miércoles, 17 de septiembre de 2014

Acompañados en la Fe.




PALABRA DE DIOS

Mt 23,8-11:
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro

y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

PARA LA MEDITACIÓN E INTERIORIZACIÓN

Desde “ser acompañado”:

Dejamos aflorar en nuestro corazón el agradecimiento a Dios por las personas que han sido para nosotros apóstoles, testigos, padres, acompañantes en la fe.

¿Qué significa para mí ser acompañado por otro en mi itinerario de fe?
¿Qué busco? Mi intención última al compartir mi camino ¿es avanzar hacia el encuentro con Dios y el cumplimiento de su voluntad?

Tomando un poco de perspectiva, me veo recorriendo un camino de fe.

¿Mi actitud es puramente receptiva y pienso que “todo lo ha de hacer el padre hablando”, o asumo mi responsabilidad en el camino?
Los pasos que doy y las opciones que tomo ¿son auténticamente míos, realizados con plena libertad, aunque cuenten con la mediación eclesial?
¿Me siento estancado, alimentando prácticas religiosas, cultivando lugares donde me siento cómodo? ¿por qué?
¿Voy notando en mí alguna “raíz en el bien” a partir de aquello que recibo? ¿en qué he crecido?
¿Cómo reacciono en las tribulaciones?

Desde “ser acompañante”:

Recuerdo y actualizo el “llamamiento” recibido para la misión, desde el agradecimiento por la confianza que Dios tiene en mí y la conciencia de mi pequeñez.

Tomo perspectiva y reconozco la presencia de Dios en la misión, en el acompañamiento a los demás, en cada encuentro, en cada persona. Reviso estos procesos desde aquello a lo que el texto me haya llamado:
¿Mantengo viva mi relación con Dios? ¿me puede el activismo?
¿Qué busco, cuál es la intención más profunda cuando acompaño a alguien?
¿Estoy atento a dejar espacio a Dios en mí, en el encuentro, y en el otro? ¿me sitúo como mediador?
¿Fomento la libertad o la dependencia? ¿mantengo una sana libertad de espíritu y ayudo a descubrirla?
¿Las personas a las que acompaño van creciendo en la fe, teniendo una experiencia personal de Dios y profundizando en ella, o “no crecen más un día que otro”? ¿Por qué?
¿Cómo acompaño en las tribulaciones? ¿permanezco cercano, pero reconociendo que el Consolador es Dios?




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