proponen las exhortaciones postsinodales dedicadas a los estados de vida queridos por el Señor Jesús para su Iglesia: así, los fieles laicos han de ser formados por la Iglesia y en la Iglesia, en una recíproca comunión y colaboración de todos sus miembros: sacerdotes, religiosos y fieles laicos[59]; es conveniente que las personas consagradas reciban una formación adecuada sobre la Iglesia particular y la espiritualidad del clero diocesano y que el plan de estudios teológicos de los presbíteros diocesanos aborde la teología y la espiritualidad de la vida consagrada[60]; e incluso se invita al obispo a que, para su formación permanente, busque «tiempos sosegados de escucha atenta, comunión y diálogo con personas expertas –obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos–, en un intercambio de experiencias pastorales, conocimientos doctrinales y recursos espirituales que proporcionarán un auténtico enriquecimiento personal»[61].
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