martes, 4 de marzo de 2014

Castidad e intimidad con el Señor.


Decia san Francisco de Sales que hay dos tentaciones que se vencen huyendo: las tentaciones contra la fe y las tentaciones contra la castidad. Si yo sé que ciertas compañías, que ciertos ambientes, que ciertas personas pueden hacerme naufragar, ¿para qué hacerme el “inocente” y creer que no pasa nada? Esto, sin embargo, sólo se entiende a la luz de los siguientes principios : si yo aprecio el don de un corazón puro, si yo sé que todo es relativo de cara a la eternidad, entonces voy a actuar en consecuencia. No me voy a exponer a perder la gracia de Dios, que es lo más grande que poseo.
 La castidad es la virtud que integra la sexualidad en el gran horizonte del amor verdadero que tiende a Dios como nuestro Padre y fin último, y que permite amar al prójimo ordenadamente, como a uno mismo, e incluso mejor: como Cristo nos amó.

 Para proteger la castidad, hay que cuidar los pensamientos. La imaginación es la “loca de la casa” como decía santa Teresa. La divagación mental, el desorden interior, lleva muchas veces indefectiblemente a los pensamientos impuros. Ahora bien, dado que vivimos en una sociedad en la que casi todo nos habla de sexo, podemos sufrir los embates de la cultura imperante y ser golpeados por imágenes, recuerdos, imaginaciones, deseos bajos, etc. A veces estos pensamientos pueden ser muy insistentes. Aquí la solución es la sugerida un poco más arriba: estas tentaciones se vencen huyendo. Más que reprimir esos pensamientos, tenemos que distraerlos e ignorarlos. Ocurre como cuando nos asaltan las moscas un día de calor. Rondan las moscas, por la cara, las manos, de nuevo la cara, la nariz, la cabeza y de nuevo la cara... Uno normalmente no entra en crisis existencial porque le fastidia una mosca. Si lo que hago copa mi atención, espantaré a las moscas sin darle mayor importancia. Así también cuanto noa asalten las imaginaciones impuras: distraernos con algo que nos guste. Muchas veces no será algo espiritual. Puede ser el fútbol, el deporte, repasar los estudios, hacer ecuaciones matemáticas, etc. Lo que sea, con tal de que sea honesto y nos distraiga de los pensamientos impuros.
La castidad  es una virtud  de hombres, no de angeles. No desnaturaliza a la persona, sino que encauza las tendencias para que el ejercicio de las mismas conduzca al verdadero bien del hombre. La castidad no es una virtud sólo de los consagrados, sino un modo de vivir de todo cristiano y de todo hombre cabal. No es más feliz quien rechaza la castidad, sino quien la vive de acuerdo con su estado de vida. Llevada – a veces sufrida – con sentido sobrenatural es fuente de amor y de entrega generosa. El hombre casto, la mujer casta, cuando viven la castidad “en cristiano”, alcanzan la plenitud del amor, porque la castidad no es otra cosa que el amor, vivido con totalidad. Vale la pena, pues, ser castos en cualquier circunstancia y situación  de la vida.
La castidad es una virtud austera, que exige renuncia y en cuanto tal, es difícil de practicar. A muchos parece imposible de vivir e incluso nociva. Pero tenemos que fijarnos en la dimensión positiva de la castidad: es decir, la entrega del corazón a Jesucristo y el orden en el ejercicio de la sexualidad. En cuanto cristiano – soltero, casado y, cuanto más religioso o sacerdote – mi corazón pertenece a Cristo. En cuanto hombre cabal, debo someter mi pasión sexual al imperio de la razón, pues es más hombre quien controla sus pasiones que el que se deja dominar por ellas.

Apreciar la virtud de la castidad es verla como un ideal por el cual vale la pena luchar: 


Sea que tenga intención de casarme, el ideal de poder llegar al matrimonio con un corazón limpio, que ha sabido ser fiel al amor de su vida y que sabrá en el matrimonio subordinar el sexo al amor espiritual. 

Sea que opte por la castidad “por el Reino de los Cielos” (Mt. 19,12). 

Sea incluso en el caso de que uno no logre casarse y se vea obligado a vivir en castidad en razón de las circunstancias. En este caso es necesario “hacer de la necesidad virtud”; es decir, el no poder casarse no es el peor mal de la vida, que habría de conducir al célibe fatalmente a la pérdida del sentido de la vida, al fracaso y a la frustración existencial. Esto no es así. Tantos santos, tantas mujeres y  hombres de bien que han optado libremente o a causa de las circunstancias a vivir la castidad, y su vida ha sido un camino de realización plena.


Una oración para hacer la promesa de castidad (mujeres)
Señor Jesús:
Ante Ti vengo hoy porque quiero comprometerme Contigo:
A cuidar mi pureza y castidad,
A guardarme célibe para mi futuro esposo,
A esperar hasta el matrimonio para entregarme a él.
Sé que Contigo todo lo puedo,
Que con tu fuerza,
Lo que parece imposible
Se hará posible.
Por eso hoy te pido con confianza:
Fortaléceme en tu amor,
Dame la gracia y ayúdame cada día,
A cuidar mucho mi pureza de todo aquello que la pueda ensuciar,
A huir de toda ocasión que me ponga en riesgo de caer,
A rechazar con pronta radicalidad toda tentación que se presente en mi camino,
A pronunciar un firme y rotundo ¡NO!
Si el momento se presta para dejarme llevar.
Señor, tú que conoces todo lo que hay en mi corazón:
Mira mi anhelo de encontrar un amor verdadero,
Y concédeme lo que hoy te pido:
La pureza de mente, corazón y cuerpo,
Para amarte cada día más,
Y amar como Tú me has amado.
Este anillo que a partir de hoy llevaré siempre conmigo,
Será el signo que me recuerde esta promesa
Que hoy he hecho ante ti.
¡Que así sea! AMEN

 Una oración para hacer la promesa de castidad (hombres)

Señor Jesús,
Ante Ti vengo hoy para comprometerme Contigo:
A cuidar mi pureza y castidad todos los días,
y a mantenerme célibe
hasta el día de mi matrimonio.
Conozco mis inclinaciones y debilidad,
y sé de sobra que sin Ti
jamás tendré la fuerza necesaria
para cumplir este compromiso.
Pero sé también que Contigo todo lo puedo,
que con tu fuerza lo que parece imposible es posible.
Por eso hoy te pido con confianza:
Ayúdame a ser hombre de verdad,
a cuidar y proteger a las mujeres,
su integridad, dignidad y castidad.
Ayúdame a no mirarlas ni tomarlas como un objeto de placer.
Dame fuerzas para huir de aquellas que busquen seducirme.
Ayúdame a luchar decididamente contra la pornografía,
que tanto degrada a las mujeres como a los hombres.
Ayúdame a respetar a mi enamorada
–si la tengo o cuando la tenga–,
a respetar con firmeza los límites que nos hemos propuesto,
y a demostrarle así que la amo verdaderamente,
y que por amor ella estoy dispuesto a dominarme a mí mismo,
mis pasiones e impulsos sexuales.
El anillo que desde ahora llevaré siempre conmigo
será el signo que me recuerde este compromiso
que hoy libremente sello Contigo.
Yo te prometo poner todos los medios a mi alcance y luchar con firmeza;
Tú concédeme la gracia y la fuerza necesarias
para poder crecer en un amor que se asemeje cada día más al tuyo.

¡Que así sea!

AMEN

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