viernes, 13 de septiembre de 2013

Regla de vida cristiana (I)

Andando sin camino
Es posible, desde luego, que una persona vaya andando hacia una ciudad sin sujetarse a camino alguno. Pero el intento le resultará mucho más lento, y sumamente fatigoso, pues con frecuencia habrá de atravesar por barrancos, lugares cercados, zonas pantanosas y bosques. Es muy probable que se extravíe más de una vez, que dé muchos rodeos innecesarios, que se pierda totalmente, o que incluso acabe por seguir caminando, pero ya sin intentar mantener una orientación continua hacia la meta que en un principio pretendía.
En la vida espiritual, éstos son los cristianos que rezan de vez en cuando, más o menos, según cómo se sienten, según vaya su devoción. La frecuencia de sus confesiones es muy cambiante, pues depende sobre todo de las circunstancias. Dan limosnas o ejercitan su caridad hacia el prójimo, pero normalmente en respuesta ocasional a los estímulos que eventualmente reciben, cuando los reciben. Quizá leen un libro espiritual, si alguien se lo recomienda con entusiasmo, pero pueden pasar luego meses sin que apenas lean ningún escrito cristiano...
Al paso de los días, las ganas (la carne) y las circunstancias (el mundo) -y con ellas la acción callada del Maligno-, irán dejando sin fruto las semillas preciosas sembradas por la Palabra divina en el corazón de estos cristianos (Mt 13,1-23). A los que así van se les puede asegurar que, si no cambian, ciertamente no llegarán a la santidad.
Esta situación de anomía (anomía, es decir, sin norma, anomos), llevada al extremo, equivale ya simplemente a una vida de pecado, es decir, a una vida frecuentemente desviada de su orientación de amor hacia Dios (+Rom 2,12). Y de ahí es, precisamente, de donde ha de salir todo cristiano, si quiere reorientar y convertir toda su vida hacia Dios.
En efecto, «mientras fuimos niños vivíamos en servidumbre, bajo los elementos del mundo» (Gál 4,3), o por decirlo de otro modo, a merced de las ganas y circunstancias cambiantes. «Hubo un tiempo -dice San Pablo- en que estábais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el príncipe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa contra Dios en los rebeldes [el demonio]. Antes procedíamos también nosotros así, siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación. Y naturalmente estábamos destinados a la reprobación, como los demás» (Ef 2,1-3). (Tomado de Documentos de apoyo | Base documental de Catholic.net).

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