domingo, 17 de abril de 2016

Celebrando la misericordia.



Celebrando la misericordia.
El Confesionario es el lugar, donde el  remordimiento, el desasosiego y la busca de sanación se hacen evidentes. Es el ámbito sagrado donde es posible –y muchos lo hacen- «dejar caer las máscaras», y el hombre es capaz de mirarse a sí mismo, y de dejarse mirar por el Dios de la misericordia infinita. Es el lugar de la verdad, y por ello, de la esperanza.
En el Confesionario, cuando la persona humana, consciente de su condición de hija de Dios, se dispone con humildad, cuando se anima a expresar su pecado, cuando se acusa y no se excusa, cuando encuentra un oído atento, una mirada de misericordia, un consejo que eleva y da aliento, una invitación al cambio, comienza a encontrar la libertad y la paz, el alivio.
Doy gracias a Dios por permitirme el ministerio de la Confesión y poder sentir, con alguna frecuencia, que mi pobre humanidad sirve de instrumento a Aquél que ha venido a «liberar a los cautivos» y «devolver la vista a los ciegos».
Pido la Gracia de poder acercarme cada día más al ideal que Juan Pablo II señalaba a los confesores:
Pido la Gracia de poder ejercer cada día mi misión en el  lugar de la Misericordia como Juez - que debe valorar tanto la gravedad de los pecados, y como médico -que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo con paciencia que explicite la divina ternura.
Que al intentar conocer mejor el estado de aquel a quien deba ayudar a sanar, nunca torture a nadie ni abra sin necesidad o infecte una herida, pero tampoco «siga de largo» cuando la intuyo, aunque el penitente no haya logrado expresarla. Como el Maestro con la Samaritana, a quien, luego de mirar con cariño y hablar con paciencia, le ayudó a reconocer que el hombre con el cual estaba no era su marido.
Que pueda inspirarme siempre en la sabiduría divina y en la practica de la Iglesia, la cual nos señala que «al interrogar, el sacerdote debe comportarse con prudencia y discreción, atendiendo a la condición y edad del penitente» (CIC 979). Con la delicadeza de quien no quiere añadir dolor, pero sabe que es necesario, muchas veces, extirpar la raíz escondida para que desaparezcan los frutos del pecado.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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