discípulos se habían mantenido acobardados, encerrados en una casa, con las, primero a los judíos y después a los gentiles, el evangelio del Reino, tal como lo habían escuchado de boca del mismo Jesús. Predicaron el evangelio de Jesús con el alma llena de alegría, derramando la paz del Espíritu que habían recibido, y con el alma llena de perdón puertas y el alma bien cerradas por miedo a los judíos. Fue a partir del día de Pentecostés cuando recibieron la fuerza del Espíritu Santo como motor de sus vidas, que les impulsó a predicar. Así tenemos que hacer los cristianos de hoy; que se nos note la alegría del Espíritu, la paz de Dios y la capacidad de personar siempre con espíritu cristiano. Es decir, que seamos cristianos valientes, alegres, pacíficos y perdonadores.
Pentecostés
va íntimamente unida a la fe, que es un
don singular del Espíritu que nos hace reconocer en Jesús al Señor. La segunda
lectura de hoy ha dicho una cosa que nos puede sorprender: "Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es
bajo la acción del Espíritu". Claro que materialmente cualquiera puede
decir: "Jesús es Señor", pero debemos entenderlo como una profesión
de convencimiento y como una profesión que nos lleve a adorar sólo a Jesús y no
estar queriendo hacer adulterios en nuestro corazón, reconociendo a Jesús como
Señor, pero en cambio viviendo de otros ídolos: el dinero, el aparentar, los
materialismos de la tierra. Por eso, “Jesús es Señor” sólo lo puede decir el
que tiene fe. Nadie puede decir "Jesús es el único Dios", "Jesús
es el Señor" si no ha sido envuelto en el ropaje de la fe que nos da el
Espíritu Santo.
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