viernes, 8 de marzo de 2013

Comunicar la Fe (II)

2. Aporta luz y no calor

Como personas de fe, queremos arrojar luz sobre los temas difíciles: los temas ya son acalorados de por sí. Y también queremos que se vea, por nuestro comportamiento y manera de hablar, la Iglesia a la que pertenecemos y que nos ha formado. Cuando hablamos (y por la manera en la que hablamos), dejamos ver lo que queremos decir.
Si acudes a una discusión para aportar luz en vez de calor, el énfasis será completamente diferente. Escucharás con atención la opinión del otro por mucho que estés en desacuerdo. Tu objetivo será dejar que entren rayos de luz sobre el tema, y así abrir la discusión, respetando el punto de vista del otro pero manteniendo el tuyo.
Al igual que se puede llegar a la fe al ver la vida de personas de fe que impresionan, también se puede llegar a la luz en una discusión por la manera en que se habla. Mantener la calma nunca falla.
 
 
 

3. La gente no se acuerda de lo que has dicho, pero sí de cómo les has hecho sentir

Intelectuales y teólogos: cuidado. La erudición es lo contrario a la comunicación, la cual se sirve de palabras sencillas para explicar ideas complejas. La finalidad no consiste en que tus argumentos sean lúcidos, sino en que tus palabras sean entendidas.
Por supuesto, es muy importante la verdad que hay en tus palabras. El objetivo de ser un Catholic Voice es, por encima de todo, aclarar. Lo que nos proponemos al responder a preguntas o críticas no es más que a iluminar allá donde haya oscuridad o confusión. Pero no somos nosotros los que persuadimos; es la Verdad. Nuestra tarea consiste en servir a la Verdad lo mejor que podamos. Y cuando mejor servimos a la Verdad es cuando no intentamos “derrotar” al que se opone, sino lo contrario, buscamos actuar con civismo, empatía y claridad.
Las tácticas ingeniosas y retóricas pueden ser excelentes pasatiempos, pero no iluminan. Es poco probable que una discusión acalorada logre cambiar percepciones. El peligro está en que “ganarás” la discusión pero perderás a la audiencia, bien sea de dos personas o, en una emisora de televisión, de dos millones de personas.
Así pues, evalúa, tras cada intercambio, según este criterio: ¿he ayudado a que los demás entiendan mejor la enseñanza o posturas de la Iglesia? ¿Y cómo les he hecho sentir: animados o derrotados? ¿Inspirados o acosados? ¿Con ganas de escuchar más o aliviados de que se haya terminado?.

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