jueves, 25 de diciembre de 2014

La Navidad, tiempo de la fidelidad de Dios, en la espera de nuestra respuesta fiel.

La Navidad es el tiempo del cumplimiento de las promesas de Dios. Nos recuerda cada año que Dios espera que le respondamos colaborando en hacer realidad todo lo que el nos ofreció en su hijo Jesús.
La Navidad, que celebra el nacimiento de Jesús en una gruta de Belén, nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.
El curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Esperó durante siglos, acompañando la espera de la palabra de los profetas. Pero Dios no podía renunciar a su propio pacto de fidelidad, no podía negarse a sí mismo. Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos.
 Hoy la respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre, en l ocotidiano y en lo extraordinario.

Así el Papa Francisco nos recordaba en estas fechas, como casos concretos de abandono de partes de la humanidad, que en el campo de Ankawa en Erbil, en el norte de Irak, miles de personas buscaron refugio de la violencia del grupo extremista Estado Islámico. Nos interpelaba el Papa diciendo "Son como Jesús en la noche de su nacimiento: para él no había sitio y tuvo que huir a Egipto para salvarse. Esta noche son como él. Recientemente se produjo un exódo masivo de cristianos de las comunidades de Irak y Siria, como resultado de avance de la milicia terrorista Estado Islámico" .

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