domingo, 9 de febrero de 2014

Hay una fuerza misteriosa de fecundidad espiritual en el dolor que es abrazado y ofrecido por amor. (II)


“Por que tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga vida eterna”. En estas palabras de Cristo del Evangelios de San Juan capítulo 3 versículo 16, podemos reconocer que la acción salvífica de Dios está en la liberación del mal, pero no solo del temporal sino ante todo del mal y sufrimiento definitivo, o sea, de la pérdida de la vida eterna, de la felicidad eterna. El Redentor conquista el mal con el bien: conquista el pecado por su obediencia hasta la muerte y una muerte de cruz. Conquista la muerte, resucitando, y volviendo a la vida. Conquista el mal amando hasta el extremo, dando la vida por la humanidad en la cruz, conquista sufriendo por amor... “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.(Jn 15).

No hay amor mas grande que dar la vida: El sufrimiento, por el poder de la Cruz de Cristo, se ha convertido en revelación del amor divino: amor que es salvífico. Como nos dice el profeta Isaías 53: 2-6 : “No tenía apariencia ni presencia.. Varón de dolores y sabedor del sufrimiento.. Soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores...traspasado por nuestras iniquidades.. Molido por nuestros pecados... soportó el castigo que nos trae la paz... y por sus llagas hemos sido sanados”. Según nos describe este profeta: el sufrimiento del Mesías nos revela la anchura, la altura del amor divino, que siempre salva, siempre libera y redime. Es el amor que se da hasta el extremo “sin escatimar en nada” (palabras del Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque). Amor que conquista el mal haciendo el bien, aunque ese bien conlleve la cruz.

Por eso la Beata Madre Teresa de Calcuta decía: “Ama hasta que te duela; si te duele es la mejor señal”. El amor que es capaz del dolor, es autentico y poderosamente fecundo. ¡Qué misterio éste que tan pocos logran comprender! Por ello me uno a las palabras de Jesús diciendo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los sencillos” (Luc 10:21). Gracias a estos corazones sencillos y puros, podemos nosotros comprender la fuerza redentora del amor que es capaz de abrazar generosa, libre y voluntariamente, los mayores sufrimientos para el bien de muchos, como lo hizo Nuestro Señor: "Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, entregada por vosotros." (Mt. 26).

Que misterio de amor se puede descubrir en el dolor! “El amor, el verdadero amor, es el que está dispuesto a dar la vida, a sufrir por el amado..... a morir para que otros tengan vida”.

El dolor, abrazado por amor y en amor, es poderosamente fecundo
“Los testigos de la cruz y de la resurrección de Cristo han transmitido a la Iglesia y a la humanidad un específico Evangelio del sufrimiento. El mismo Redentor ha escrito este Evangelio ante todo con el propio sufrimiento asumido por amor, para que el hombre «tenga la vida eterna» Este sufrimiento, junto con la palabra viva de su enseñanza, se ha convertido en un rico manantial de vida para cuantos han participado en los sufrimientos de Jesús en la primera generación de sus discípulos y confesores y luego en las que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos” (Salvificis Doloris # 25)


Solo el dolor, que es abrazado y ofrecido por amor y en amor, es fecundo. Hay una intrínseca relación entre la muerte y la vida, entre el dolor y la fecundidad. En San Juan 12, 24, nos dice Jesús: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto”. El Siervo de Dios, Juan Pablo II, nos dice en la Encíclica  Evangelium Vitae # 49: “la plenitud del evangelio de la vida esta en el árbol de la vida: la cruz”. El sufrimiento, entonces, es un misterio de amor y vida que se convierte en una invitación de Cristo a seguirle y a colaborar con El en la salvación del mundo y en el triunfo final de las fuerzas del Bien sobre las fuerzas del mal. Solo el amor crea, solo el amor es fecundo, la esterilidad de una alma está en su egoísmo, pues dar vida requiere la generosa entrega de si mismo. Requiere dejarse traspasar para que otros tengan vida. Ensanchar el corazón, abrirlo y dejarlo para siempre, abierto como Cristo, se dejó traspasar el Corazón y ha quedado eternamente abierto para que muchos puedan morar en él. El amor dispuesto al dolor es el que es fecundo. “Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas, porque a derecha a izquierda te expandirás, tu prole heredarás” (Is 54). El amor que es capaz de dejarse traspasar es el que da vida.

Es en esta dimensión del amor fecundo, que el sufrimiento vivido en comunión con Cristo y ofrecido por el bien de la humanidad, se convierte en manantial de vida. Es el sufrimiento abrazado y asumido con amor, el que es capaz de dar vida: por ello el evangelio del sufrimiento está plenamente unido al evangelio de la vida, y estos dos evangelios fluyen del evangelio del amor.
Hay una fuerza misteriosa de fecundidad espiritual en el dolor que es abrazado y ofrecido por amor. Este es precisamente el gran testimonio de los santos, que han sabido descubrir este gran tesoro escondido. Algunos de ellos, han sido llamados a grandes alturas de ofrecimiento oblativo, se les llama “almas victimas”.

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