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viernes, 9 de diciembre de 2016
Comentario a las lecturas del III Domingo de Adviento. 11 de diciembre 2016.
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También observemos que metidos en el tiempo de Adviento, la Iglesia quiere que reavivemos la virtud de la esperanza. ¿Qué es eso de tener esperanza hoy?.
La esperanza cristiana es una esperanza global y trascendente. Se eleva por encima de todas las pequeñas esperanzas, para después centrarlas, purificarlas, integrarlas en una meta trascendente, único lugar donde cobran un sentido aceptable para el hombre. Por eso, de alguna manera, no se puede tener esperanza sino en la medida que uno se siente limitado. El hombre es un ser que necesita una promesa para poder existir. Se siente menesteroso, limitado, acosado, como un fuego artificial que se sabe lleno de una vitalidad pasajera. La muerte crece dentro de él al mismo compás que la vida misma. En ese contexto, del conjunto de fracasos, de limitaciones, de pequeños anhelos frustrados, surge un deseo global de un bien ilimitado y trascendente, que englobe y eleve toda nuestra menesterosidad. Sólo quien bucea profundamente en nuestra existencia terrena es capaz de sentir la necesidad de la esperanza . Sólo ése -de alguna manera- es sujeto capaz de esperanza. De una esperanza global, trascendente y total que, como tal, ya es objeto de gracia, gratuita, y que necesita un tú absoluto en el que apoyarse: Dios.
Es preciso pues revisar, reflexionar, profundizar nuestra esperanza. ¿A quién esperamos? Tener esperanza cristiana es haber elegido a Jesús como futuro nuestro. Y si nos alejamos de esta esperanza, ¿a quién iremos?.
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