Iniciamos,
el Tiempo Pascual, una cincuentena de días en el que el Resucitado terminó la
formación de sus discípulos desde la fuerza del prodigio de su Resurrección.
Meditemos sobre los hechos ocurridos al final de la vida de Jesús: la gloria de Jesús un día llegará a nosotros mismos, a nuestros cuerpos el día de la Resurrección de todos. Este es otro de los grandes misterios de nuestra fe que no debemos, ni podemos, obviar
Vivimos
en un mundo en el que la injusticia y la mentira triunfan y campan por doquier.
Los justos no tienen, en este mundo, mejor suerte que los injustos. De una
manera especial, nuestra fe en la resurrección nos dice que merece la pena
seguir intentando ser justos, aunque por esto tengamos que sufrir, en este
mundo, penas y hasta el mismo martirio. Dios nos resucitará, como resucitó a
Jesús, en nuestro último día, y nos juzgará según nuestras obras y su infinita
misericordia. Nuestra fe y nuestra esperanza en la resurrección pueden y deben
iluminar nuestro difícil caminar aquí en la tierra.
Si
incomprensible es aceptar el valor del dolor y la muerte, más, casi imposible,
es aceptar la resurrección. Sin embargo, Cristo ha resucitado y nosotros
también resucitaremos: la vida no se acaba con la muerte. Con la muerte es
cuando realmente comienza. Una vida sin lágrimas, sin penas, sin dudas, sin
angustias, sin prisas, sin dolores, sin miedo a nada.
La
fe en la resurrección ha sido, de hecho, para muchas personas, una fuerza
interior profunda que les ayudó a soportar grandes dificultades y hasta el
propio martirio. San Ignacio de Antioquia, a principios del siglo II, les
escribía a sus fieles cristianos, cuando iba camino del martirio, que deseaba
ser triturado por los dientes de las fieras, para poder así ofrecerse a Cristo,
como pan triturado e inmolado, y unirse definitivamente con el Resucitado. Este
mismo sentimiento experimentaron, sin duda, algunos de los apóstoles y
discípulos de Cristo, cuando caminaban hacia el martirio. La fe en la
resurrección fue para ellos, y debe ser para todos nosotros, una fuerza mayor
que el miedo a la muerte. Fue su fe en la resurrección la que les convirtió en
testigos valientes y en mártires cristianos.
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