sábado, 7 de mayo de 2016

Lectio divina.

Continuamos con nuestros encuentros de oracion en clave de Lectio divina. Este mes de mayo comenzamos orando con el Magnificat. C/ Isla Cabrera, 33, 4, pta. 13. de Valencia. Hora: 17,30-19. Celebraremos la eucaristia vespertina del domingo. Quedas invitada. Sera el proximo sabado 7 de mayo.

1 comentario:

  1. Ayer tuvimos nuestro encuentro de Lectio divina, siguiendo el Magnificat. Leemos en San Lucas -y parece que éste lo recoge de los propios testimonios directos de la Virgen- que al anunciar el Arcángel Gabriel la encarnación del Hijo de Dios -en la maravillosa escena que recreamos a diario en el Ángelus- anuncia también, como otra de las maravillas del poder de Dios, que su prima Isabel ha concebido un hijo a pesar de su edad.
    María sin demora se pone en camino para visitar a Isabel dentro de ese cúmulo de virtudes que adornan su corazón, sin reparar ni en lo largo del camino en su estado, ni en la infinita majestad de su próxima maternidad. Sólo repara -desde su humildad- en el amor y el servicio a su anciana prima.
    Y todo -por así decirlo- explota rebosante en la salutación de ambas mujeres: Isabel -inspirada por el Espíritu- reconoce a la madre de su Señor y el propio Juan (santo desde el vientre de su madre) salta de gozo y saluda Isabel a María “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” y le dice luego “Y bienaventurada la que creyó”.
    María es bendita y bendito es el fruto de su vientre, pero -sobre todo- es bienaventurada “porque creyó”. En esto nosotros, no elegidos para un inmenso destino como María, sí podemos seguir sus pasos y ser igualmente bienaventurados como ella -y con ella- “creyendo”. Poca cosa, para tan alta ventura.
    Y a esta salutación María responde con el Magníficat: probablemente la más hermosa de las oraciones y el más completo de los cantos que se contienen en las escrituras.
    En el Magníficat se contiene un canto de alabanza en el que María desde la humildad da gracias a Dios por su Amor, por su elección y por la Redención que comienza ese día; y una profecía en el tenor de los cánticos proféticos del Antiguo Testamento, en la que se anuncia la veneración de María por los siglos venideros, el excelso patronazgo de todos sus hijos espirituales y el cumplimiento de las promesas de Dios.
    Pero quizás lo más eminente -además del gozo de la plenitud del canto de María- es la catequesis de los principios cristianos que contiene y que adelanta antes del nacimiento de Jesús y que luego serían proclamados en el Sermón de la Montaña: el enaltecimiento de los pobres y humildes y la misericordia de Dios.

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