La fe de Maria
Mientras
hablaba a las turbas, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar
con Él. Alguien se lo indicó, diciendo: mira, tu Madre y tus hermanos están
fuera, quieren hablar contigo. Y Él dijo: ¿quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos? Y extendiendo la mano sobre sus discípulos, repuso: éstos son mi
madre y mis hermanos. Todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre, que está
en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre (/Mt/12/46-50/Agustin).
¿Por
qué Cristo desdeñó piadosamente a su Madre? No se trataba de una madre
cualquiera, sino de una Madre virgen. María, en efecto, recibió el don de la
fecundidad sin menoscabo de su integridad: fue virgen al concebir, en el parto
y perpetuamente. Sin embargo, el Señor relegó a una Madre tan excelente para
que el afecto materno no le impidiera realizar la obra comenzada.
¿Qué
hacía Cristo? Evangelizaba a las gentes, destruía al hombre viejo y edificaba
uno nuevo, libertaba a las almas, desencadenaba a los presos, iluminaba las
inteligencias oscurecidas, realizaba toda clase de obras buenas. Todo su ser se
abrasaba en tan santa empresa. Y en ese momento le anunciaron el afecto de la
carne. Ya oísteis lo que respondió, ¿para qué voy a repetirlo? Estén atentas las
madres, para que con su cariño no dificulten las obras buenas de sus hijos. Y
si pretenden impedirlas o ponen obstáculos para retrasar lo que no pueden
anular, sean despreciadas por sus hijos. Más aún, me atrevo a decir que sean
desdeñadas, desdeñadas por piedad. Si la Virgen María fue tratada así, ¿por qué
ha de enojarse la mujer —casada o viuda—, cuando su hijo, dispuesto a obrar el
bien, la desprecie? Me dirás: entonces, ¿comparas a mi hijo con Cristo? Y te
respondo: No, no lo comparo con Cristo, ni a ti con María. Cristo no condenó el
afecto materno, pero mostró con su ejemplo sublime que se debe postergar a la
propia madre para realizar la obra de Dios (...).
¿Acaso
la Virgen María -elegida para que de Ella nos naciera la salvación y creada por
Cristo antes de que Cristo fuese en Ella creado-, no cumplía la voluntad del
Padre? Sin duda la cumplió, y perfectamente. Santa María, que por la fe creyó y
concibió, tuvo en más ser discípula de Cristo que Madre de Cristo. Recibió
mayores dichas como discípula que como Madre.
María
era ya bienaventurada antes de dar a luz, porque llevaba en su seno al Maestro.
Mira si no es cierto lo que digo. Al ver al Señor que caminaba entre la
multitud y hacía milagros, una mujer exclamó: ¡bienaventurado el vientre que te
llevó! (Lc 11, 27). Pero el Señor, para que no
buscáramos la felicidad en la carne, ¿qué responde?: bienaventurados, más bien,
los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc
1 I, 28). Luego María es bienaventurada porque oyó la palabra de Dios y la
guardó: conservó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Cristo es
Verdad, Cristo es Carne. Cristo Verdad estaba en el alma de María, Cristo Carne
se encerraba en su seno; pero lo que se encuentra en el alma es mejor que lo
que se concibe en el vientre.
María
es Santísima y Bienaventurada. Sin embargo, la Iglesia es más perfecta que la
Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro
santo, excelente, supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero. El
Señor es la Cabeza, y el Cristo total es Cabeza y cuerpo. ¿Qué diré entonces?
Nuestra Cabeza es divina: tenemos a Dios como Cabeza.
Vosotros,
carísimos, también sois miembros de Cristo, sois cuerpo de Cristo. Ved cómo
sois lo que Él dijo: he aquí mi madre y mis hermanos (Mt 12, 49). ¿Cómo seréis
madre de Cristo? El Señor mismo nos responde: todo el que escucha y hace la
Voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi
madre (Mt 12, 50). Mirad, entiendo lo de hermano y lo de hermana, porque única
es la herencia; y descubro en estas palabras la misericordia de Cristo: siendo
el Unigénito, quiso que fuéramos herederos del Padre, coherederos con Él. Su
herencia es tal, que no puede disminuir aunque participe de ella una
muchedumbre. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, y que las mujeres
santas y fieles son hermanas suyas. Pero ¿cómo podemos interpretar que también
somos madres de Cristo? ¿Me atreveré a decir que lo somos? Sí, me atrevo a
decirlo. Si antes afirmé que sois hermanos de Cristo, ¿cómo no voy a afirmar
ahora que sois su madre?, ¿acaso podría negar las palabras de Cristo?
Sabemos
que la Iglesia es Esposa de Cristo, y también, aunque sea más difícil de
entender, que es su Madre. La Virgen María se adelantó como tipo de la Iglesia.
¿Por qué—os pregunto—es María Madre de Cristo, sino porque dio a luz a los
miembros de Cristo? Y a vosotros, miembros de Cristo, ¿quién os ha dado a luz?
Oigo la voz de vuestro corazón: La Madre Iglesia!
Semejante a María, esta Madre santa y honrada, al mismo tiempo da a luz y es
virgen.
Vosotros
mismos sois prueba de lo primero: habéis nacido de Ella, al igual que Cristo,
de quien sois miembros. De su virginidad no me faltarán testimonios divinos.
Adelántate al pueblo, bienaventurado Pablo, y sírveme de testigo. Alza la voz
para decir lo que quiero afirmar: os he desposado con un varón, presentándoos
como virgen casta ante Cristo; pero temo que así como la serpiente sedujo a Eva
con su astucia, así también pierdan vuestras mentes la castidad que está en
Cristo Jesús (2 Cor 1 I, 2-3). Conservad, pues, la
virginidad en vuestras almas, que es la integridad de la fe católica. Allí
donde Eva fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen
la Iglesia con la gracia del Omnipotente.
Por
lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en la mente, como María alumbró a
Cristo en su seno, permaneciendo virgen. De ese modo seréis madres de Cristo.
Ese parentesco no os debe extrañar ni repugnar: fuisteis hijos, sed también
madres. Al ser bautizados, nacisteis como miembros de Cristo, fuisteis hijos de
la Madre. Traed ahora al lavatorio del Bautismo a los que podáis; y así como
fuisteis hijos por vuestro nacimiento, podréis ser madres de Cristo conduciendo
a los que van a renacer.
(San
Agustín. Sermón 72 A, 3, 7-8)
No hay comentarios:
Publicar un comentario