Ejercicios de la Cuaresma: la limosna, la oración, el ayuno
“Hermanos míos,
hoy empezamos el gran viaje de la Cuaresma. Por lo tanto llevemos en nuestro
barco todas nuestras provisiones de comida y bebida, colocando sobre el casco
misericordia abundante que necesitaremos. Porque nuestro ayuno tiene hambre,
nuestro ayuno tiene sed, sino se nutre de bondad, sino se sacia de
misericordia. Nuestro ayuno tiene frío, nuestro ayuno falla, si la cabellera de
la limosna no lo cubre, si el vestido de la compasión no lo envuelve.
Hermanos, lo que
es la primavera para la tierra, la misericordia es para el ayuno: el viento
suave de la primavera hace florecer todos los brotes de las llanuras; la
misericordia del ayuno siembra nuestras semillas hasta la floración, estas dan
fruto hasta la recolecta celestial. Lo que es el aceite para la lámpara, la
bondad es para el ayuno.
Como la materia
grasa del aceite mantiene encendida la luz de la lámpara y, también con un
pequeño alimento, la hace brillar para consuelo de todos en la noche, así también la
bondad hace resplandecer el ayuno: desprende rayos hasta que alcanza el pleno
esplendor de la continencia. Lo que es el sol para el día, la limosna es para el ayuno:
el esplendor del sol aumenta la plenitud del día, disipa la oscuridad de la
noche; la limosna acompaña el ayuno santificando la santidad y, gracias a la
luz de la bondad, purifica de nuestros deseos todo lo que podría ser mortífero.
En una palabra, lo que es el cuerpo para el alma, la generosidad es para el
ayuno: cuando el alma se retira del cuerpo, le ocasiona la muerte; si la
generosidad se aleja del ayuno, es su muerte.” (San Pedro Crisólogo (v.
406-450), Obispo de Rávena, doctor de la Iglesia. Sermón 8; CCL 24, 59; PL 52,
208 ).
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