Cómo por las criaturas se
llega a conocer al Creador .
"Yo, Señor, sé con
certeza que os amo, y no tengo duda en ello. Heristeis mi corazón con vuestra
palabra y luego al punto os amé. Además de esto, también el cielo, la tierra y
todas las criaturas que en ellos se contienen por todas partes me están diciendo
que os ame [...]
Pero ¿qué es lo que yo
amo cuando os amo? No es hermosura corpórea, ni bondad transitoria, ni luz
material agradable a estos ojos; no suaves melodías de cualesquiera canciones,
no la gustosa fragancia de las flores, ungüento o aromas; no la dulzura del
maná, o la miel, ni finalmente deleite alguno que pertenezca al tacto o a otros
sentidos del cuerpo.
Nada de eso es lo que
amo, cuando amo a mi Dios; y no obstante eso, amo una cierta luz, una cierta
armonía, una cierta fragancia, un cierto manjar y un cierto deleite cuando amo a
mi Dios, que es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite de mi alma.
Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido
que no lo arrebata el tiempo; se siente fragancia que no la esparce el aire; se
recibe gusto de un manjar que no se consume comiéndose; y se posee estrechamente
un bien tan delicioso, que por más que se goce y se sacie el deseo, nunca puede
dejarse por fastidio. Pues todo esto es lo que amo cuando amo a mi
Dios.
Pero ¿qué viene a ser
esto? Yo pregunté a la tierra y respondió: «No soy yo eso»; y cuantas cosas se
contienen en la tierra me respondieron lo mismo. Preguntéle al mar y a los
abismos, y a todos los animales que viven en las aguas y respondieron: «No somos
tu Dios; búscale más arriba de nosotros». Pregunté al aire que respiramos y
respondió todo él con los que le habitan: «Anaxímenes [filósofo del siglo VI a.
de C. que enseñaba que el aire es infinito y principio de todas las cosas] se
engaña porque no soy tu Dios». Pregunté al cielo, Sol, Luna y estrellas, y me
dijeron: «Tampoco somos nosotros ese Dios que buscas». Entonces dije a todas las
cosas que por todas partes rodean mis sentidos: «Ya que todas vosotras me habéis
dicho que no sois mi Dios, decidme por lo menos algo de él». Y con una gran voz
clamaron todas: «Él es el que nos ha hecho».
Estas preguntas que digo
yo que hacía a todas las criaturas era sólo mirarlas yo atentamente y
contemplarlas, y las respuestas que digo me daban ellas es sólo presentárseme
todas con la hermosura y orden que tienen en sí
mismas.
Después de esto,
volviendo hacia mí la consideración, me pregunté a mí mismo: «Tú ¿qué eres?». Y
me respondí: «Soy hombre». Y bien claramente conozco que soy un todo compuesto
de dos partes: cuerpo y alma, una de las cuales es visible y exterior, y la
otra, invisible e interior. ¿Y de las dos es de las que debo valerme para buscar
a mi Dios, después de haberle buscado recorriendo todas las criaturas corporales
que hay desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar por mensajeros los
rayos visuales de mis ojos? No hay duda en que la parte interior es la mejor y
más principal, pues ella era a quien todos los sentidos corporales que habían
ido por mensajeros referían las respuestas que daban las criaturas, y la que
como superior juzgaba de lo que habían respondido cielo y tierra, y todas las
cosas que hay en ellos, diciendo: «Nosotras no somos Dios, pero somos obra
suya». El hombre interior que hay en mí es el que recibió esta respuesta y
conoció esta verdad, mediante el ministerio del hombre exterior. Es decir, que
yo considero según la parte interior de que me compongo, yo mismo, en cuanto al
alma, conocí estas cosas por medio de los sentidos de mi cuerpo. Pregunté por mi
Dios a toda esta grande máquina del mundo y me respondió: «Yo no soy Dios, pero
soy hechura suya».
Esta hermosura y orden
del universo, ¿no se presenta igualmente a todos los que tienen cabales sus
sentidos? Pues ¿cómo a todos no les responde eso
mismo?
Todos los animales, desde
los más pequeños hasta los mayores, ven esta hermosa máquina del universo, pero
no pueden hacerle aquellas preguntas, porque no tienen entendimiento, que como
superior juzgue de las noticias y especies que traen los sentidos. Los hombres
sí que pueden ejecutarlo, y por el conocimiento de estas criaturas visibles
pueden subir a conocer las perfecciones invisibles de Dios, aunque sucede que,
llevados del amor de estas cosas visibles, se sujetan a ellas como esclavos, y
así no pueden juzgar de las criaturas, pues para eso habían de ser superiores a
ellas. Ni estas cosas visibles responden a los que solamente les preguntan, sino
a los que al mismo tiempo que preguntan, saben juzgar de sus respuestas. Ni
ellas mudan su voz, esto es, su natural hermosura, ni respecto de uno que no
hace más que verlas, ni respecto de otro, que además de esto se detiene a
preguntarles; no es que a aquél parezcan de un modo y a éste de otro, sino que
presentándose a entrambos con igual hermosura, hablan con el uno y son mudas
para con el otro, o por mejor decir, a entrambos y a todos hablan, pero
solamente las entienden los que saben cotejar aquella voz que perciben por los
sentidos exteriores con la verdad que reside en su
interior.
Esta verdad es la que me
dice: «No es tu Dios el cielo ni la tierra, ni todo lo demás que tiene cuerpo».
La misma naturaleza de las cosas corporales, a cualquiera que tenga ojos para
verlas, le está diciendo: Esto es una cantidad abultada; y ésta precisamente es
menor en la parte que en el todo. De aquí se infiere que tú, alma mía, eres
mejor que todo lo corpóreo, porque tú animas esa abultada cantidad de tu cuerpo
y le das la vida que goza, lo que cuerpo ninguno puede hacer con otro cuerpo.
Pero tu Dios está tan lejos de ser corpóreo, que aun respecto de ti, que eres
vida del cuerpo, es Dios tu vida."
San Agustín, Las
Confesiones, 10,6
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