Celebrando
la misericordia.
El
Confesionario es el lugar, donde
el remordimiento, el desasosiego y la
busca de sanación se
hacen evidentes. Es el ámbito sagrado donde es posible –y muchos lo hacen-
«dejar caer las máscaras», y el hombre es capaz de mirarse a sí mismo, y de
dejarse mirar por el Dios de la misericordia infinita. Es el lugar de la
verdad, y por ello, de la esperanza.
En
el Confesionario, cuando la persona humana, consciente de su condición de hija
de Dios, se dispone con humildad, cuando se anima a expresar su pecado, cuando
se acusa y no se excusa, cuando encuentra un oído atento, una mirada de
misericordia, un consejo que eleva y da aliento, una invitación al cambio, comienza
a encontrar la libertad y la paz, el alivio.
Doy
gracias a Dios por permitirme el ministerio de la Confesión y poder sentir, con
alguna frecuencia, que mi pobre humanidad sirve de instrumento a Aquél que ha
venido a «liberar a los cautivos» y «devolver la vista a los ciegos».
Pido
la Gracia de poder acercarme cada día más al ideal que Juan Pablo II señalaba a
los confesores:
Pido
la Gracia de poder ejercer cada día mi misión en el lugar de la Misericordia como Juez - que debe valorar tanto la gravedad de los
pecados, y como médico -que debe
conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo con paciencia que
explicite la divina ternura.
Que
al intentar conocer mejor el estado de aquel a quien deba ayudar a sanar, nunca
torture a nadie ni
abra sin necesidad o infecte una herida, pero tampoco «siga de largo» cuando la
intuyo, aunque el penitente no haya logrado expresarla. Como el Maestro con la
Samaritana, a quien, luego de mirar con cariño y hablar con paciencia, le ayudó
a reconocer que el hombre con el cual estaba no era su marido.
Que
pueda inspirarme siempre en la sabiduría divina y en la practica de la Iglesia,
la cual nos señala que «al interrogar, el sacerdote debe comportarse con
prudencia y discreción, atendiendo a la condición y edad del penitente» (CIC
979). Con la delicadeza de quien no quiere añadir dolor, pero sabe que es
necesario, muchas veces, extirpar la raíz escondida para que desaparezcan los
frutos del pecado.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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