La meta de la Cuaresma es la Pascua .
El peso de los siglos aún se nota, y
cuando durante siglos la liturgia del Triduo pascual se ha celebrado temprano,
por la mañana, durante el Jueves y el Viernes Santo, y la Vigilia pascual –con
su juego de la luz en la noche- se pasó a la mañana del Sábado Santo para
convertirse en un erróneo “Sábado de gloria”, las tardes fueron vividas única y
exclusivamente de modo devocional: vía crucis, procesiones, etc. Estas
devociones, en sí buenas, que son una ayuda y un complemento, no tuvieron más
remedio que convertirse en un sustituto de la liturgia para llenar el alma de
los fieles.
Así, ese peso de los siglos se nota
aún tanto que muchos no viven, ni asisten, ni participan, a las celebraciones
solemnes de la tarde del Jueves y Viernes Santo y la Vigilia pascual, corazón
del año litúrgico, permanece casi desconocida, con escasa participación.
Parecería que la Cuaresma, entonces,
es un fin en sí misma con la multiplicación de ejercicios de piedad, cultos,
quinarios, etc., perdiendo su perspectiva auténtica: la de ser una preparación
intensa para vivir la Pascua. La Cuaresma está en función y sirve de verdad si
prepara a todos y cada uno de los católicos a vivir renovados, con piedad, las
solemnes liturgias del Triduo pascual y, sobre todo, la santísima Vigilia
pascual. La Cuaresma servirá de veras si enciende en cada uno el deseo de
participar y asistir a las celebraciones del Jueves y Viernes Santo y vivir, con
inmenso fervor, la Vigilia de la noche de Pascua. La Cuaresma, bien vivida y
entendida, alentará una renovación personal, comunitaria y eclesial para vivir
renovados la santa Vigilia pascual. La Cuaresma, con su austeridad penitencial,
desembocará en la alegría de la noche de Pascua y educará a todos para
comprender que la Cuaresma es un camino penitencial pero para llegar a una meta,
la santa Pascua, y luego vivirla intensamente durante los cincuenta días que
dura, hasta Pentecostés.
Los textos que se rezan en la Misa y
en la Liturgia de las Horas están llenos de referencias a la Pascua que queremos
vivir y a la que nos preparamos. Basta tener el oído atento cuando el sacerdote
los reza en la Misa para asumirlos e integrarlos personalmente.
“En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte
gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
Por él concedes a tus hijos
anhelar, año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que, dedicados con mayor entrega
a la alabanza divina y al amor
fraterno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios”.
Aquí se subraya el anhelo, un deseo
grande, de llegar a celebrar la Pascua, ejercitándonos, como Iglesia, en la
purificación, en la alabanza y en la caridad.
También el prefacio V de Cuaresma
ofrece una perspectiva en la que une la Cuaresma como desierto con la Pascua
como meta:
“En verdad es justo bendecir tu nombre,
Padre rico en misericordia,
ahora que en nuestro itinerario hacia la luz
pascual,
seguimos los pasos de Cristo,
maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el
amor.
Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo
éxodo
a través del desierto cuaresmal…”
En la primera oración para bendecir
las cenizas, el Miércoles de Ceniza, se pide: “que,
fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar [los fieles], con el corazón
limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo”. La perspectiva
de la ceniza, señal de muerte, luto y penitencia, es llegar a la Pascua del
Señor y tener vida, con un corazón limpio. En cierto modo, recibir la ceniza en
la cabeza es un cierto compromiso vital de llegar, vivir y celebrar la Pascua
(no ausentarse de sus celebraciones), incluyendo la celebración de la Pasión del
Señor el Viernes santo, como pide la oración sobre las ofrendas de dicho
Miércoles de Ceniza: “limpios de pecado, merezcamos
celebrar piadosamente los misterios de la pasión de tu Hijo”.
La Cuaresma se presenta a sí misma
como un camino con una meta, la Pascua de Cristo. Ya el primer domingo de
Cuaresma, en la oración sobre las ofrendas, se reza: “te rogamos, Señor, que nuestra vida sea conforme con las
ofrendas que te presentamos y que inauguran el camino hacia la Pascua”, y
el II domingo de Cuaresma reza en la oración sobre las ofrendas: “Te pedimos, Señor, que esta oblación borre nuestros
pecados, santifique los cuerpos y las almas de tus siervos y nos prepare a
celebrar dignamente las fiestas pascuales”… ¡dignamente!, o también con
premura, con deseo: “haz que el pueblo cristiano se
apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestas
pascuales” (OC Domingo IV).
Que la Cuaresma es una preparación
para la Pascua, lo encontramos en la oración colecta del Viernes I de Cuaresma:
“que tu pueblo, Señor, como preparación a las
fiestas de Pascua se entregue a las penitencias cuaresmales, y que nuestra
austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus
fieles”; y ese es también el sentido de las penitencias, mortificaciones,
ayuno y abstinencia de carne: “Concédenos, Dios
todopoderoso, que, purificados por la penitencia cuaresmal, lleguemos a las
fiestas de Pascua limpios de pecado” (OC Viernes II). El objeto de toda
penitencia, el fin de las mortificaciones y de la ascesis cuaresmales es unirnos
a Cristo en su pasión para vivir su resurrección, la Pascua: “Redentor nuestro, por tu pasión, concede a tus fieles la
fuerza necesaria para mortificar sus cuerpos, ayúdalos en su lucha contra el mal
y fortalece su esperanza, para que se dispongan a celebrar santamente tu
resurrección” (Preces Visp. Viernes I).
Ese tono de preparación, de cara a
la Pascua, es recordado a mitad de la Cuaresma, el jueves de la III semana,
cuando la Iglesia reza: “te pedimos humildemente,
Señor, que a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo
en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio
pascual” (OC). Y también: “te pedimos,
Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus
fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los
hombres la grandeza de tu salvación” (OC Martes IV). Otra oración más
recalca el mismo aspecto: “Padre lleno de amor, te
pedimos que, purificados por la penitencia y por la práctica de las buenas
obras, nos mantengamos fieles a tus mandamientos, para llegar, bien dispuestos,
a las fiestas de Pascua” (OC Jueves IV).
Esta súplica se hace más intensa,
por ejemplo, en la oración de la Misa del Martes Santo, que ruega una
participación realmente viva: “concédenos
participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que
alcancemos tu perdón”.
Es una
preparación seria, rigurosa, pero no triste, porque nos consuela y sostiene la
alegría de llegar a la Pascua, a la Resurrección del Señor: “llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma,
te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales, y sentir en nosotros el gozo
de su eficacia” (OC Sábado III), sabiendo que los sacramentos pascuales
son el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que se celebran con la mayor
solemnidad posible en la noche de Pascua, durante la Vigilia pascual. Es tiempo
de desierto para la escucha de la Palabra que Dios dirige: “concédenos escuchar con más frecuencia tu palabra en
este tiempo cuaresmal, para que, en la gran solemnidad que se avecina, nos
unamos con mayor fervor a Cristo, nuestra Pascua” (Preces Laudes Martes
II).
La unión con Cristo es vital durante
la Cuaresma para vivir luego la Pascua; ayunamos como Él ayunó durante cuarenta
días y sus noches, guardamos silencio para escuchar la Palabra de Dios,
combatimos contra nuestros pecados y las tentaciones de todo tipo, como Él luchó
y fue tentado:
“Al abstenerse durante cuarenta días de tomar
alimento,
inauguró la práctica de nuestra penitencia
cuaresmal,
y al rechazar las tentaciones del
enemigo
nos enseñó a sofocar la fuerza del
pecado;
de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de
esta Pascua,
podremos pasar un día a la Pascua que no acaba”
(Prefacio Domingo I de Cuaresma).
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