Los religiosos buscan la perfección sujetándose a una Regla
Desde que hacia el siglo IV comienza a organizarse la vida religiosa comunitaria, la Iglesia ha bendecido siempre las Reglas de vida por las que caminan los religiosos, asegurándoles así que su cumplimiento les ayuda a alcanzar la perfección de la caridad. Más aún, la Iglesia nunca ha aprobado como «camino de perfección» un movimiento que solamente diera espíritu, pero que no lo concretara por ciertas leyes, en unas exigencias estimulantes claramente prescritas, como obligación de conciencia.
La Iglesia sabe que en un río es agua y cauce. Lo más valioso y vivificante es el agua (el espíritu); pero ha querido siempre que esa agua discurra por un cauce bien concreto (la regla). Y si normalmente es la misma agua la que se forma su propio cauce, en todo caso no tendremos un río si no hay más que un cauce sin agua, o un agua dispersa sin cauce. Un río es agua que discurre por un cauce. Y la vida religiosa hace discurrir un espíritu determinado por un cauce cierto, en el que todos los que la profesan coinciden y avanzan.
Por otra parte, todos los santos fundadores han dado suma importancia a la virtualidad santificante de sus Reglas religiosas, y no las han considerado meras orientaciones aconsejables. Ellos sabían perfectamente que la perfección solamente está en la caridad, y que la Regla sólo impulsa obras mínimas; pero también creían que era imposible llegar a la perfección de la caridad sin guardar fidelísimamente la Regla profesada. Por otra parte, no han considerado que daba más o menos lo mismo que la Regla fuera así o de otro modo. Al contrario, han procurado con enorme empeño la aprobación eclesial de su Regla, tal como el Señor se la había inspirado, y han puesto sumo empeño en que no se modificaran por relajación, sino que se guardaran fielmente.
Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, insiste con sorprendente insistencia en que sus carmelitas guarden con absoluta fidelidad todas las normas de la Orden, que «no las han fundado los hombres... sino la mano poderosa de Dios» (Fundaciones 27,11). Y muestra la Santa un celo sumamente enérgico para que en la fidelidad a las leyes del Carmelo reformado, que tanto ha costado establecer y que tan buenos frutos van dando, «en ninguna manera se consienta en nada relajación. Mirad que de muy pocas cosas se abre puerta para muy grandes, y que sin sentirlo se os irá entrando el mundo» (ib). Es significativo que la Santa hiciera muy poco antes de morir esta última exhortación: «Hijas mías y señoras mías, por amor de Dios les pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Constituciones, que si la guardan con la puntualidad que deben, no es menester otro milagro para canonizarlas» (Mª de S. Francisco).
En fin, baste con esto para que recordemos cómo los grandes espirituales cristianos han dado siempre una gran importancia a la observancia de ciertas reglas de vida, ordenadas todas ellas a conservar y llevar a plenitud la vida de la caridad, en la que consiste la santidad.
(Tomado de Documentos de apoyo | Base documental de Catholic.net).
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