Hay tantas aproximaciones al misterio de Dios como personas que se interesan por Él, pero no todas las formulaciones o plasmaciones de este misterio tienen la capacidad de transformar nuestro interior para acercarnos un paso más a esa alta cima en la que uno puede encontrarse con quien se oculta en lo más profundo de su espíritu… Con ese Alfa y Omega del que todos venimos, al que todos vamos, en el que todos somos, sentimos y respiramos…
¿Cómo distinguir la auténtica espiritualidad de su imitación o caricatura? Dicen que el papel todo lo soporta, y es cierto. Todos podemos escribir un párrafo maravilloso sobre Dios y su inhabitación en nuestra alma… Pero nuestro testimonio sólo tendrá un poder auténticamente transformador si es la plasmación escrita de una experiencia interior que pueda constatarse en nuestra existencia cotidiana. Como recordaba el Papa Francisco hace unos días, no hacen falta predicadores sino personas ejemplares.
Y un rasgo de esa ejemplaridad que demuestra que uno convive habitualmente con la Divinidad es el amor por todo y por todos, el talante conciliador, la apertura, la receptividad. Deus caritas est, y nadie que se precie de tener una vida espiritual seria puede carecer de amor, caridad y afecto por todo y por todos. Cristo tendió puentes y destruyó muros, no vino a separar sino a unirnos a todos en el abrazo de la cruz… Murió fuera de las murallas de la ciudad de Jerusalén, con su muerte rasgó el velo del Sancta Sanctorum, tendió su mano a los necesitados, dio esperanza, afecto, comprensión y perdón a los pecadores… El hombre auténticamente religioso, aquel cuya espiritualidad le ha religado con la Fuente de la que brota el Agua de Vida, se caracteriza por su apertura y receptividad, por haberse vaciado de sí mismo, de sus patrones y necesidades de seguridad, para hacer espacio a ese Dios que se manifiesta con distinto rostro en cada uno de nosotros… Y nos hace dignos de admiración y estima.
Ése es, para mí, el principal rasgo de la auténtica espiritualidad: la capacidad natural de mirar alrededor con los ojos de Dios, descubriendo lo mejor de todo -y de todos- mediante una mirada limpia, transparente, que descubre a la Divinidad manifestándose hasta en la más ínfima mota de polvo.
Escapa, pues, de los guías espirituales que pretenden construir murallas a tu alrededor; huye de la dialéctica de amigos y enemigos; aléjate de quienes crean instituciones autorreferenciales, cerradas y sin oídos para los que sufren; no te dejes engañar por quienes en nombre de la Fe se pasan la vida despellejando a quienes no comparten sus certidumbres y opiniones… La separación no viene de Dios, sino del diablo, del acusador, del difamador, de Satán, del que en todos –hasta en Cristo- ve adversarios.
Dios no es uniformidad, no es homogeneidad, es esa Unidad última que ha querido la diversidad en su seno; Dios no es ese juez que castiga nuestras equivocaciones alejándonos de él, es el Padre-Madre que nos da la Vida y quiere hacer de nosotros lo mejor que podemos llegar a ser… El jardinero que nos poda para hacer de nosotros la más hermosa y sana flor.
Por Amor fuimos traídos a la existencia, mediante el Amor desarrollaremos nuestra naturaleza, al Amor tiende –como destino- nuestra vida… El Amor es la huella, la señal, la seguridad de que vamos por buen camino… No nos desviemos de él… Ni nos alejemos mucho de quienes han hecho de su vida un testimonio del Amor.
(Tomado de meditaciones del dia).
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