La Navidad es el tiempo del
cumplimiento de las promesas de Dios. Nos recuerda cada año que Dios espera que
le respondamos colaborando en hacer realidad todo lo que el nos ofreció en su
hijo Jesús.
La Navidad, que celebra el nacimiento
de Jesús en una gruta de Belén, nos presenta el nacimiento del Salvador como
luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en
medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud,
e instaura el gozo y la alegría.
El curso de los siglos ha estado
marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Dios, que había
puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba
pacientemente. Esperó durante siglos, acompañando la espera de la palabra de
los profetas. Pero Dios no podía renunciar a su propio pacto de fidelidad, no
podía negarse a sí mismo. Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la
corrupción de los hombres y de los pueblos.
Hoy la respuesta del cristiano no puede ser
más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida
con bondad, con mansedumbre, en l ocotidiano y en lo extraordinario.
Así el Papa Francisco nos recordaba en estas fechas, como
casos concretos de abandono de partes de la humanidad, que en el campo de Ankawa en Erbil, en el norte de
Irak, miles de personas buscaron refugio de la violencia del grupo extremista
Estado Islámico. Nos interpelaba el Papa diciendo "Son como Jesús en la noche de su nacimiento:
para él no había sitio y tuvo que huir a Egipto para salvarse. Esta noche son
como él. Recientemente se produjo un exódo masivo de cristianos de las
comunidades de Irak y Siria, como resultado de avance de la milicia terrorista
Estado Islámico" .
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