sábado, 1 de junio de 2013

Lectura y escritura espiritual).(II).

Para el pueblo de Israel el “Escucha Israel” es una invitación a una constante y renovada fidelidad al Dios de la Alianza. El término escucha denota comunión entre personas. Para escuchar lo mismo que para hablar, hace falta un interlocutor, pero no siempre es necesario este. Esta escucha puede ser tan personal que ni siquiera se necesiten palabras.... La escucha es esa actitud del corazón por la que aquello que es más íntimo y misterioso en nosotros, permanece en actitud amorosa ante aquello que es más íntimo y misterioso en Dios... El escuchar, escriben Nemeck y Combs, es una entrega incondicional al Padre: Abba; es dar lo más profundo de nuestro ser a Aquel cuya profundidad no tiene límites y al que amamos sin conocerle. Y uno piensa: ¡Dios mío!... que será el dichoso día, que cuando me llames, podré ver la luz de amor, de tu Rostro divino.
          
  Como vemos ya en la alianza del pueblo de Israel con el Señor, lo primero de todo era amar a Dios. Y esto es así porque es el amor a Dios y solo el amor el que nos abrirá las puertas del cielo. Pero el amor va siempre asociado con el conocimiento, no se puede amar, aquello de lo que se desconoce su existencia. El conocimiento fortalece el amor, porque cuanto más se ama, nace un mayor deseo de conocimiento de lo que se ama y en la medida en que aumenta ese conocimiento aumenta el amor, porque recíprocamente amor y  conocimiento se auto alimentan.
            No quiere esto decir, ni mucho menos que todos estemos obligados a estudiar teología, cosa esta, en la que se corre el peligro, de manchar un puro amor al Señor, intelectualizando su conocimiento y encerrarlo en términos académicos. Para que esto no suceda, la mejor fórmula consiste, en no desligar nuestro deseo de conocer más al Señor, del amor a Él que es quien nos impulsa, al deseo de conocimiento. En el Kempis, podemos leer: “Quien escudriña la majestad de Dios es oprimido por la pesadumbre de tu gloria”. Es mucho más lo que Dios puede obrar, que lo que el hombre puede entender. Se tolera, en cambio, una investigación humilde y reverente de la verdad, con ánimo de aprender siempre y caminar por la senda trazada de antemano con las sólidas sentencias de los santos Padres y sobre todo con uan profunda obediencia al Papa, sea este el que sea, pues por encima de su condición humna, que inclusive puede ser que no nos guste, es el Vicario de Cristo en la tierra..
            Henry Nouwen, escribe diciendo: “Me dijo la Madre Teresa hace doce años: “Escriba con sencillez, con mucha sencillez, La gente tiene necesidad de palabras simples”. Nuestra obligación sea leyendo o sea  escribiendo es la sencillez, es ser simples, sencillos, pues no olvidemos que Dios es la simplicidad absoluta. “Dios es simplicidad en su esencia, claridad en su inteligencia, amor universal y desbordante en su actividad. Cuanto más nos parezcamos a Él, en este triple aspecto, más unidos estaremos con Él”. El Señor les decía a sus apóstoles: “Os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. (Mt 10,16).
            El santo amor de Dios simplifica enormemente tanto la vida exterior como la vida interior del hombre. Dios como Espíritu puro es esencial e infinitamente simple; el amor que nos une con Dios nos hace semejantes a Él y nos comunica su santa simplicidad. Cuando avanzamos en el desarrollo de nuestra vida espiritual, nos dice el Abad Baur, vemos que se hace sencilla nuestra inteligencia, nuestros juicios, y criterios y nuestras aspiraciones. Según avanzamos en la simplicidad, Lo que antes amábamos, conversaciones, lecturas, etc… se nos vuelve cada vez más insípidas. Coartamos nuestro trato y comercio con los hombres. El amor propio se bate en retirada en todos los frentes.
            Maestro en la simplicidad de su escritura, poniéndonos a nuestro alcance complicadas cuestiones, por la sencillez de su expresión, fue el monje cisterciense Thomás Merton. Para quienes hayan leído algún otro libro o glosa mía, este nombre no les resultará extraño, pues siempre he visto en la escritura de este monje, la inspiración del Espíritu Santo. He escogido tres párrafos de sus obras que se relacionan con lo que aquí vengo escribiendo.
            Escribe Thomás Merton, diciéndole al Señor: “Enséñame, pues, a negar mi amor a las cosas que dispersan y envanecen –el deseo de ser leído y elogiado como escritor, de ser profesor alabado por sus alumnos, o de vivir cómodamente en algún lugar hermoso y que lo ponga todo en Ti, donde arraigará y vivirá, en lugar de disiparme estérilmente”.
            “Si un escritor es tan cauto que jamás escribe nada que pueda ser criticado, nunca escribirá nada que pueda ser leído. Si quieres ayudar a otras personas, tienes que decidirte a escribir cosas que algunos condenarán”.
            “Si escribes para Dios, llegarás a muchos hombres y les darás alegría. Si escribes para los hombres, quizás ganes dinero y des pequeñas alegrías a algunos, y tal vez llegues a tener fama en el mundo durante algún tiempo. Si escribes solo para ti mismo, y al cabo de diez minutos lees lo que has escrito y te sentirás tan disgustado que querrás morirte”.
           
La escritura, al igual que la lectura es un medio de santificación, tanto ora el que escribe como el que lee, porque en ambas funciones se contacta con el Señor y la oración es precisamente eso; contactar con el Señor. Aunque bien está la escritura como medio de santificación, pero siempre que en ella aflore nuestra humildad y no nuestra vanidad y soberbia.
            La lectura espiritual es una obligación, pero no así la escritura aunque es de tener presente, que el hombre que ha encontrado a Dios tiene la obligación soberana de contar a sus hermanos como es, y de alabar con el corazón y la fuerza de todo. Puede ser que este hombre diga las palabras correctas, pero muchas veces su corazón puede estar lejos del amor al Señor y su escritura no trasmite ese amor, porque hay un principio que dice: Nadie da lo que no tiene.  Por ello el escritor tiene que escribir con un corazón que le rebose de amor a Dios, y solo le mueva el deseo de que sus lectores aumenten más su amor al Señor.   
(Tomado del Blog Juan del Carmelo).

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