Me abandono a Vos con un corazón sumiso, para que dispongáis de mi en esto como en todo lo demás, según vuestro beneplácito.
Referente a las enfermedades, Vos sabéis las que habéis resuelto enviarme. Yo las quiero y desde este momento las acepto y las abrazo en espíritu, inmolándome a vuestra divina y adorable voluntad. Esas quiero y no otras, porque son las que Vos queréis, las recibo con una perfecta conformidad en vuestra voluntad como las habéis Vos ordenado, ya en cuanto al tiempo de su venida, ya al de su duración o al de su cualidad. No las quiero ni más crueles ni más suaves, ni más cortas ni más largas, ni más benignas ni más agudas, sino tan sólo como ellas deben serlo según vuestra voluntad.»
En todas las cosas, «Señor mío y Dios mío, me abandono y me entrego por completo a Vos; os entrego mi cuerpo, mi alma, mis bienes, mi honra, mi vida y mi muerte. Adoro todos vuestros designios sobre mí, y con todo mi corazón os suplico que cuanto hayáis resuelto acerca de mi, sea en el tiempo, sea en la eternidad, se cumpla en el más alto grado posible de perfección.»(P. Saint-Jure).
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