viernes, 20 de septiembre de 2013

¿Por qué una Regla de vida?.




¡ Dichosos aquellos que poseen la sabiduría de ver la mano de nuestro Padre celestial en todos los acontecimientos, agradables o penosos, y no mirarlos sino a la luz de la eternidad!.

¿Por cuál norma debo vivir? ¿Cómo debo andar? ¿Cómo puedo vivir una vida santa, que sea separada y dedicada al servicio de Jesucristo?.
Somos nuevas criaturas en Cristo por la gracia de Dios, y en ningún caso por las obras de la ley (2 Corintios 5:17, Efesios 2:8-10; 4:24; Colosenses 3:10), así pues como  cristianos estamos llamados a caminar de acuerdo a la REGLA DE LA NUEVA CRIATURA (Gálatas 6:15-16). Por fe debemos contar con el hecho de que somos nuevas criaturas en Cristo Jesús, unidos a Él en un vínculo asombroso, participando en su muerte y participando en su vida de resurrección.
El Beato Juan Pablo II, en su homilía de inicio de pontificado, el 22 de octubre de 1978, se presentó al mundo exclamando: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!». Por esta invitación nos sentimos interpelados y en ese camino queremos peregrinar.
¿Por qué una regla de vida?.
Si supiéramos ver siempre la voluntad providencial de Dios , tendríamos gran facilidad para , adherirnos siempre a ella, cumplirla con generosidad, con amor y fidelidad como los santos y los ángeles lo hacen en el cielo, esta voluntad divina transformaría muy pronto la faz de la tierra; la santidad florecería por todas partes, reinarían la alegría en los corazones, la caridad entre los hombres, la paz en las familias y en las naciones.
Ricos de fe, de confianza y de amor, nos hallamos en excelentes disposiciones para recibir con respeto y confiados  los acontecimientos de la vida,, a medida que se produzcan, o para esperarlos con tranquilidad y sosiego de corazón  y en una paz llena de confianza. Haciendo la voluntad de Dios significada, y sin omitir la previsión y los esfuerzos que requiere la prudencia, se desecha fácilmente la turbación y la inquietud, se reposa en los brazos de la Providencia, al modo de un niño en el seno de su madre.
Santa Gertrudis comprendió estas divinas enseñanzas, y tan profundamente las grabó en su corazón, que supo repetir en cualquiera ocasión con nuestro Maestro: «Sí, Padre mío, puesto que tal es vuestro beneplácito.» Si queremos también nosotros entonar continuamente este himno del abandono, debemos penetrarnos de estas verdades saludables, nutrirnos de ellas a satisfacción en la oración y piadosas lecturas, de suerte que poco a poco nos formemos un estado de espíritu conforme al Evangelio. Hasta será conveniente, dado el caso, no cerrar los ojos a esta luz de la fe para no mirar sino el lado desagradable de los acontecimientos. Este aviso es de la más alta importancia, porque la naturaleza orgullosa y sensual no gusta de ser contrariada, humillada, molestada en sus comodidades, privada de gozos y saturada de sufrimientos. Rebélase entonces, entregada por completo al sentimiento de su dolor, murmura contra la prueba y contra los causantes de ella, olvida a Dios que nos la envía, sin pensar en los frutos de santidad que de ahí espera El sacar. De aquí proviene tanta turbación, inquietud y amargura, cuando por el contrario, esta dañosa agitación debiera hacer comprender que nuestra vista se extravía y la voluntad se doblega.
 
¡ Dichosos aquellos que poseen la sabiduría de ver la mano de nuestro Padre celestial en todos los acontecimientos, agradables o penosos, y no mirarlos sino a la luz de la eternidad!
A pesar de las pruebas, la vida se deslizaría dulce y placentera, plena de confianza y de amor, cargada de virtudes y de méritos. Llegado el momento, abandonaríamos con gusto el destierro por la patria y, lejos de temer a Dios como juez, nos apresuraríamos a ir a nuestro Padre. Vendría, pues, a ser la tierra la antesala del cielo, y el Paraíso seria para nosotros admirablemente rico de gloria y felicidad.
 ¡Cuánto han de bendecir al Señor los que han aprendido a amarle y a seguirle con amor y confianza por cualquiera parte que los conduzca! ¡Cuán miserablemente se engañan los esclavos de su propia voluntad, que no tienen suficiente confianza en Dios, su Padre, su Salvador, el Amigo verdadero, para permitirle santificarlos y hacerlos felices!.
 Nosotros, al menos, amemos a nuestro fiel Maestro, tan sabio y tan bueno; hagamos con ánimo esforzado todo lo que El quiere; aceptemos con confianza todo cuanto El dispone: éste es el camino de elevadas virtudes, el secreto de la dicha para el tiempo y para la eternidad.
Con este fin os proponemos las siguientes reflexiones acerca de la regla de vida.

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