“Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn. 13,1)
Aprecio por la virtud en general.
Aprecio por la virtud en general.
Vivimos en una sociedad de mínimos: ¿Qué es lo mínimo que tengo que hacer para divertirme sin pecar? ¿Qué es lo mínimo que tengo que hacer para hacer lo que me venga en gana sin traicionar la conciencia?
El cristianismo no puede vivir de mínimos. Muchas veces en la sociedad civil nos podemos regir por la moral de lo mínimo.
Pero no vale para quien se declara discípulo de Jesucristo. Veamos su ejemplo: Cristo no hizo lo mínimo para salvarnos, hubiera sido un redentor bastante raquítico. No. Por el contrario, Él entregó toda su sangre por cada uno de nosotros. En el evangelio de san Juan está escrito: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn. 13,1), y ese extremo fue la pasión, la cruz, la muerte y la resurrección. El modelo del cristiano – y su vía de auténtica felicidad – es Cristo y no el “fresco” dandy que se la pasa disfrutando haciendo slalom con las normas, sacándoles la vuelta.
2. Aprecio por la virtud de la castidad. La castidad es una virtud austera, que exige renuncia y en cuanto tal, es difícil de practicar. A muchos parece imposible de vivir e incluso nociva. Pero tenemos que fijarnos en la dimensión positiva de la castidad: es decir, la entrega del corazón a Jesucristo y el orden en el ejercicio de la sexualidad. En cuanto cristiano – soltero, casado – mi corazón pertenece a Cristo. En cuanto hombre cabal, debo someter mi pasión sexual al imperio de la razón, pues es más hombre quien controla sus pasiones que el que se deja dominar por ellas.
Apreciar la virtud de la castidad es verla como un ideal por el cual vale la pena luchar: sea que tenga intención de casarme, el ideal de poder llegar al matrimonio con un corazón limpio, que ha sabido ser fiel al amor de su vida y que sabrá en el matrimonio subordinar el sexo al amor espiritual. Sea que opte por la castidad “por el Reino de los Cielos” (Mt. 19,12). Sea incluso en el caso de que uno no logre casarse y se vea obligado a vivir en castidad en razón de las circunstancias. En este caso es necesario “hacer de la necesidad virtud”; es decir, el no poder casarse no es el peor mal de la vida, que habría de conducir al célibe fatalmente a la pérdida del sentido de la vida, al fracaso y a la frustración existencial. Esto no es así. Tantos santos, tantos hombres de bien han optado libremente o a causa de las circunstancias a vivir la castidad, y su vida ha sido un camino de realización plena.
3. Aprecio por la belleza del amor humano:
Quienes se están preparando para el matrimonio necesitan apreciar y vivir la castidad como un sano ejercicio que facilita la vida plenamente humana.
Quienes viven la castidad por el Reino de los Cielos, no lo hacen por deporte o porque tengan una visión negativa del amor humano. El religioso o la consagrada no han dejado algo malo (el matrimonio y lo que ello conlleva) por algo bueno (la castidad en sí misma, considerada como fin y no como medio). No. Vivir la castidad consagrada es renunciar a algo bueno y santo, por algo mejor: el amor y la donación total a Jesucristo. El uso de la sexualidad dentro del matrimonio no es un pecado, sino que ha sido creado por Dios para que dos personas puedan manifestarse el amor en la donación íntima del propio cuerpo, y abiertos a la llegada de los hijos.
2. Aprecio por la virtud de la castidad. La castidad es una virtud austera, que exige renuncia y en cuanto tal, es difícil de practicar. A muchos parece imposible de vivir e incluso nociva. Pero tenemos que fijarnos en la dimensión positiva de la castidad: es decir, la entrega del corazón a Jesucristo y el orden en el ejercicio de la sexualidad. En cuanto cristiano – soltero, casado – mi corazón pertenece a Cristo. En cuanto hombre cabal, debo someter mi pasión sexual al imperio de la razón, pues es más hombre quien controla sus pasiones que el que se deja dominar por ellas.
Apreciar la virtud de la castidad es verla como un ideal por el cual vale la pena luchar: sea que tenga intención de casarme, el ideal de poder llegar al matrimonio con un corazón limpio, que ha sabido ser fiel al amor de su vida y que sabrá en el matrimonio subordinar el sexo al amor espiritual. Sea que opte por la castidad “por el Reino de los Cielos” (Mt. 19,12). Sea incluso en el caso de que uno no logre casarse y se vea obligado a vivir en castidad en razón de las circunstancias. En este caso es necesario “hacer de la necesidad virtud”; es decir, el no poder casarse no es el peor mal de la vida, que habría de conducir al célibe fatalmente a la pérdida del sentido de la vida, al fracaso y a la frustración existencial. Esto no es así. Tantos santos, tantos hombres de bien han optado libremente o a causa de las circunstancias a vivir la castidad, y su vida ha sido un camino de realización plena.
3. Aprecio por la belleza del amor humano:
Quienes se están preparando para el matrimonio necesitan apreciar y vivir la castidad como un sano ejercicio que facilita la vida plenamente humana.
Quienes viven la castidad por el Reino de los Cielos, no lo hacen por deporte o porque tengan una visión negativa del amor humano. El religioso o la consagrada no han dejado algo malo (el matrimonio y lo que ello conlleva) por algo bueno (la castidad en sí misma, considerada como fin y no como medio). No. Vivir la castidad consagrada es renunciar a algo bueno y santo, por algo mejor: el amor y la donación total a Jesucristo. El uso de la sexualidad dentro del matrimonio no es un pecado, sino que ha sido creado por Dios para que dos personas puedan manifestarse el amor en la donación íntima del propio cuerpo, y abiertos a la llegada de los hijos.
La virtud de la castidad lleva a los esposos a hacer del acto conyugal un auténtico acto de caridad sobrenatural. Si una persona viviera la castidad como rechazo y desprecio de la dimensión sexual del amor, no sería una persona virtuosa, sino todo lo contrario.
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